Estrenos de teatro. La madre de la patria es un merecido homenaje a María Remedios del Valle
Manuel Belgrano la bautizó como “Capitana” por su lucha por la independencia, pero terminó sus días mendigando en las escalinatas de una iglesia sin que se le concediera una pensión por su servicio militar; gran trabajo de Dayana Ber´mudez Cortez.
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Dramaturgia, dirección: Mario Moscoso. Intérpretes: Dayana Bermúdez Cortez, Pablo Cominassi, Julio Tejeda, Gaboo, Mario Moscoso, Hernán Schifano. Vestuario: Alicia Macchi. Escenografía: María Celeste Etcheverry. Música incidental: Rodrigo Molina. Música en vivo: Pablo Cominassi, Jansel Torres. Arte visual: Mauricio Brunetti. Asistencia de dirección: Hernán Schifano. Puesta de luces: Ricardo Sica. Sala: Ítaca Complejo Teatral, Humahuaca 4027. Funciones: Miércoles, a las 20. Duración: 50 minutos.
La madre de la patria esta vez no es un nombre ficcional. El título de la propuesta escénica retoma un acontecimiento histórico y una serie de figuras del orden de lo real. “La madre de la Patria” es el modo en el que se llamó a María Remedios del Valle, a quien Manuel Belgrano bautizó como “Capitana”.
Una mujer que luchó en las guerras de la Independencia, que estuvo en la Campaña del Alto Perú a la que se sumó con su marido e hijos. Ellos murieron pero ella siguió luchando. Una de las razones que permiten el rastreo de su historia –en lugar de su borramiento definitivo– fue el hecho de haber pedido algo así como una pensión que les tocaba a los soldados por el hecho de haber combatido. Y las palabras testimoniales, entre otras, de Viamonte quedaron registradas como una comprobación de su existencia, su lucha, su valentía. La persona existió, los acontecimientos también, la humillación, sin duda. Es necesario decir que no funciona del mismo modo que si hubiera sido todo una construcción sostenida en la imaginación de un dramaturgo. Hay, incluso, alguna que otra palabra literal e histórica en la propuesta de Mario Moscoso arrancada de un pedazo de la historia.
En la puerta de la sala hay un soldado de consigna, arma en mano. Mientras el público se instala, observa una serie de espacios claramente divididos. A partir de señales simples se articulan los límites –que en cuanto se inicie– hará saber que no sólo hay distancia en el espacio sino fundamentalmente en el tiempo. Adelante, ella: una mendiga pidiendo limosna en la puerta de una iglesia. A un costado una especie de personaje comodín que no está ¿ni en un espacio ni en otro? Atrás, Belgrano, Viamonte, un soldado… un descanso en el campo de batalla. El espacio escenográfico del tiempo de batalla es un espacio de intimidad, el camastro, el sitio donde Belgrano se recuperará de sus dolencias y sus heridas, el sitio en el que se permiten conversar, plantear puntos de vista, probar ungüentos, en fin.
Las primeras palabras que el personaje de María pronuncia se interrogan por su situación de extrema pobreza ¿por mujer, por negra, por revolucionaria? Son las tres características las que la arrojaron envuelta en trapos sucios a mendigar frente a la puerta por la que desfilará lo más acomodado de la sociedad. Sin duda, la potencia de Dayana Bermúdez Cortez, es un aporte central en esta puesta.
Ir hacia atrás en el espacio será ir hacia atrás en el tiempo. Seremos testigos del bautismo de Belgrano (aunque su forma no permite confirmar del todo que no se trate de una ironía, tal vez, el cambio de opinión es demasiado veloz y sin matices: de echarla a nombrarla capitana en pocos pasos; ahí ayuda el acontecimiento histórico para entender).
Con pocas secuencias reconstruirán las batallas, las caídas y harán algo más: mostrarán las contradicciones del personaje de María de los Remedios del Valle que ha salido ha luchar siguiendo los mandatos de Belgrano, quien estaba jugando su propia lucha en un modelo de país que no resultó victorioso. Justamente porque se escribió un triunfo de soldados hombres y blancos. Lo demás fue silencio.
María, personaje, fue construido en capas, con dobleces, con recovecos. Tal es así que abofetea a su hijo, herido de muerte, en sus propios brazos y, por supuesto, se arrepiente. ¿Cómo elegir entre el bien individual-familiar o el colectivo-nacional? ¿Cómo hacerlo sin desgarros?
Un avance en el tiempo y el personaje de Viamonte tiene que convertirse en testigo de la lucha de esa mujer ante quienes tienen que decidir su subsistencia. Qué parecido con las voces necias de nuestra legislatura actual, con argumentos tan alejados del sentido común y ni qué decir de la empatía.
Por suerte, la puesta no decide terminar con las voces de dos personajes hombres hablando por o en nombre de una mujer, a la que se ve en escena, acurrucada a un costado. Ella volverá a tener voz. Ahora sí, en términos definitivamente ficcionales, encara a un Belgrano ya muerto, al que le pide, le reclama que testifique por ella. La historia no fue justa. Por suerte, de a poco, algunos gestos recuperan a la protagonista escondida ¿por mujer, por negra, por revolucionaria?
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