Estrenos de teatro. La diosa de la fortuna, una comedia para el lucimiento de Ana María Cores
La comedia de Víctor Winer que dirige Lía Jelín está en etapa de preestrenos, hasta su debut oficial en enero de 2023
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Autor: Víctor Winer. Dirección: Lía Jelín. Intérpretes: Ana María Cores, Fernando Lúpiz, Juan Paya, Marcelo Sein y Manu Biaggini. Escenografía y Vestuario: Vanesa Abramovich. Luces: Matías Canony y Mario Gómez. Música original: Martín Bianchedi. Coreografía: Marina Svartzman. Teatro: Astros, Corrientes 746. Funciones: lunes, a las 21. Duración: 75 minutos.
Entre tanta comedia importada del exterior siempre es agradable la presencia de algún exponente local del género, ya sea en el circuito teatral comercial como en el independiente. En el caso de La diosa de la fortuna, el atractivo es doble por la presencia de Lía Jelín en la dirección, reconocida artífice de éxitos como Confesiones de mujeres de 30, Aryentains, Monólogos de la vagina, El placard y el longevo Toc Toc. Y hasta triple si se menciona la presencia protagónica de Ana María Cores, en su regreso triunfal a la comedia brillante (y disparatada, por cierto), en plena avenida Corrientes, luego de años dedicada (casi excluyentemente) a los musicales infantiles y para adultos.
De todos modos se podría decir que el nuevo opus del prolífico Víctor Winer (Buena presencia, Quince días para hablar de amor, Los Soviets de San Antonio y Amplemann, entre una veintena de títulos) es una suerte de work in progress, que mejoraría su resultado general con algunos cambios y ajustes (que es de esperar sucedan con el devenir de las próximas funciones pre-estreno de noviembre o en enero, cuando debute oficialmente en la temporada teatral porteña de verano). Por el momento es un ejercicio de comicidad con algunos minutos de más, ciertas incongruencias en la trama y mucho grito, que alcanza el promedio de aceptable gracias al oficio y la entrega sin límites de Cores, verdadera puntal de la propuesta. Es que la obra parece haber sido concebida en torno a ella, para que pueda lucir todos sus recursos para la comedia, lo que no quita que al final no termine, también, cantando y bailando, en un sorpresivo y plausible plus del espectáculo. Todo esto, luego de realizar diversos ejercicios de Pilates a lo largo de las escenas, con mancuernas y pelotas. Todo un ejemplo de destreza física que es coronado con el aplauso a telón abierto del público de la tercera edad (que es el que mayoritariamente colma la sala del Teatro Astros). Por lo tanto, si nos reducimos específicamente a su desempeño general, la visión de La diosa de la fortuna vale fervorosamente la pena; o, mejor dicho, la gracia.
La obra se centra en una madre (Ana María Cores) y un hijo (Juan Paya), quienes viven juntos y deben lidiar con sus fobias y excentricidades. Ella es una sesentona con aire juvenil, aparentemente ama de casa, que encubre su verdadera personalidad tejiendo en un sofá, mientras que él es un visitador médico a nivel nacional cuarentón, fracasado en el amor, hiperquinético y verborrágico, que sufre trastornos de ansiedad y asma. La dupla entra en colisión cuando queda al descubierto el presente y pasado timbero de Estela y un reciente amor –surgido justamente al calor de las maquinitas y las fichas de un casino– amenaza con desalojar a Ignacio de su habitación y desencadenar el resistido destete. Luego de la exposición de la relación materno-filial y el incipiente conflicto, la obra da pie a la aparición del mencionado objeto de interés amoroso de Estela y de otros dos más, a cual más excéntrico (papeles interpretados por Fernándo Lúpiz, Manu Giaggini y el efectivo Marcelo Sein).
El desarrollo realista de la trama se rompe con la irrupción de un segmento fantástico (bien enmarcado por el diseño de luces pero de confuso desarrollo dramatúrgico), en el que se anoticia que la protagonista es en realidad una diosa griega –la del título de la pieza–, que luego de un escarceo íntimo con Zeus tuvo un hijo al que ahora le reclama que tome su posta timbera y se convierta en “un semi dios croupier” para poder –finalmente– triunfar en el amor y no quedar obligada, por los siglos de los siglos, a hacerlo exclusivamente en el juego. Es difícil entrar en sintonía con ese segmento del espectáculo, sobre todo porque no queda claro si se trata de una licencia “poética” del autor o de un delirio del personaje. No obstante, Cores le saca partido a la poca credibilidad de la situación –extremando sus recursos más payasescos– y logra llevar a buen puerto (también) el último tramo de la comedia.
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