Estrenos de teatro. La política, el amor y el desamor en varias versiones de una misma pieza
Inés Estévez y Malena Solda se destacan ampliamente en una de las cuatro versiones de Plagio, la obra de Mariela Asensio y José María Muscari
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Dramaturgia: Mariela Asensio y José María Muscari. Dirección: José María Muscari. Intérpretes: Inés Estevez y Malena Solda (versión Ellas); Diego Ramos y Nicolás Pauls (versión Ellos); Esther Goris y Nico Riera (versión Ella y Él); y César Bordón y Thelma Fardín (versión Él y Ella). Escenografía: Graciela Galán. Iluminación: Eli Sirlin. Vestuario: Javier Tschudy. Teatro: Regina, Santa Fe 1235. Funciones: martes y miércoles, a las 20.30 (Ellos); viernes, a las 22; sábados, a las 19; y domingos, a las 17.30 (Ellas); viernes, a las 20; sábados, a las 21 y domingos, a las 19.30 (Ella y Él); y domingos, a las 21.30 (Él y Ella). Duración: 60 minutos.
La idea de la dupla Asensio/Muscari –la misma que concibió Perdida Mente, el éxito de la Av. Corrientes que va por su tercera temporada– es buena y original: una obra en cuatro versiones, con distintas duplas de actores, ofrecidas en diferentes días y horarios. Aunque se podría ver una sola versión, ya que la historia es clara y no demanda segundas lecturas, Plagio invita a la comparación de todas ellas, en beneficio de unos y en detrimentos de otros. Esto es lo mejor y lo peor de la propuesta que ocupa el escenario del Teatro Regina desde la semana pasada.
Aunque publicitada como “cuatro versiones de un mismo amor”, Plagio bien podría definirse como “cuatro versiones de un mismo desamor”, porque en realidad lo que cuenta poco tiene de romántico, más allá de que incluya escenas de sensualidad y hasta de sexo (con mayor o menor carga erótica según la pareja de actores). Y es entendible: la trama se encuentra enmarcada en el mundo de la política, que, como sabemos, dista mucho del terreno de los afectos y se regodea en el de los subterfugios, las especulaciones y las operaciones maquiavélicas. En ese sentido Plagio es una radiografía muy interesante de ese ámbito variopinta y de lo que, puertas adentro, puede provocar en sus protagonistas.
La historia medular es una: la de un candidato a presidente que luego de dar su discurso final de cara a la inminente votación se encuentra en su bunker a solas con su asesor, el artífice de su campaña, de su éxito y de todos sus discursos; a la sazón también su amante y pareja no oficial. “Nada es de nadie y todo es de todos”, se excusa el candidato, haciendo suya la famosa frase de Andy Warhol. ¿Pero esto es realmente así? ¿De quién son las palabras que pensamos? ¿Cuánto le debe él a su asesor? ¿Uno es el plagiador del otro? Lo que cambia es la perspectiva de género: en una versión (la más convencional) el candidato es hombre y el asistente, mujer; en otra, los roles se invierten; mientras que la tercera incluye a dos mujeres y la cuarta, a dos hombres. En un par de versiones, además, se suma la diferencia de edades y todo lo que eso significa a la hora de detentar el poder (en el país y en una relación) o de sucumbir ante él.
La obra está dividida en nueve segmentos, titulados “Festejo”, “Palabras”, ”Debilidad”, “Hastío”, “Redes”, “Suciedad”, “Carroña”, “Asco” y “La verdad”, que se encuentran separados por una selección de temas musicales que cumplen un rol decisivo en el crescendo dramático, ya que generan climas y anticipan lo que vendrá (como suele ocurrir en todos los espectáculos de Muscari). También, en una pantalla al fondo del escenario, circulan videos que acompañan o remarcan determinadas situaciones. El texto refiere en tono irónico e impiadoso a diversas figuras de la plana mayor de la política local, como Elisa Carrió y Patricia Bullrich, y también se interna en el mundo impune de las redes sociales. En el medio hay alusiones a la astrología (“todo es culpa de Mercurio retrógrado”) y a las adicciones, un combo inesperado, que parece tener incidencia en los destinos de la patria.
Cada pareja de intérpretes le impone su impronta a los personajes y a la historia, pero hay una sola que se apodera de ella y la hace propia: la de Inés Estévez y Malena Solda. Todo lo que dicen y hacen resulta creíble (inclusive las escenas de intimidad sexual, a las que no les temen), y mantienen viva la tensión y el interés por el desenlace hasta el final. Incluso modifican parte de los diálogos, descartan frases hechas o latiguillos publicitarios (que si bien conforman el reconocido estilo posmoderno de Muscari, a veces agobian). Y hasta se atreven a cambiar el final, que en las otras versiones queda abierto. Ya en la primera escena, cuando Estévez ofrece su discurso como candidata, marca la diferencia y pone la vara muy alta. En fin, Plagio, en manos de Estévez y Solda, es otra obra. Es un placer verlas actuar como dupla, y la química que demuestran en escena hace fantasear con otros trabajos venideros. De las otras versiones, más sujetas al texto original de Asensio/Muscari, cabe destacar los desempeños de Nicolás Pauls y Thelma Fardín.
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