Estrenos de teatro. La desobediencia de Marte, entre la ciencia y el arte escénico
Un interesante juego tan didáctico como conmovedor a cargo de dos intérpretes del tamaño de Osmar Núñez y Lautaro Delgado Tymruk
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Dramaturgia: Juan Villoro. Dirección: Marcelo Lombardero. Intérpretes: Osmar Núñez, Lautaro Delgado Tymruk. Diseño de Vestuario: Luciana Gutman. Diseño de escenografía: Matías Otalora. Diseño de iluminación: Horacio Efron. Entrenador actoral: Juan Ignacio González Cano. Asistente de dirección: Mercedes Marmorek. Funciones: viernes, sábados y domingos, a las 20. Sala: Centro Cultural de la Ciencia, Godoy Cruz 2270. Entradas gratuitas.
Como todas las propuestas escénicas, ésta tiene su historia. Pero en este caso en particular esa historia acaba de abrir una puerta: La desobediencia de Marte es una coproducción entre el Ministerio de Cultura, a través del Teatro Cervantes y Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación de la Nación. Los muros que separan la ciencia y la cultura son vestigios de miradas incompletas, pero fundamentalmente desviadas. Es de celebrar esta búsqueda de encuentro concreto. En principio, el espacio físico es el Centro Cultural de la Ciencia C3 y lo que se tematiza es un encuentro entre dos astrónomos (al menos de inicio): el astrónomo y matemático alemán, Johannes Kepler y Tycho Brahe, astrónomo danés y matemático, con la intención descifrar las trayectorias de las órbitas de los planetas, en particular, la de Marte.
Habiendo dejado atrás una época que Arthur Koestler describe como en la “que solo había una respuesta para cada pregunta, (y) el edificio del conocimiento ya estaba completo”, las preguntas se multiplican y son escasos los lugares donde no predomina algo de incertidumbre. Los personajes, Tycho Brahe y Kepler, son antagónicos y lo son también sus modos de vida. La desobediencia de Marte presenta un encuentro en el que para arribar a una conclusión que servirá para formular leyes sobre el movimiento de los planetas en sus órbitas alrededor del sol, cada uno deber aportar algo de lo suyo y a la vez, abandonar algo. Uno trae instrumentos precisos; el otro, hipótesis. Sin embargo, una sorpresiva transformación convertirá el espacio de los científicos de 1600 en escenografía y a ellos en actores. Entonces las afirmaciones de Kepler: “Los números describían una forma horrible” o “El universo es asquerosamente real” cambian de perspectiva y se inscriben en textos ajenos en el marco de un ensayo teatral.
El vestuario se aligera y se muestran los signos escondidos de lo teatral y en una trama prolija y cuidada, los discursos antagónicos cambian de protagonistas, pero el conflicto continúa. Ahora, Osmar Núñez y Lautaro Delgado Timruk llevan a cabo el papel de actores, los contrapuntos cambian en los temas, pero las posiciones trazan una línea con los otros, los astrónomos enfrentados. Ellos también se necesitan y se desconfían, ocupan lugares diferentes en el campo de legitimación. Y de nuevo, la interrogación ¿qué es importante alcanzar? El actor de mayor trayectoria le dice a más joven: “Kepler conquistó la posteridad, de qué te sirve ser inmortal si ya estás muerto”. Juan Villoro, dramaturgo, articula un texto que puede funcionar en ambos tiempos: hacer coincidir las preguntas-pilares. Marcelo Lombardero, el director, construye un espacio escenográfico que no reconocemos como tal hasta que no se produce el cambio de época y de función, hace que se despojen de los indicios que los construyen como astrónomos de a poco, como si algo permaneciera como permanece el vínculo en conflicto.
Entrará en disputa el ego, las comunidades teatrales (más aún, las de los intérpretes que entran y salen del teatro para ejercer otros trabajos actorales) y se pondrá en el tapete el delicado lugar de la memoria. Fundamental en todos los terrenos de la vida, qué podría decirse del sitio que ocupa en la vida laboral de quien actúa. Para una obra de texto, como lo es ésta, se necesitan actores extraordinarios –como los que llevan a cabo esta tarea– y que sean capaces de mantener la tensión, el ritmo, ocupar el espacio (simbólico y bello de Matías Otálora), vestir y desvestir en parte, el magnífico vestuario de Luciana Gutman.
La desobediencia de Marte, puede observarse en el título, se inclina levemente para el lado de lo poético, “no hacer lo que se ordena”. ¿Quién podría decirle a un planeta lo que tiene que hacer?, ¿qué posibilidad tendría de no hacerlo? Con la puerta abierta a establecer vínculos entre la ciencia y la cultura lo que queda de ahora en más es romper las fronteras de lo posible para llegar a lugares que, ahora, no podemos imaginar.
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