Estrenos de teatro. La última sesión de Freud, un atractivo encuentro que requiere de espectadores atentos
Daniel Veronese guía con certeza a dos intérpretes enormes como Luis Machín y Javier Lorenzo, en esta suerte de teatro de tesis
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Autor: Mark St. Germain. Versión y dirección: Daniel Veronese. Intérpretes: Luis Machín, Javier Lorenzo. Escenografía: Diego Siliano. Iluminación: Marcelo Cuervo. Vestuario: Laura Singh. Asistente de dirección: Adriana Roffi. Teatro: El Picadero, Pje. Enrique S. Discépolo 1857. Funciones: viernes a domingos, a las 20. Duración: 70 minutos.
El estadounidense Mark St. Germain es un destacado autor de teatro, cine y televisión a quien algunos analistas suelen reconocerle un interés particular por trabajar ficciones a partir de cuestiones históricas. En La última sesión de Freud (pieza creada en 2010 y que se conoció en Buenos Aires dos años más tarde bajo la dirección de Daniel Veronese, interpretada por Jorge Suárez y Luis Machín) el dramaturgo imagina un encuentro entre el doctor Sigmund Freud y el catedrático de la Universidad de Oxford y también escritor Clive Staples Lewis (autor entre otros textos de Las crónicas de Narnia).
Siguiendo el nombre de la pieza podría suponerse que se trata de una sesión en la que psicoanalista y paciente mantienen una de sus rutinarios encuentros. Pero en verdad Freud cita a Lewis, en su estudio de Londres, con la intención de descubrir por qué el segundo, antes ateo declarado, ha decidido creer en la existencia de Dios, en apariencia siguiendo ciertas influencias de sus amigos J. R. R. Tolkien y G. K. Chesterton.
El encuentro se produce el día en que Inglaterra ingresa en la Segunda Guerra Mundial y esto provoca una constante inquietud entre estos hombres que se ven obligados a estar pendientes de alarmas de bombardeos y ciertas informaciones radiales que irán dando cuenta de una situación exterior sumamente convulsionada.
Freud intenta develar como un intelectual de la talla de Lewis ha decidido convertirse en un creyente, mientras que el escritor desea comprender por qué el psicoanalista hace tanto hincapié en demostrar que Dios no existe.
Mientras cada uno aporta su punto de vista al respecto permitirán que el espectador tome contacto con algunos aspectos de sus biografías personales y, a la vez, ingrese en un campo complejo donde se irán sumando reflexiones sobre la vida, la muerte, el sexo, la eutanasia y hasta esa guerra que está posibilitando el avance del nazismo en Europa.
La pieza de St Germain resulta una muy atractiva manifestación de teatro de tesis que obligará al público a estar muy atento a cada uno de los parlamentos de ambos protagonistas. Los diálogos son sumamente intensos. Se desprenden de ellos muchas verdades y el aire parecería cargarse de preguntas y respuestas que obligan a nuevas preguntas y otras tantas respuestas. En algún momento parecería que todo va a desbordarse y, en verdad, algo de eso sucede porque Lewis terminará sentado en el diván del psicoanalista, casi sin darse cuenta; y Freud dejará ver como se transforma cuando se ve obligado a quitarse un implante dental que le provoca un profundo dolor, padecimiento causado por un cáncer que lo obligó a someterse a varias operaciones.
Si bien el texto es extremadamente poderoso en su estructura general presenta como complejidad que impone cierto estatismo a la hora de movilizar una acción que avanza más por lo que se dice que por lo que los personajes pueden realizar físicamente. La dirección de Daniel Veronese es muy exhaustiva a la hora de guiar a sus intérpretes para que ellos encuentren las verdaderas motivaciones internas que, a la vez, los muestren como dos seres muy intensos y provocadores, generen en escena una relación tan creativa que no expone fisuras en ese constante intercambio de razonamientos tan opuestos y también tan movilizadores.
Tanto Luis Machín en el papel de Sigmund Freud como Javier Lorenzo asumiendo la personalidad de C. S. Lewis se entregan a este desafío de manera muy apasionada y eso hace que el espectáculo crezca a un ritmo muy ajustado y que ciertos momentos de tensión, sea por la discusión en la que están embarcados o por las cuestiones relacionadas con la guerra, resulten momentos de real conmoción para quien observa desde la platea. Aunque con personalidades muy opuestas ambos saben sacarle provecho a esas diferencias para potenciar el drama.
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