Estrenos de teatro. Lo que el río hace es otra conmovedora y poética propuesta de las hermanas Marull
Los espectadores quedan en silencio, se toman de las manos, se abrazan y se emocionan, en este nuevo montaje del Teatro San Martín
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Libro y dirección: Paula Marull y María Marull. Intérpretes: María Marull, Paula Marull, William Prociuk, Mónica Raiola, Mariano Saborido y Débora Zanolli. Iluminación: Adrián Grimozzi. Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez. Vestuario: Jam Monti. Música original: Antonio Tarragó Ros. Asistencia artística: Alejandra D´Elía. Teatro: San Martín, Corrientes 1530. Funciones: miércoles a domingos. a las 20. Duración: 100 minutos.
De todas las formas que tiene el teatro de llegar a sus espectadores, existe una –tal vez la más compleja de todas– que es la de la conmoción. Esto quiere decir que lo que sucede en el escenario genera un movimiento en quien lo mira, un cambio de estado, sensaciones físicas concretas (agitación, emoción, se acelera el ritmo cardíaco) y una apertura interna hacia nuevos pensamientos, recuerdos, mundos posibles. Esta explicación puede resultar básica, pero en estos tiempos de mentes anestesiadas e indiferencia crónica, recordar que el arte, el arte grandioso, nos cambia la composición química del cuerpo y nos abre una realidad paralela parece fundamental.
Esto es lo que sucede en Lo que el río hace, la nueva obra que las hermanas Paula y María Marull estrenaron en la sala Cunill Cabanellas del Teatro San Martín. Esta crítica sobre la obra puede analizar los procedimientos de construcción del texto, entre un humor que trabaja con el desborde de personajes y el retrato detallista de ciertos tipos sociales, la poesía de una escritura por imágenes y anclada en la infancia, las actuaciones precisas que parten de buscar el amor y la hipersensibilidad de personajes cargados de creencias; pero lo más importante que tiene para decir es que cuando termina el espectáculo la gente se queda un rato en silencio, algunos se toman de las manos, otros se abrazan, muchos lloran. La energía que circula es la de la conmoción. Y la ternura. Por eso el teatro de las hermanas Marull es revolucionario, es la bandera más importante para levantar.
Quienes siguen la trayectoria de estas escritoras, actrices y directoras (y hermanas gemelas) pueden identificar que comparten un universo. La Pilarcita, de María Marull (aún en cartel) y Yo no duermo la siesta, de Paula Marull, son la síntesis de ese territorio. La vida en un pueblo, las costumbres, las maneras de hablar, la frustración y el deseo de cambiar, reinterpretar la infancia desde el mundo adulto y la presencia poderosa de la naturaleza. En este espectáculo, el primero que estrenan juntas haciendo absolutamente todo a cuatro manos (actuación, dirección y dramaturgia), todas las imágenes que recorrieron en sus obras se condensan en un gran mundo generador: el pueblo de Esquina, en Corrientes. El río como ordenador de la vida, la Fiesta Nacional del Pacú, sus habitantes y la presencia del padre, figura a la que la protagonista de la obra vuelve sin quererlo, con la excusa de recuperar un terreno, pero como si fuera una constelación, la invita a volver a mirar la infancia y repensar su presente.
William Prociuk, Mónica Raiola, Mariano Saborido y Débora Zanolli terminan de armar el mundo de este espectáculo. Es una maravilla verlos en escena y su capacidad para ponerle el cuerpo a estos personajes, todos queribles. Hay algo en estos seres que parece que por primera vez dicen lo que se guardaron por años, son una mezcla de inocencia y honestidad brutal. La actuación parte de los modos de comunicarse y relacionarse entre los personajes. Por ejemplo, decir “esto es una pingüinera”, en relación a que hace frío, “la vereda se apagaba cuando vos te ibas” para referirse a una despedida. De este tipo de imágenes, cargadas de amor, está compuesto el texto de las Marull, sin soltar una mirada más divertida y crítica sobre la vida moderna. La protagonista de esta historia es una escritora que no logra terminar su novela, discute sobre el criterio de su libro, mientras lidia con la vida doméstica entre su hija y un marido que no se ocupa. “Lo que pasa en mi vida no le importa a nadie. No se puede enamorar de un papá de la escuela la mujer, se enamora del maestro de música”, dice ella y los guiños al mundo de los escritores, la maternidad y el desborde de la vida urbana son permanentes.
El exceso de urbanidad en la que vive la protagonista choca con la llegada a Esquina y un ritmo de vida diferente. No es tan fácil la conexión a internet y la necesidad de soltar el teléfono y empezar a reencontrarse con ella se vuelven imperantes. “Si usted no se soporta no le eche la culpa al río”, le dice el personaje de Mariano Saborido, criatura repleta de gestos, detalles, humor y sinceridad.
La escenografía, metonimia maravillosa del teatro, nos trae el río, los mosquitos, el calor y un hotel. También hay una enorme transformación desde el vestuario: los tacos y el traje se convierten en un jean y una remera infantil. Reencontrarse con el niño o niña que fuimos es un proceso que atraviesa todo el espectáculo. Ese concepto se logra metaforizar no sólo desde el texto, sino con todos los elementos escénicos. A ésto, se suma el efecto teatral, enorme, de la duplicidad que las hermanas mellizas pueden trabajar con habilidad, al ser otra y la misma, todo el tiempo. También está el litoral, con la música inconfundible de Antonio Tarragó Ros. El resto es esa energía entre los artistas, los monólogos que viajan al pasado y esa conmoción tan difícil de encontrar y, al mismo tiempo, incapturable.
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