Estrenos de teatro. La memoria de los años oscuros en la Argentina está en la obra Los gritos no sagrados
Hernán Cuevas, el actor de División Palermo, dirigió y creó un trabajo que explora las atrocidades cometidas entre 1976 y 1982
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Autor y director: Hernán Cuevas. Intérpretes: Gabriel Schapiro, Jairo Rolón, Silvia Bek, Silvia Balcells, Florencia Fontan, Gustavo Pérez Lindo y Julieta Fernández. Iluminación: Manuel Mazza. Escenografía: La compañía del grito. Sala: El Método Kairós, El Salvador 4530. Funciones: domingos, a las 20.30. Duración: 70 minutos. Entradas: www.alternativa.com.ar
Hernán Cuevas es actor, director y dramaturgo. Viene representando ininterrumpidamente su pieza Los gritos no sagrados, desde 2015, con excepción de la época de pandemia. La hizo con distintos elencos y en espacios diversos. En su rol actoral, por estos días se lo puede ver en la exitosa serie de Netflix, División Palermo y en la obra Babel cocina. Su pieza toca de frente, en tono de una fábula circense, con elementos realistas, irónicos y hasta burlescos, los años oscuros de la Argentina, durante el Proceso Militar. “Pan y circo, pero también memoria. Seguir contando nuestra historia. La pieza está inspirada en diversas historias atravesadas por el trágico golpe cívico militar del año 1976, en Argentina”, sintetiza su autor.
Su propuesta es contundente, tiene un atisbo político, pero más bien se inclina por ese teatro de “barricada”, que intenta concientizar de los hechos a partir de la utilización de un texto y de una estructura sensorial, hecha de pequeños efectos, que impacten en el espectador.
La acción, en apariencia, podría transcurrir en una plaza pública, en un salón o cualquier otro espacio abierto. Hay banderines colgados, globos, un payaso y un mimo que juegan como maestros de escena pero, a la vez, representan las voces de la autoridad que –por instantes– se imponen para ordenar secuencias o modificar situaciones. Incluso hasta se permiten en la apertura, imitar los famosos comunicados de la Junta Militar cuando intentaba transmitir una orden a la opinión pública.
El texto de Hernán Cuevas es desparejo, por instantes parece escrito “atropelladamente”, como si fuera una catarsis y se nutre de las tantas situaciones que se han escuchado una y mil veces sobre la tragedia vivida por muchas de las víctimas que más tarde han desaparecido, o lograron sobrevivir. Sus textos, por instantes, se muestran desordenados, inconclusos o son leves enunciaciones de lo vivido por las tantas presas o presos políticos que han estado en cautiverio. Por momentos, como espectador, es tanta la emoción que despiertan algunas palabras dichas, por ejemplo, por el personaje de una abuela, de una madre o de una embarazada, o un soldado, que el público tal vez hubiera querido que se le diera más tiempo de desarrollo dramático a ese relato. La emoción se abre y queda en carne viva aún hoy al escuchar determinadas palabras o relatos. Pero como un carrusel algo desbocado la obra sigue su derrotero, por testimonios, que refieren, en uno de los casos, a aquella mañana en la que un hijo desapareció y su madre, aún por las noches –lo confiesa el personaje– sigue manteniendo viva la ilusión que algún día quizá vuelva a abrir la puerta de su casa. Esta especie de manantial litúrgico de tragedias, de las que nadie ha quedado indiferente, recorre instancias que dejaron huellas imborrables en los argentinos. Así también asoma la Guerra por las Malvinas y breves relatos de soldados. Las escenas breves, intensas, algunas más impactantes que otras, quizás algo confusas por la rapidez con la que se detalla un hecho, se suceden sin pausa. Del mismo modo que en un instante se recuerdan algunos eslogan de la época, como aquella frase que decía “los argentinos somos derechos y humanos”. Ya sobre el final se escucha la canción Los dinosaurios (1983), de Charly García. Sin obviar el Mundial de 1978.
Con este entramado de relatos y situaciones mencionados, en los que Hernán Cuevas parece haber querido poner todo, porque cómo él dice para no olvidar, construyó una trama en la que se luce su meritorio equipo de intérpretes. En su puesta en escena, el director delineó espacios, delimitó cenitales, sugirió explosiones, bombas de humo y hasta el sonido incesante de las teclas de una vieja máquina de escribir. Los que provocan una serie de efectos que mantienen atento al espectador. Sobre el final se destaca el monólogo del personaje de Ella, una especie de Amazona desaforada que grita a viva voz: “¡me ven entera, de pie y de frente siempre, con la verdad siempre, sincera siempre, existo!”. Cuevas cierra su pieza dejando el recuerdo de una etapa muy difícil de olvidar para cualquier argentino.
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