Estrenos de teatro. Lo que queda de nosotros retrata de modo conmovedor el amor incondicional, representado por una niña y un perro
Alberto Ajaka y la actriz colombiana Carolina Ramírez realizan bellísimos trabajos en esta bellísima historia de amor de la que participaron artistas de tres países
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Autores: Sara Pinet y Alejandro Ricaño. Dirección: Alejandro Ricaño. Dirección actoral en la Argentina: Virgnia Magnago. Elenco: Carolina Ramírez y Alberto Ajaka. Escenografía: Diego Benvenuto. Luces: Yan Eiras. Vestuario: Violeta Sánchez Sala: Multitabaris Comafi, Corrientes 831. Funciones: miércoles, jueves y viernes, a las 21; sábados, a las 19.30 y a las 21.30; y domingos, a las 21. Duración: 70 minutos.
Dos personas, sentadas en un banco de madera, miran al público y comienzan a hablar. Explicarán quiénes son, cómo llegaron a la situación en la que se encuentran, qué sienten y qué esperan para sus vidas. En pocos minutos, lo que cuentan será tan atrapante que será imposible sacarles la vista de encima. Por dos motivos: porque su historia se ancla en una potente tradición de la narración oral, en la cual la fuerza del relato y lo que se evoca construye múltiples mundos posibles en quien escucha y por el tipo de personajes: una chica adolescente y su perro.
La obra en cuestión es Lo que queda de nosotros, un espectáculo que reúne a artistas de tres países latinoamericanos para llegar al teatro comercial de Buenos Aires, con una propuesta muy inusual para este circuito. En escena, se encuentran la actriz colombiana Carolina Ramírez y el actor argentino Alberto Ajaka, quienes interpretan un texto de los dramaturgos mexicanos Sara Pinet y Alejandro Recaño. La obra tuvo su primer estreno en 2018, en Veracruz (México), un año después Ramírez decidió montarla en Colombia y, durante 2022, otro elenco llevó una nueva versión a México, mientras que en Buenos Aires se estrenaba la puesta actual.
¿Cuál es el secreto de esta obra con tanto recorrido? En primer lugar, se trata casi de un proyecto personal para Carolina Ramírez, muy popular en América Central por sus personajes en series como La hija del mariachi y La reina del flow, quien se radicó en Argentina y es una defensora pública de los derechos de los animales. Además, convoca a un público amplio que queda atrapado por las distintas capas en las que se construye esta historia, basada en el amor entre una chica adolescente y su mascota.
La primera intriga de esta propuesta es la de darle voz a un animal. Alberto Ajaka en el papel del perro asume esa conciencia, sin soltar un enfoque humanista. Desde el comienzo de la obra, está conmovido, su voz narra, cuenta los hechos, qué le pasó, dónde está, qué siente, qué espera, pero su mirada frágil, sensible, parece comunicarlo todo como lo pueden hacer los ojos de una mascota, cuando nos miran fijo y expresan así lo que no pueden decir con el lenguaje.
¿Cómo es el lenguaje de los animales? Aquí la ficción construye una mirada particular: los animales no sienten rencor, siempre perdonan, aman incondicionalmente y tienen memoria. “Tenemos que recordar para sobrevivir”, dice el perro, luego de la experiencia que tuvo al cruzar la calle. Durante el espectáculo, Ajaka interpretará también a otro perro que se cruza en el camino, a un psicólogo y hasta a un padre, sin soltar nunca esa voz principal de ese animal que está solo, que no quiere tener problemas con nadie, que extraña, que no tiene ambiciones y que para él la felicidad es volver al lugar donde una vez sintió amor y cuidado.
Carolina Ramírez interpreta a esta adolescente, la dueña del perro, que atraviesa un punto de inflexión en su vida. Se trata de un personaje difícil y muy roto, entre la angustia y la violencia, una voz frágil, más infantil, que resuelve de manera rítmica y fluida, con cambios sutiles entre lo que cuenta y las acciones. La fuerza de esta propuesta está en la unión de estos dos artistas: cómo cada uno da su punto de vista de los hechos, los flashbacks que permiten que se reúnan y el encuentro final. El texto también tiene una construcción potente, en su cruce entre diálogo y narración, comienza con mucha fuerza, en un presente hostil y va para atrás en distintos momentos de la historia, para terminar de comprender la dificultad de ambos personajes. Luego, como una road movie, inicia un clásico camino del héroe para llegar a una transformación.
Lo que queda de nosotros es un espectáculo que se corre de los lugares comunes del teatro comercial, que explota en exceso las comedias de parejas con conflictos propios de una clase social media / alta, en las cuales los finales son previsibles, las frases siempre tienen un remate y las puestas reproducen una casa estándar de paredes blancas y cuadros abstractos. La principal innovación es plantear a un animal como personaje, pero también lo es el tipo de dramaturgia y la actuación, que sobre todo en el caso de Ajaka, permite juegos a otros registros por fuera del realismo, como el teatro físico, la máscara y los cambios de voces.
El diseño del espacio, casi vacío, con dos bancos de madera a distintos niveles, busca apoyarse en la abstracción pero no hace sistema con la sensibilidad de la historia, ni la potencia de las actuaciones y limita las posibilidades de representación y de trabajo plástico con la escena. Más allá de esta observación, el espectáculo va al centro de las preguntas existenciales vinculadas con la muerte, el desamparo y la soledad. Hay también una denuncia explícita sobre el maltrato animal y la indiferencia generalizada. La pieza logra un viaje con su potencia narrativa hacia una historia de amor, de las pocas incondicionales que podremos conocer, entre una niña y su perro.
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