Afterglow hace foco en la relación de un matrimonio gay con un tercero, e incluye desnudos masculinos completos; su director y uno de los actores, Adrián Lázare, hablan de sus propias experiencias en torno a la monogamia, las infidelidades y las parejas abiertas
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Se estrenó en 2017 en el off Broadway y fue un éxito instantáneo, que luego se extendió al circuito comercial de Los Ángeles, al West End de Londres y a una sala independiente de Madrid. Hoy llega a Buenos Aires promocionada como “una audaz obra teatral sobre los límites del deseo, la confianza y la fidelidad en la pareja”. Afterglow también podría admitir el subtítulo de “Escenas de la vida de a tres”. Es que la pieza de S. Asher Gelman se centra en la historia de Alex y Josh, un matrimonio gay con una relación abierta y estable (a punto de ser padres por subrogación de vientre) que un día invitan a un tercero (Darius) a compartir su cama. A partir de ahí la vida de estos dos treintañeros que se relacionan con alguien más joven se verá afectada de forma imprevisible. A medida que avanza la conexión emocional entre los tres, empiezan a cuestionarse cómo ven y sienten el amor hasta llegar al final abierto que plantea el autor. La originalidad de Afterglow es que narra una historia actual lejos de códigos heteronormativos y del modelo de la pareja hegemónica, bajo ese paraguas llamado anarquismo relacional (que cobija los términos swinger, poliamor y pareja abierta), que hoy cuestiona la normalización del sexo monogámico.
El título de la obra tiene dos acepciones; según su traducción literal, el término anglosajón significa “resplandor crepuscular”, pero según el argot urbano el sentido es más directo y físico: “el destello que brota después del coito, esa sensación de bienestar que, en algunos, hasta puede durar 48 horas”. Por eso Afterglow incluye varias escenas en la terraza de un departamento y otras tantas de alto voltaje erótico, siendo la más comentada –en todas las ciudades donde la obra se ha montado– la de la relación sexual debajo de una ducha. Para hablar del espectáculo que hoy se estrena en el Teatro Dumont 4040 (de Santos Dumont 4040, en Colegiales), LA NACION se reunió con el director de la audaz propuesta, Diego Ramos, y con uno de los intérpretes, Adrián Lázare, en representación del elenco que completan Fernando Cuellar y Darío Grasso.
–Esta no es la primera obra que incluye desnudos masculinos pero sí la que lo hace en forma constante. ¿Tuvieron algún prurito a la hora de ensayar esas escenas?
Diego Ramos: –No. Tal vez lo más complicado no fueron los desnudos en sí sino la proximidad entre ellos, los actores. Porque la obra incluye encuentros sexuales muy reales. Hay situaciones entre distintos pares y también como trío. Por suerte, nos agarra a todos con cuatro dosis contra el covid y mucho testeo, si no ensayar esta obra habría sido imposible. ¡Hasta la hubieran prohibido! (risas).
–¿Cómo se dirigen los desnudos, Diego? ¿Cómo es tu puesta en escena? ¿Se los coreografía previamente?
D.R: –Como hago, desde hace bastante, Sex –un espectáculo donde me desnudo–, estoy muy acostumbrado al tema. Pero desconocía cuánto lo estaban ellos. Entonces lo primero que les dije fue: “frénenme si voy muy rápido porque yo voy por todo, tengo tan corridos los límites que ya no sé qué está bien y qué está mal o qué puede llegar a ser tremendo para uno u otro”. Intenté respetar el ritmo de cada uno, aunque había una meta final que no podíamos obviar: que todos tenían que desnudarse, sí o sí, e interactuar entre ellos desnudos. Lo que más me interesa es que el desnudo sea un medio para contar lo más importante de la obra: qué es lo que les pasa a estas personas con sus sentimientos, tanto cuando deciden involucrarse con otros hombres por fuera de la pareja como cuando incluyen un tercero entre ellos. De hecho, durante buena parte del proceso, ensayamos sin desnudos y lo que tenía que suceder sucedía igual. Repito: yo no quiero que Afterglow sea “La obra en la que tres actores se desnudan”. Obviamente respeto los lineamientos generales de la historia, que está contada de una manera bastante explícita, con desnudos y lenguaje fuerte; de ahí que el espectáculo sea para mayores de 18 años. Pero para mí lo fundamental no es cómo la contamos sino qué contamos. Por la proximidad y el buen gusto, sí, los desnudos están de alguna manera coreografiados, no a nivel de una coreografía de baile, pero sí en cuanto a movimientos y posturas. No están dejados a la libre espontaneidad.
–¿Tuvieron que convocar a “un observador de escenas íntimas”, como se está haciendo en el cine desde hace un par de años, luego de las denuncias de abuso?
D.R: –No fue necesario. Somos cuatro personas que tenemos muy claro que trabajamos desde el respeto y que siempre lo haremos así. Yo, como director, siempre fui muy de toquetear. En este espectáculo, en cambio, me cuidé mucho de hacerlo. Desde el casting siempre jodo con que no los toco para que no piensen que me aprovecho y para que después no me hagan un juicio. Lo digo en broma para exorcizar un poco ese temor que se ha instalado desde hace un tiempo en todo el mundo, pero por otro lado no lo hago más. Porque si bien sabemos quiénes somos cada uno, hoy (el del abuso) es un tema sensible, que hay que respetar y atender como es debido.
–¿Qué pasaría si alguno de los actores tuviera una erección en medio de una escena íntima? ¿La aprovecharían en favor de la credibilidad de esa escena o intentarían disimularla?
D.R: –Yo les recomendaría que no hagan nada para evitarlo, ni para esconderlo, siempre dentro de los límites del buen gusto, claro; que traten de “adaptar” el imprevisto a la situación que están jugando. Porque, hay que decirlo, los tres están mucho tiempo desnudos con sus cuerpos muy próximos entre sí, casi pegados. Y, en varias ocasiones, en situaciones sexuales. No hay sexo explícito porque es una obra de teatro, pero casi. A mí, en Sex, nunca me pasó algo así. No sé si es porque allí estoy muy pendiente de la música o de que debo ir para un lado o para el otro, o sea, porque siempre estoy con la cabeza en otra cosa, pero lo concreto es que nunca tuve una erección en escena, y me ha pasado cada “juguete” cerca… (risas).
Adrián Lázare: –Es un tema que hemos hablado bastante entre los actores. Porque somos conscientes de que puede suceder. No debería pasar, pero es verdad que aún no hemos empezado con las funciones y siempre, sobre el escenario, pueden suceder imprevistos.
–Y encima muy cerca del público. ¿Se buscó adrede la proximidad de los espectadores para que funcionen como voyeurs?
D.R: –Sí, forma parte de la puesta original de Broadway y yo lo respeté. Por eso el Dumont 4040 nos resultó ideal, es el mejor ámbito para contar este cuento. Un escenario a la italiana hubiera generado una distancia muy contraproducente entre el público y los actores; una distancia extremadamente teatral que separaría a los espectadores de lo que está sucediendo. Aquí 170 personas por función tendrán a los actores casi al alcance de la mano, los verán ducharse en vivo y hasta prácticamente tener sexo.
–En lo personal, ¿están a favor de las parejas abiertas?
A.L: –Yo tengo una pareja abierta desde hace años, así que estoy a favor de este tipo de relaciones. Funcionamos perfectamente así. Pero no es para cualquiera. Con parejas anteriores me hubiera parecido algo imposible y terrible.
D.R: –Yo no tengo una pareja abierta, nunca tuve una ni es algo que me plantee actualmente porque no es algo que necesite. Ni en lo que fantasee. Tampoco es algo que demonice ni mucho menos. Simplemente no se me ocurre ni me llama la atención. Habiendo sentimientos involucrados, no podría experimentar algo así. Al menos por ahora, bah...
–¿Cuál es el límite entre la necesidad de posesión y de libertad entre los integrantes de una pareja?
D.R: –Para mí, trátese de una pareja convencional como de una abierta, de swingers o cualquier otra que se te ocurra, el límite está en lo charlado, en el contrato armado entre dos personas adultas que se quieren y se respetan. Es fundamental que haya respeto por lo convenido.
–El tema es cuando, como sucede en la obra, pese a respetar ese convenio, a cada uno le empiezan a suceder cosas distintas.
D.R: –Es que, en realidad, estamos hablando de sentimientos y estos muchas veces no son manejables. Por eso tiene que haber mucha confianza en una pareja y con esto no me refiero a confiar en lo que el otro va a hacer o no, sino en la posibilidad de abrirse y poder conversarlo todo; y, si es necesario, re pactar el contrato de pareja cuantas veces haya que hacerlo.
A.L: –Tener una pareja abierta es haber firmado un nuevo contrato, que tiene sus reglas con derechos, límites y obligaciones. El hecho de que, como en la obra, una pareja abierta incluya un tercero no implica necesariamente que luego uno de los dos se va a ir con el tercero. Cuando sucede eso es porque hay algo que previamente estaba roto y, tarde o temprano, se iba a deshacer del todo. Ningún tercero puede tapar el agujero de una pareja ni llenar un vacío.
–La pieza también habla de otros temas actuales, como el amor líquido, las familias homoparentales, la subrogación de vientres y los hijos de parejas gay. ¿Qué posturas tienen frente a todos estos temas?
D.R: –Mientras provenga desde el amor todo está bienvenido y bien. Para mí una nena o un nene puede tener dos mamás o dos papás o un papá y una mamá o lo que fuera. Lo importante es que quien crie a esos niños tenga suficiente amor para brindarles y lo haga con responsabilidad. Eso es lo verdaderamente importante. Que opten por un vientre subrogado o a la adopción para ser padres me da igual porque es secundario. Lo fundamental es que quienes opten por una posibilidad u otra quieran formar una familia, como sucede en la obra.
–¿Cuál es el mayor riesgo de incluir un tercero en una pareja y cómo se resuelve?
A.L: –Desde mi experiencia creo que si todo está claro con tu pareja, y las reglas están bien puestas, no debería haber ningún riesgo. Nosotros nunca lo hemos sentido así, tanto si uno de los dos ha salido con alguien por su cuenta o si hemos incluido a un tercero. Lo que sí puede existir a la hora de formar un trío es cierta fantasía en torno a con quién se podría llegar a ir ese tercero, con quien se engancharía más. Pero sólo se ha tratado de una fantasía, nunca hemos tenido un problema al respecto. Nuestra regla es que si alguno tiene un encuentro por su lado no nos contamos nada, ni con quién estuvimos ni qué hicimos. Pero sé de otras parejas que se cuentan absolutamente todo, con lujo de detalles.
–Afterglow muestra que las relaciones abiertas no son necesariamente menos conflictivas y angustiantes que las monogámicas.
D.R: –Sí. Uno piensa que quienes viven el amor en forma más libre, dicho esto entre comillas, logran escapar de los compromisos y conflictos que atraviesan las parejas monogámicas. ¿Y por qué sucede esto? Por lo de siempre: porque en unas y otras predominan los sentimientos. Y son los mismos sentimientos los que nos rigen a todos, estés en una pareja monogámica o abierta, de tres, de cuatro o lo que fuere.
–Los protagonistas de la obra (al menos según el texto original) promedian los 30 años. A diferencia de la gente mayor, ¿las nuevas generaciones son más proclives al poliamor?
D.R: –Puede ser. Para los de mi generación –yo ya tengo casi 50 años– nunca fue común hablar de poliamor. Pero sí conozco mucha gente de mi edad que lo practica y tiene parejas abiertas. No se habla pero se lleva a cabo. En cambio, las nuevas generaciones ya vienen con el chip puesto. No sé si lo practican pero al menos se lo plantean. Y los niños van más allá: el otro día un compañero de trabajo me contó que su hija de 12 años está saliendo con un compañerito, pero que ya le expresó que está abierta a la posibilidad de que también le gusten las nenas. Quizás eso siempre pasó, que a los nenes les pudieran gustan otros nenes, o a que a las nenas les interesaran otras nenas, pero no lo verbalizaban. Hoy todo se expresa y me parece genial. Hoy los niños hablan de personas y no de géneros.
–En este nuevo contexto de tanta apertura, ¿sigue teniendo sentido la monogamia?
D.R: –Para mí sí porque es lo que me nace, no es algo que me impongo. Las veces que no me nació, y por eso hice otras cosas fuera de la pareja, llámense infidelidades o lo que fuera, me replanteé la relación. Cada vez que me sucedió algo así me sirvió para replantearme muchas cosas, o para terminar la relación amorosa que venía manteniendo o para todo lo contrario, para continuarla al darme cuenta que valía la pena más lo que tenía que lo que acababa de hacer. Sé que suena como una excusa genial (risas), pero la verdad es que me sirvió para reafirmar la pareja. Recuerdo que una vez que fui infiel me dije: “pará, qué estoy haciendo acá, todo lo que estoy buscando acá tengo que seguir peleando en el otro lado, porque no lo quiero acá, lo quiero allá”. Estaba buscando en el lado equivocado lo que necesitaba y que podía tener en mi pareja. Y entonces seguí con mi pareja y nunca más le fui infiel.
A.L: –Yo creo que si hoy iniciara una nueva pareja, en un primer momento, que podría ser bien largo, practicaría la monogamia. Pero después, como me pasó con mi actual relación, terminaría trascendiendo esa etapa y optando por abrir la pareja. Pero de ninguna manera comenzaría una nueva relación en formato de pareja abierta.
–¿Cuándo abriste la pareja?
A.L: –Hace tres años, luego de siete de relación más o menos monogámica. Comenzó luego de darnos cuenta de que cada uno estaba haciendo ciertas cosas por su lado. Llegó un momento en que no pudimos ni quisimos hacernos más los tontos, nos sentamos y dijimos: “primero que todo, ¿queremos seguir estando juntos?, ¿qué nos pasa y qué no nos pasa?, ¿lo sexual sigue funcionando?”. Cuando nos respondimos todo eso decidimos abrir la pareja, porque seguía valiendo la pena continuar la relación pero con algunas licencias. El cambio no fue de golpe, fue de a poquito y aún en medio de tensiones e idas y venidas. Hoy, tres años después, ya es algo natural. Pero, ojo, no es que abrís tu pareja y, de golpe, te descontrolás. Nada que ver. No es que salís con uno, con dos o con mil, simplemente contás con esa posibilidad, con esa libertad dentro de tu pareja. Y la podés llegar a usar o no.
–¿Cuál creen que será fundamentalmente el público de Afterglow? ¿El gay? ¿El millennial? ¿El open mind?
D.R: -Yo creo que va a venir gente más grande, de treinta y pico para arriba, la perteneciente a las generaciones donde estos temas no estuvieron tan charlados o permitidos. Para ellos será una manera de adentrarse en un mundo nuevo o hasta ahora oculto. No quisiera que fuese una obra exclusivamente para el nicho gay, yo creo que todos se pueden sentir representados en esta historia, sean hombres, mujeres o binarios. Para los más jóvenes Afterglow será simplemente una historia contada de una determinada manera, pero no sé si la temática les llamará tanto la atención. Los mayorcitos verán cómo a algunos les funcionan las parejas abiertas y a otros no. Lo interesante de la obra es que si bien los tres personajes aceptan esta modalidad de relación no la viven de la misma forma ni les pasa necesariamente lo mismo. Como a cualquier hijo de vecino.
Agradecimiento: Adorado Bar Club Social
PARA AGENDAR:
Afterglow
Dirección: Diego Ramos.
Elenco: Adrián Lázare, Fernando Cuellar y Darío Grasso.
Dumont 4040, Santos Dumont 4040.
Funciones: viernes, a las 20.30.
Entradas: por Alternativa Teatral.
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