Estrenos de teatro. El brote es otra poética clase magistral de actuación del gran Roberto Peloni
Humor, oscuridad y locura, en una pieza de Emiliano Dionisi donde la ficción se cruza con la realidad
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Autor y director: Emiliano Dionisi. Intérprete: Roberto Peloni. Escenografía: Micaela Sleigh. Iluminación: Agnese Lozupone. Diseño sonoro: Martín Rodríguez. Asistencia de dirección: Juan José Barocelli. Sala: Teatro del Pueblo, Lavalle 3636. Funciones: lunes, a las 21. Duración: 70 minutos.
Los creadores Emiliano Dionisi y Roberto Peloni han compartido en los últimos años varios proyectos teatrales. Entre otros, Cyrano de más acá y Huesito de caracú. Ambos conocen muy bien el ambiente en el que se mueven y las circunstancias que deben atravesar los intérpretes, a la hora de llevar a buen puerto una experiencia dramática.
El espectador sólo reconoce en el producto terminado –la obra, la historia que se cuenta– los valores o no de la producción en cuestión. Pero nunca tiene la posibilidad de tomar contacto con la realidad de un actor o actriz que, siendo miembro de una compañía, acepta ponerse en la piel de ciertos personajes, comprender sus motivaciones, sus derroteros dentro de la acción; compartir los ensayos con sus compañeros, seguir las indicaciones de un director o directora con quien puede tener ciertas diferencias creativas.
En El brote se presenta de manera siempre intensa ese proceso de trabajo. En este caso es narrado por un actor (Peloni) que ansía ser reconocido porque está convencido que sus cualidades interpretativas están a la altura de obtener un protagónico o por lo menos tiene la capacidad necesaria para recrear un personaje de mayor envergadura dentro de la obra. Alguien que le permita desplegar su capacidad técnica de manera integral.
Mientras el protagonista va compartiendo con los espectadores algunos momentos de unos ensayos y hasta instantes precisos de algunas funciones o unas giras, simultáneamente, irá cuestionando la labor de sus compañeros, del director y hasta la resolución de una puesta en escena que no logrará convencer al público. A la vez, recreará breves fragmentos de Sueño de una noche de verano y Hamlet, de William Shakespeare; Antígona, de Sófocles, para finalmente reparar en un momento del monólogo de Segismundo, en La vida es sueño de Calderón, que sintetizará magníficamente su degradado estado personal.
A medida que avanza el espectáculo el intérprete en la ficción va perdiendo algo de su integridad. Quiere recrear a unos personajes pero no se lo permiten y ellos se van apoderando de él casi sin que se dé cuenta. Siguiendo cierto planteo pirandelliano, el actor descubre que en esa necesidad de ser “uno, ninguno y cien mil” (parafraseando el título de la novela del narrador y dramaturgo italiano) pierde el eje de su personalidad. Su verdadero ser se quiebra pero, aun así, no puede dejar de sentir que solo el teatro le da la posibilidad de existir y su pelea no se detendrá, ni aun cuando la ira se apodere de él y termine dirigiendo en una sala nada convencional en la que la violencia es moneda corriente.
La experiencia posee una muy destacada dramaturgia de Emiliano Dionisi, quien como un notable orfebre va creando una filigrana, un entramado de situaciones con los acontecimientos que padece el protagonista, a partir de los fragmentos de las obras clásicas citadas. Ese material dramatúrgico no puede tener mejor interlocutor que Roberto Peloni, un actor que puede jugar con unos delicados registros físicos y vocales y proyectar sobre la platea un imaginario que le posibilitará al espectador entrar y salir de las múltiples situaciones que recrea. A veces el texto provoca a través del humor y en otras instancias introduce a quien observa en un submundo oscuro, próximo a la locura, pero que no deja de apreciarse, de interesar, debido a la pasión que le imprime Roberto Peloni en su doble papel de actor y personaje, ese hombre tan desventurado que le toca componer.
Ficción y realidad parecerían confundirse en algún momento. Pero Dionisi, en tanto director, sabe cual es el límite ideal al que debe llevar a Peloni para convertir a El brote en un acto extremadamente poético, profundo, conmovedor y de una belleza creativa en la que la iluminación de Agnese Lozupone hace un notable aporte.
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