Estrenos de teatro. Las tres edades es una mirada filosófica sobre el mundo del cine
Otro gran trabajo de la dupla Agustín Mendilaharzu-Walter Jacob, esta vez en el Cervantes
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Autores y directores: Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob. Intérpretes: Patricio Aramburu, Santiago Gobernori, Valeria Lois y Vanesa Maja. Vestuario: María Emilia Tambutti. Escenografía: Ariel Vaccaro. Iluminación: Eduardo Pérez Winter. Música: Abel Gilbert. Teatro: Nacional Cervantes, Libertad 815. Funciones: de jueves a domingos, a las 21. Duración: 80 minutos.
El primer libro de historia de arte que se escribió fue en 1550 y no tuvo como fin retratar un canon, hablar de corrientes estéticas o incluso describir las características de cuadros emblemáticos, sino que se dedicó a la vida de los pintores. Se trata del célebre Vidas, de Giorgio Vasari, un libro que contiene una serie de biografías de los artistas italianos del siglo XVI, que incluye anécdotas y algunos tratados sobre técnicas pictóricas. El dato sirve para pensar que la primera vez que se documentó la historia del arte fue necesario hablar de las personas que hacían estas obras, antes que de las creaciones en sí mismas, como si esa posible autonomía entre la obra y quien la ejecuta fuera imposible de disociar.
¿De quién es una obra de arte? ¿Existe el genio creador? ¿Por qué el autor es más importante que la obra? Algunas de estas preguntas, que en definitiva son una puja política por el poder y el capital simbólico, arrastra el mundo del arte desde el Renacimiento y, más de cinco siglos después, todavía no parece estar saldada. Las tres edades, la última obra escrita y dirigida por Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob, tematiza estas cuestiones pero a partir de la disciplina artística más joven de todas: el cine, con apenas 128 años de historia desde la invención del cinematógrafo.
Los directores toman como modelo el film Las tres edades, una comedia muda de 1923 protagonizada por Buster Keaton, que divide la trama en tres períodos de la historia: la prehistoria, la antigua Roma y los años 20. En los tres hay un hombre que lucha por conquistar el amor de una mujer. En el caso de la obra de teatro que se estrenó en el Cervantes, lo que se intenta conquistar es el capital simbólico. ¿Quiénes pasan a la historia? ¿Los artistas o las películas? El argumento divide la historia en tres momentos: un grupo de cineastas independientes en una Buenos Aires más o menos actual; una cuadrilla de creadores de cintas cinematográficas en la París de comienzos del siglo XX y una célula de especialistas que, en una Mumbai del siglo XXII, se esfuerza por mantener vigente la historia del cine mundial.
En los dos primeros casos, la lucha se centra entre una mirada colectiva o individual del cine. ¿Cuándo es un nosotros y cuándo es un yo? se pregunta un guionista en medio de un festival de cine luego de golpear a un programador que habló de la película sin mencionarlo. De esa escena inicial, se despliegan una serie de situaciones que ponen en evidencia con humor e ironía el esnobismo en el mundo del cine, la obsecuencia y la desesperación por pertenecer en un club de figuras selectas. De una pelea por los egos entre una directora, el guionista, el actor y la productora, las preguntas comienzan a profundizarse. El debate pasa por las industrias culturales y cómo los proyectos que nacen de manera colectiva comienzan a tener únicos y exclusivos dueños, cuando se vuelven exitosos.
En la segunda parte, los autores ubican estratégicamente el relato en el surgimiento de lo que se podría denominar una primera mirada de cine de autor: un grupo de cineastas que cortan con algunas convenciones y se imponen a los cortos de persecuciones y accidentes.
Todo muy teórico, si no fuera porque en escena hay cuatro artistas que representan en muchos sentidos la mejor versión de la actuación en la Argentina. Patricio Aramburu, Santiago Gobernori, Valeria Lois y Vanesa Maja trasladan toda la red de conceptos con las que trabaja la obra en cuerpos veloces, irónicos, elocuentes, que juegan con el lenguaje, las miradas, los silencios y la manera de decir para que la obra funcione como un ping-pong de situaciones a cada momento. No se trata sólo de lo que dicen sino también de los silencios, las miradas entre ellos, los sutiles guiños al público que permite que todo este discurso teórico se vuelva puro juego de actuación, en su mejor versión.
La escenografía de Ariel Vaccaro arma los distintos escenarios cual sets de filmación que es manipulada por los propios artistas, un gesto clave para retomar lo artesanal del teatro, su esencial tracción a sangre que en escena lejos de cortar con el verosímil, profundiza su fuerza creativa.
La formación y experiencia de Agustín Mendilaharzu y Walter Jakob tiene una convivencia entre el cine y el teatro y participan en muchos trabajos en conjunto, desde la notable Los talentos, su pieza despegue en 2010. La habilidad por combinar ciertas preguntas filosóficas en torno al estatuto de la obra de arte, la mirada individual del artista, pasado por el tamiz de la frivolidad y la obsecuencia, generan un efecto humorístico y profundo a la vez en su última obra, aunque por momentos toda su formación e información sobre el cine se impone a la acción dramática.
Las tres edades es un despliegue de obras que dentro de la misma creación se preguntan por su propia condición. En este laboratorio, se puede concluir que si el cine es del director, de ese “último nombre en el que se funde la imagen”; el teatro es dominado por los actores y esa fuerza imparable del aquí y ahora.
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