Estrenos de teatro. El intermediario, entre el absurdo y el suspenso, con una acertada atmósfera de extrañamiento
La obra premiada que dirige Walter Jakob tiene atractivos por donde se la mire y cuenta con un trío desopilante de artistas
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Autor: Walter Jakob, Julia Catalá, Marcelo Mariño. Dirección: Walter Jakob. Intérpretes: Julia Catalá, Marcelo Mariño, Rafael Solano. Escenografía: Ariel Vaccaro. Iluminación: Eduardo Pérez Winter. Música: Gabriel Chwojnik. Sala: Timbre 4, sala Boedo, Boedo 640. Duración: 70 minutos. Funciones: domingos, a las 21. Duración: 70 minutos.
Es una pieza escrita a seis manos, que resultó ganadora del Premio Estímulo Banco Ciudad-CTBA 2020-2021. Subtitulada “una comedia vegetal”, reúne a tres personajes de unos cincuenta años: dos hermanos –un hombre y una mujer– y un vecino. Cada uno de ellos tiene secretos que esconder, aunque distintos niveles de obsesión pareciera definirlos. A la mujer la abandonó su marido y dedica su tiempo a una editorial que se propone conquistar el mercado con la publicación de un libro de autoayuda. Su hermano vive con ella y está afectado a un mundo tan propio, en el que pareciera no caber otra cosa que sus propias inquietudes y `disparates`, los que le permiten mostrar una personalidad algo imprevisible: puede transitar instantes de intolerancia y desesperación, o de cierta placidez. El tercero es un vecino, que irrumpe en casa de los otros un día de lluvia en que se le tapa una canaleta de la terraza. A simple vista todo parece moverse dentro de una normalidad en el que cada uno se ocupa en solitario de sus actividades. Pero a medida que avanza el relato, el absurdo y lo imprevisible se instalan en medio de los tres. Podemos adelantar que el tema de la supuesta aparición de extraterrestres invisibles y la dimensión que cobran el cultivo de algunas plantas, provocan situaciones hilarantes, que despiertan la intriga de los que observan. A la vez que, quizás, quienes observan se puedan identificar con ese encierro, o encapsulamiento en el que cada uno de estos personajes parece haber construido su vida los últimos años.
Uno de los grandes atractivos de la pieza es cómo el trío de autores fue construyendo esa espiral por la que “trepan” estos personajes, los que pasan de ser una especie de entes solitarios, a de pronto sentirse invadidos, gratamente o no, por la presencia o las imposiciones de los otros. ¿Es posible entablar relaciones afectivas sin dejar que él, la o los otros terminen invadiendo tu vida, tu espacio, tu hábitat? Este es un interrogante que también da lugar a que estos cincuentones se imaginen universos, quizás ficticios, en los que ellos puedan creer, como para tratar de encontrar una excusa necesaria y nutrir sus propias carencias, ya sean afectivas o de otra índole.
De un vital hallazgo es el personaje de Teto, él que con sus constantes ambivalencias y personalidad resume los aspectos más disparatados del relato. Desde sus indefiniciones casi infantiles para conquistar a una mujer, hasta el aceptar que su habitación sea invadida por una planta, conocida popularmente como “La enamorada del muro”, o sus constantes divagues pseudoreligiosos, permiten ir definiendo esta comedia dramática que impacta muy gratamente en el espectador.
El original tratamiento que se le da a la aparición del deseo, el sexo, en ese segmento de edad, hasta el temor que asoma al tomar decisiones equivocadas. O la constante necesidad y a cualquier precio de demostrar a los otros que se es eficiente, en el caso de la hermana, construyen un mosaico de situaciones que reflejan con muy coloridas pinceladas a esta micro sociedad de vecinos, cuyos mayores interrogantes parecen resolverse con premeditada impunidad al final.
El absurdo y el suspenso –muy bien definidos a partir de la iluminación de Eduardo Pérez Winter y la música de Gabriel Chwojnik– y una acertada atmósfera de extrañamiento, que le aportan un atractivo extra a la historia, hacen que la pieza provoque emociones de lo más variadas en el público. Las excelentes interpretaciones de Julia Catalá, Marcelo Mariño y Rafael Solano se ajustan perfectamente a los ritmos de cada secuencia. Los tres manejan con gran oficio la sutileza que el relato requería. Mientras que la dirección de Walter Jakob define con maestría el tempo dramático, a la vez que ensambla con aciertos esa sugestiva invasión de un elemento extraño que irrumpe al final y se apodera de la escena, muy bien resuelto junto a la escenografía y ambientación de Ariel Vaccaro. Un acierto que apuntala la temática de la obra, es haber elegido la sala Boedo, de Timbre 4.
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