Estrenos de teatro. La gran renuncia: el placer de dejar de marcar tarjeta
Lisandro Fiks realizó una versión aggiornada de La fiaca, comedia clásica de Ricardo Talesnik que hace foco en un individuo que decide no ir más a trabajar
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Autoría y dirección: Lisandro Fiks, en versión libre de La fiaca, de Ricardo Talesnik. Intérpretes: Gastón Cocchiarale, Laura Cymer, Abian Vainstein, Lisandro Fiks y Romina Fernandes, con participación de Luis Brandoni en pantalla. Música: Daniel “Pipi“ Piazzolla y Lisandro Fiks. Escenografía y vestuario: Micaela Sleigh. Iluminación: Agnese Lozupone. Proyecciones: Juan Selva. Sala: Teatro de la Ribera, Pedro de Mendoza 1821. Funciones: jueves y viernes, a las 19; sábados y domingos, a las 17. Duración: 100 minutos.
La rutina laboral como alienación, como renuncia a disfrutar la vida, adopta formas diversas a medida en que cambia la organización del trabajo, las modalidades y tecnologías mediante las que se realiza el trabajo necesario para llegar a fin de mes. Y cada una de ellas genera también sus reacciones de rebeldía. La última de ellas, es la llamada “gran renuncia“, etiqueta bajo la cual aglutinó un académico estadounidense la fuerte ola de abandono de puestos laborales de quienes vislumbraron en medio de los males de la pandemia una posibilidad de ganar autonomía quedándose en casa.
Cincuenta años atrás, una obra de Ricardo Talesnik ponía sobre el tapete la angustia vital de un empleado de oficina, que no puede dejar de mirar el despertador que lo conminará a levantarse para ir a trabajar. La historia en tono de comedia pasó al poco tiempo a la pantalla del cine, protagonizada al igual que en el teatro por Norman Briski. Se trataba de La fiaca, que se convirtió en un éxito al haber tocado un nervio sensible para amplias capas de la población.
Lisandro Fiks retoma ahora la obra de Talesnik y la traspone a la actualidad a través de la lupa del concepto acuñado el año pasado por aquel estudioso estadounidense. No son los relojes, sino las pantallas de las redes sociales las que marcan el ritmo. Y ya ni siquiera hay descanso nocturno, ante la omnipresencia y ubicuidad de la transmisión de mensajes.
En La gran renuncia, Vignales es un empleado de una agencia de publicidad que debe entregar un trabajo al que le cambian constantemente las condiciones, en un minuto a minuto de la vida laboral que lo absorbe. Hasta que decide desconectar. Como en la obra original de Talesnik, Vignales enfrenta la incomprensión de su pareja, así como el intento de un compañero de oficina de persuadirlo para que vuelva al trabajo, pero que termina asociándose en algunos tramos a su viaje en busca de una nueva libertad. Ante la imposibilidad de comunicarse por el celular también interviene en forma personal la misma jefa de la agencia de publicidad. Es un intento más fuerte, su pragmatismo apunta a hacer del problema que le surgió con su empleado una oportunidad... para optimizar el negocio.
El aggiornamento de la historia encarado por Fiks también pasa por la incorporación de proyecciones que hacen presente el acoso que significan los mensajes constantes en la pantalla del celular, dando un entorno y una dinámica de toque contemporáneo a una escenografía de cierto convencionalismo vintage: el living setentista en torno a cuyo sofá se desarrolla toda la acción.
El uso de micrófonos en el teatro le otorga inteligibilidad perfecta al texto, pero le quita matices en su emisión desde la posición fija de los parlantes. Los actores se ven impelidos por la mecánica de la puesta en escena a avanzar en diálogos veloces que rematan en gags verbales, montados sobre una observación atenta, aunque no demasiado profunda, de las costumbres que naturalizamos en los últimos años, quedando en el olvido los tiempos en que se jugaba poniendo el propio cuerpo en movimiento, y no los pulgares sobre la pantalla.
El elenco transita la obra con más énfasis en no perder el ritmo ágil de comedia que en darle intensidad a los personajes. Gastón Cocchiarale carga con la tarea ímproba de atravesar los diversos estadios que embargan al protagonista, de encarar los duelos a que lo desafían sus sucesivas contrapartes en el renuncio: primero su pareja (Laura Cymer), luego su compañero de trabajo (el mismo autor y director, Lisandro Fiks), su padre (Abian Vainstein), la jefa (Romina Fernandes) e incluso un abuelo casi desde el recuerdo, interpretado por Luis Brandoni, pregrabado en pantalla.
La música de “Pipi“ Piazzolla –un guiño también a su abuelo Ástor, autor de la música de La fiaca– acelera la angustia del acoso a Vignales a través de las redes, traza puentes entre climas diversos y se vuelve más placentera cuando el protagonista decide detener su conexión a las redes y hasta se le ocurre volver a leer un libro, el Quijote (otro que decidió salirse de las pautas impuestas por sus contemporáneos). Pero Vignales no logra desentrañar el lenguaje del personaje de Cervantes...
La mueca cruel con que terminaba La fiaca se convierte en La gran rebeldía, en una vuelta de tuerca final de paradójica ironía, en una imagen en pantalla.
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