Estrenos de teatro: La tiendita del horror regresó con su planta carnívora y cantora a la calle Corrientes
La comedia musical de Alan Menken y Howard Ashman tiene colorido y despliegue
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Autores: Alan Menken y Howard Ashman. Adaptación: Jimena Chouhy. Dirección: Axel Jeannot. Dirección musical: Mariano Barreiro. Dirección coreográfica: Natalia Mezzera. Intérpretes: Fede Couts, Luli Chouhy, Mike Chouhy, Iñaki Agustín, Paula Chouhy, Juana Silveyra, Belén Bilbao, Juan Denari. Titiritero: Máximo Perez Artusi. Artistas invitados en algunas funciones: Bruno Coccia, Romina Ruiz, Marcos Rauch. Vestuario: Javier Ponzio. Maquillaje: Santiago Castro. Peinados: Gustavo Quiroga. Duración: 95 minutos. Teatro: Astral, Corrientes 1639. Funciones: martes 30 de mayo, 6 y 13 de junio; y lunes 12 de junio, a las 20.30. Nuestra opinión: buena.
El amor y el horror son las dos caras que adopta la psicología de Seymour, un modesto dependiente de florería que vive sometido a los arbitrios del propietario de la tienda. O más bien, pasa del inocente enamoramiento por su compañera de trabajo Audrey a una tétrica complicidad con Audrey II, la misteriosa planta que supo cultivar de pequeña sin saber que se transformaría en un monstruo devorador de gotas de sangre humana primero, de personas enteras en su momento de máximo esplendor.
Dos veces película, en 1960 con dirección de Roger Corman; y en 1986, de Frank Oz, así como varias veces comedia musical en escenarios desde Broadway hasta Buenos Aires, La tiendita del horror volvió por un breve ciclo al Teatro Astral, en la puesta de Axel Jeannot, manteniendo viva la eficacia del divertimento terrorífico de la planta caníbal que contamina de alguna manera con su instinto asesino a quien la cría.
Estética, personajes y trama emparentan la puesta con el cómic, a partir también de la presencia in crescendo del monstruo vegetal sobre el escenario. Cierta linealidad que implica este concepto caricaturesco de puesta en el desarrollo de la trama se ve compensada por la plasticidad que exhibe el elenco de actores, aún dentro de la caracterización cercana a la macchieta de sus papeles.
Y aporta ritmo ágil y un constante aire fresco a la obra la particular dinámica de la partitura de Alan Menken, por la que se intercalan hábilmente las intervenciones de tres intérpretes –Paula Chouhy, Juana Silveyra y Belén Bilbao– que forman un eficaz coro, tanto desde el punto de vista musical como del dramatúrgico, de sus acotaciones para establecer puentes y puntuaciones a la historia.
Seymour, interpretado por Federico Couts, encuentra en esa transición de la inocencia a la pulsión homicida el camino para deshacerse del novio de Audrey (Luly Chouhy), un arrogante dentista motorizado con tendencias sádicas (Mike Chouhy). De paso también desplazará al dueño de la florería (Juan Daneri) y se verá tentado de usufructuar de la inesperada celebridad que alcanza la antes intrascendente florería. Pero los años colaterales amenazan con tragarse a todo el elenco.
La rivalidad central en el planteo de apertura del musical, entre el florista y el dentista, por el amor de Audrey, la de carne y hueso, recorre contrapuntos que preanuncian el siniestro devenir, cuyo eje se desplaza en el segundo acto al tour de force por la preeminencia como orquestador de la alimentación de Audrey II, la vegetal por cuyos vasos de clorofila circula sangre. El monstruo verde ocupa cada vez más espacio sobre el escenario, manipulado por el invisible titiritero Máximo Perez Artusi.
Los hechos se precipitan por una pendiente un tanto previsible que estira un tanto la segunda parte. La exacerbación de Seymour refleja su desesperación ante una situación que vislumbra sin otra salida que la destrucción total, pero lleva un tono en el que se pierde la sutileza que ponía en juego cuando era un looser sin horizontes. Nuevos personajes secundarios no tienen espacio ni tiempo para crecer ya lo suficiente como para constituirse en alternativa a los ya que han sido deglutidos. Lo dicho, la planta se traga todo.
La vuelta de tuerca final deja flotando un dejo de inquietud que, a tono con la clave de humor de la obra, genera una sonrisa más en el espectador. De todos modos saldrá mirando con algo de desconfianza las macetas con que se cruce de retorno a casa.
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