Estrenos de teatro. Jardín imposible retrata de manera creativa y conmovedora la tragedia de Cromañón
Una creativa y transformadora propuesta con canciones, lenguaje de sombras y un diseño lumínico que contribuye a la dramaturgia
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Dramaturgia, dirección, composición: Lucía Fernández Echeverría. Intérpretes: Paloma Rodríguez, Gonzalo García Gualtieri, Agustín Ferrari. Producción musical: Federico Migliano. Coreografía: Carolina Carniglia. Arreglos corales: Sonia Alemán, Lucía Abella. Producción ejecutiva: Gonzalo Dozo. Producción general: Luza Teatro. Sala: El Método Kairós, El Salvador 4530. Funciones: Jueves, a las 21. Duración: 70 minutos.
Cuando surge en la dilatada cartelera porteña una ópera prima la pregunta inmediata es ¿por qué ir a verla? En principio porque Lucía Echeverría logra una propuesta original e inicia, sin dudas, un camino propio.
La joven dramaturga, directora y compositora Lucía Fernández Echeverría ganó, en 2021, el Certamen Nacional de Teatro Musical (CENATEM) con Y que me digas cachivache, que tuvo algunas funciones a finales de 2022; lo mismo sucedió con el trabajo en proceso de Jardín Imposible, en el Centro Cultural Recoleta ya que su proyecto se desarrolló en el marco del Laboratorio de Teatro Musical perteneciente al Centro de Capacitación Artística y Profesional de la Dirección General de Enseñanza Artística.
¿Qué se ve en el escenario? Una tela blanca, tres practicables, tres intérpretes (Paloma Domínguez, Gonzalo García, Agustín Ferrari) Imposible, como el jardín, calcular el jugo que se le va a sacar a esos elementos que, a priori, parecen escasos. Jardín imposible tematiza lo sucedido en Cromañon. ¿Tematiza? A medias. La historia está enmarcada en el relato de Javier, un músico al que entrevistan y no se atreven a preguntarle sobre su historia en aquella trágica noche del 30 de diciembre de 2004. Él está dispuesto a hablar, a reconstruir, a contar. Sobrevivió, pero perdió a Mariana, su hermana mayor.
Jardín imposible es, al menos en parte, la reconstrucción de Javier, su memoria, la articulación arbitraria de sus recuerdos. Eso habilita los procedimientos que pone en juego Fernández Echeverría porque la fragmentación como paradigma es la que organiza toda la propuesta. En ocasiones, Javier, que era un niño en el tiempo narrado plantea hipótesis de cómo fueron las cosas. Pero la convención es la convención y si es necesario poner la focalización en otro lugar, se hace sin problema.
El lenguaje de sombras tiene un rol preponderante en la puesta y permite jugar con los tamaños, inscribir siluetas, posibilita el pasaje del intérprete oculto a su reconocimiento de este otro lado de la tela. Va, por sobre todo, a permitir un modo de representación de lo casi irrepresentable. Un sitio en el que no se podía ver, no se podía distinguir rasgos, colores, particularidades específicas. Porque el lenguaje de sombras tiene esa posibilidad: hacer desconocer un objeto de manera sencilla manipulando los modos de acercamiento a la fuente de iluminación.
Jardín imposible tiene dramaturgia de iluminación, el trabajo lumínico narra una parte central de la historia. A veces, lo hace de modo previsible como el juego saturado con los rojos, pero en la mayor parte de las ocasiones articula discurso: aísla a los intérpretes, arma conjunto, oscurece las intenciones, en fin, ya se comprende. Fernández Echeverría se arriesga a probar. Toma la escena de manera arriesgada, lúdica. Decía que Javier recordaba acontecimientos de su infancia, en algún momento, manipula a Iñaqui (el novio de su hermana) ¿acaso hay otro modo de recordar que ir acomodando las piezas de nuestra memoria, es decir, manipulándolas?
En relación con lo que se cuenta, es decir, con la historia, construida de a pedacitos, recuerdos que aparecen o se construyen, el orden del relato es una sucesión un poco arbitraria de tiempos, personajes, situaciones: el colegio, los problemas en la casa, el cuidado de Mariana, su militancia en un centro cultural, la madre de Iñaqui… pero los cuerpos de los intérpretes también recurren a cierta fragmentación en los movimientos. Una búsqueda de desnaturalizar el cuerpo. Un obstáculo en la lectura de esos cuerpos en escena, se quiebran los movimientos, adquieren una coreografía organizada. A su vez, es muy interesante cómo se crean los momentos de recitales. De nuevo, convención a pleno, sombras, efectos sonoros, luces.
El acontecimiento referido es histórico pero la decisión escénica está en las antípodas de la documentalización. Cuando Iñaqui le regale a Mariana para su cumpleaños de 18 las entradas para el recital, a más de un espectador se le hará un nudo en la garganta.
Sin dudas, Jardín imposible es una propuesta polifónica. Y ser del orden de lo musical es hacerle honor a esa polifonía. Lucía Fernández Echeverría compuso las canciones y a esta altura de la escritura nadie se imaginará que cantan y ya. Cada propuesta de canción engarza con la totalidad ¿cuándo se canta en soledad? ¿cuándo se arma un coro? ¿cuándo se articula al modo de un canon? Esta obra es el comienzo de muchas cosas. Pero de ningún modo hay que pensarlo como promesa: es una contundente realidad.
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