Estrenos de teatro: La noche se está muriendo muestra el encuentro mágico entre Federico García Lorca y Margarita Xirgu
Martín Ortiz se aleja de la solemnidad y el tono engolado para contar un divertimento ficticio pero delicioso entre el escritor granadino y la estrella catalana de la escena nacional
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La noche se está muriendo. Autoría: Martín Ortiz. Intérpretes: Lorena Szekely y Mario Petrosini. Escenografía y vestuario: Jorgelina Herrero Pons. Iluminación: Eduardo Safigueroa. Sonido: Hernán Fernández. Dirección de actuación: M. Ortiz. Dirección general: M. Ortiz y J. Herrero Pons. Sala: El Crisol, Malabia 611. Funciones: sábados, a las 22. Duración: 55 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Nunca faltan en la cartelera las obras que enfrentan a dos personajes históricos. Encuentros reales a los que el teatro les da carnadura y otros totalmente imaginarios. Puede resultar o no más o menos atractivo, según la puesta, pero en ambos casos y en general, lo que se arma es una exposición y argumentación de idearios opuestos y un engrosado intercambio de reproches.
Escrita por Martín Ortiz (Cisneros: una tragedia argentina) y también director junto con Jorgelina Herrero Pons, La noche se está muriendo sería el ejemplo de cómo, a veces, esos encuentros pueden alejarse de la solemnidad, el tono engolado y la necesidad apremiante de explicarlo todo para convertirse en mágicos. En primer lugar, por lo pertinente de la coincidencia entre Federico García Lorca (interpretado por un actor que, además, se le parece, Mario Petrosini) y Margarita Xirgu (Lorena Szekely, la actriz de Pajarita, de Guillermo Parodi), dos amigos entrañables: la catalana fue la protagonista y directora de muchas de las obras del granadino. En 1945, en el teatro Avenida de Buenos Aires, la actriz y directora estrenó La casa de Bernarda Alba, casi una década después de ser escrita en el mismo año, 1936, en que Lorca fue fusilado por los franquistas.
Los espectadores observan un camarín y a una voz detrás de un cortinado de las últimas líneas de Bernarda, seguida de aplausos. Cuando entre al camarín, va a tener una sorpresa. Invocado por su actuación, el viejo amigo se presenta a brindar, a recordar anécdotas y a pedirle que no vuelva a España. A partir de este momento, todo en escena es puro juego y disfrute.
Como siempre sucede con obras históricas, aparecen nombres citados alrededor de algún chisme –por ejemplo, Jorge Luis Borges y el posible rechazo o la envidia que le provocaba el poeta y dramaturgo, o el de Lola Membrives, rival de la Xirgu–, guiños que corren el riesgo de resultar forzados pero que la ductilidad de los actores permite que fluyan en el intercambio de color y alegría que mantienen, mientras chocan sus copas de vino o se cambian el vestuario.
En esa armonía de acciones, se intercalan breves fragmentos de obras lorquianas. Los dos interpretan, juegan, se enlazan a recordar aquellos textos que sabían compartir: los más tradicionales y consagrados como Yerma y Doña Rosita, la soltera, y otros, menos conocidos y surrealistas como El público y Así que pasen cinco años. Esa magia del encuentro se transmite con pasión gracias a estos dos grandes intérpretes. Mientras el fascismo mata y acecha, la amistad y el arte rompen las distancias. No sólo en el escenario, sino con el público esa comunicación cobra vida.
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