Estrenos de teatro: Las manos de Eduviges al momento del nacer, un tragedia alucinada alrededor de un féretro vacío
Con dirección de Cristian Drut se presenta en el Teatro Cervantes este montaje que cuenta con un excelente trabajo actoral encabezado por Vanesa González como Eduviges, la que tiene un don muy especial
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Autor: Wajdi Mouawad. Elenco: Horacio Acosta, Matilde Campilongo, Eddy García, Vanesa González, Aldana Illán y Sergio Mayorquin. Diseño de escenografía: Cecilia Zuvialde. Diseño de vestuario: Lara Sol Gaudini. Diseño de Iluminación: Facundo Estol. Diseño sonoro y música original: Rodrigo Gómez. Asesor literario: Julián Ezquerra. Dirección: Cristian Drut. Sala: Teatro Nacional Cervantes. Duración: 80 minutos. Funciones: de jueves a domingos, a las 18.
El texto de Las manos de Eduviges en el momento del nacer pertenece el libanés Wajdi Mouawad. Del mismo prestigioso autor se conoció en Buenos Aires la puesta de esa devastadora tragedia llamada Incendios que dirigió Sergio Renán y que tuvo su versión en cine a cargo del canadiense Denis Villeneuve. La trama de este texto que por primera vez fue traducido al castellano gira alrededor de una familia que habita un bosque dominado por un entorno de niebla permanente que decide armar un velatorio para ganar plata y salir de la miseria en la que viven. Claro que el cajón en donde debería descansar en paz el cuerpo de Esther, una de los tres hijos del matrimonio de la que no se sabe nada desde hace 10 años, está vacío. Es Eduviges, su única hermana mujer, la que decide no plegarse a esta farsa, al engaño. Para los habitantes del pueblo, Eduviges, y no el entierro, es el centro de atención porque la joven posee un extraño don: le sale agua de las manos cuando reza. Todos, en medio de rumores, de sospechas, de esa niebla que enceguece; acuden a la casa. Pero mientras se prepara la ceremonia, Eduviges, encerrada en el sótano de la casa en donde transcurre la acción, decide no subir.
En ese contexto, y sin ánimo de develar las derivas de la trama, el clima se enrarece, se tensa. La pretensión de los padres por llevar a cabo el entierro, la complicidad del hijo menor, el clima de presión en el que viven al entorno se va cargando de capas de tal manera que la tragedia adquiere un clima alucinado, desbocado con personajes que deciden no ver lo evidente. Mientras tanto, en el sótano diminuto, en la casa y en los ecos de lo que sucede alrededor la tensión va en aumento hasta que estalla todo de manera inexorable. Por momentos, es tal el desborde que sobrevuela la puesta una comicidad que no llega a profundizarse.
Con dirección de Cristian Drut, el mismo que está presentando la obra Los gestos bárbaros, en el Picadero; el punto más sólido de su propuesta lo logra en lo actoral. El trabajo de Vanesa González, en su rol de Eduviges, papel que está la mayoría del tiempo en escena; es superlativo para un personaje cargado de dobleces, atravesado por lo místico y por el deseo radical de luchar por su felicidad más allá de mandatos familiares, sociales y religiosos. En algunas escenas, sus largos parlamentos tienen algo de un rapeo que entra en una tenue sintonía con la música original de Rodrigo Gómez. Junto a ella, están Horacio Acosta y Matilde Campilongo, los padres que organizan un entierro que tiene algo de festivo, de una kermés de pueblo con número central; Eddy García y Aldana Illán, sus hermanos, verdaderas víctimas del encierro en el que viven; y Sergio Mayorquin, como su novio, el único de la aldea cercana con quien Eduviges puede sostener una relación que le permite ver la luz en medio de la espesura de niebla y los aullidos de los lobos en la que vive.
La organicidad interna que se produce entre los integrantes de este notable elenco no está acompañada por la forma en que se utilizó el largo escenario frontal de la sala Luis Vehbil ni en lo que se refiere diseño escenográfico de ese mínimo sótano en donde transcurre esta drama y la forzada forma en que los intérpretes acceden a esa estructura de dos plantas.
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