Crítica: Consentimiento es una pieza movilizante que no deja indiferente al espectador
El divorcio, la custodia de los hijos, la infidelidad, la venganza ante la infidelidad, la violación marital, el aborto, la justicia por mano propia son algunos de los temas que toca esta obra de la británica Nina Raine
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Autora: Nina Raine. Dirección: Carla Calabrese, Mela Lenoir. Intérpretes: Diego Gentile, Mela Lenoir, Iride Mockert, Daniela Pantano, Bruno Pedicone, Alejandra Perlusky, Sebastián Suñé. Diseño de iluminación, escenografía y vestuario: Mela Lenoir. Sonido: Guillermo Perulan. Asistencia de dirección: Marina Lamarca. Teatro: Maipo, Esmeralda 443. Funciones: sábados, a las 20.30; domingos, a las 19.30. Duración: 110 minutos.
Estrenada en 2017, en Londres, la pieza de la inglesa Nina Raine llega a Buenos Aires después de haberse presentado en diversas capitales del mundo. Entre nosotros su producción se dio a conocer por primera vez en 2015, cuando se estrenó Tribus, en el Paseo La Plaza, protagonizada por Patricio Contreras, con dirección de Claudio Tolcachir.
Raine es una dramaturga que suele elaborar sus materiales con temas que interpelan directamente a la sociedad contemporánea, utilizando un lenguaje muy coloquial. Sus textos poseen estructuras que facilitan construir sobre el escenario un juego que fácilmente encontrará el ritmo necesario para que la trama se desarrolle de manera ágil y, en muchos casos, efectiva.
En Consentimiento, Raine parte de un hecho muy elocuente. Una mujer ha sido violada y esto la lleva a ser testigo en un juicio en el que su verdad no será tenida en cuenta, ni por el abogado defensor del violador, ni tampoco por el fiscal que representa al estado. Abandonada a su suerte la mujer seguirá pidiendo justicia porque el fallo del tribunal le será adverso.
Este punto de partida posibilitará al espectador ingresar en el mundo personal de los abogados que participaron del caso y también de sus respectivas familias y amigos cercanos. Eddie, que tuvo a cargo la defensa del acusado, vive con su esposa Cata (una diseñadora) y ellos acaban de tener un niño. Luis, el fiscal, es un hombre solitario que solo ansía conocer a una mujer y tener hijos. Otros dos abogados (Romi y Alex) completan ese círculo amistoso al que se agrega Zara, una actriz amiga de Cata.
De esa primera escena en la que tomamos contacto con los padecimientos de Hilda (no queda claro porque esa mujer debe ser de origen paraguayo), la autora nos lleva a conocer aspectos de las conductas del resto de los personajes. Como en un juego de espejos, en el primer acto tomaremos contacto con la disolución del matrimonio de Romi y Alex debido a qué él le ha sido infiel a su pareja y en el segundo, cuando esa relación logró volver a encaminarse, aparecerá la misma situación, ahora entre Eddie y Cata, pero aquí cargada de algunos actos violentos (ella alega que él la violó; él que ella le clavó un tenedor en el brazo).
Raine va midiendo la atención del espectador continuamente. Su obra posee varias capas de análisis porque cada uno de esos hombres y mujeres expondrán, una y otra vez, un nuevo problema al que se enfrentan. A veces será analizado simplemente por el grupo de amigos y en otros, los abogados apelarán a sus conocimientos y experiencias para intentar encontrar soluciones posibles. Aunque en algún momento uno de ellos afirmará, “no se puede planificar el comportamiento humano”. Por eso, al cabo de la pieza asomarán los más diversos puntos de vista para intentar entender, justificar o perdonar determinadas acciones. Mientras tanto se irán sumando temas como el divorcio, la custodia de los hijos, la infidelidad, la venganza ante la infidelidad, la violación marital, el aborto, la justicia por mano propia.
La autora parecería necesitar referir cuestiones muy actuales y que se discuten cotidianamente dentro de algunos sectores sociales pero, lo hace de una manera tan ligera, que el espectador saldrá de la sala, seguramente, cargado de planteos pero con pocas respuestas. Es cierto que el teatro no tiene por que aportar soluciones pero tampoco es bueno esbozar cuestiones al cabo de casi dos horas de representación para, al final, dejar en claro que si alguien ha producido un daño todo se resuelve mientras pida perdón desde lo más profundo de su corazón.
Desde la dirección Carla Calabrese y Mela Lenoir le aportan a ese material dramatúrgico cierta intensidad que posibilita develar la realidad de cada una de las criaturas que forman parte de la historia. Algo de la profundidad que, por momentos, reclama el texto escapa a la manera en que ellas lo plantan sobre el escenario. Como si, en realidad, resulte más atractivo el relato general que los padecimientos de cada uno de ellos. Aún así son muy destacables las actuaciones de Iride Mockert (Hilda), Diego Gentile (Alex), Alejandra Perlusky (Romi) y Sebastián Suñé (Luis). Cada uno encuentra el registro preciso para definir a esos seres que atraviesan momentos difíciles y que los van desentrañando de manera muy sensible. Daniela Pantano (Zara) posee un personaje poco desarrollado y esto lleva a que su actuación se torne algo esquemática. Mela Lenoir (Cata) y Bruno Pedicone (Eddie) no valorizan con la profundidad necesaria a esos seres que llevan la línea de la acción. No terminan de lograr que algunos momentos de las situaciones que atraviesan provoquen la emoción que la historia parecería reclamar. En particular en el segundo acto donde su relación matrimonial expone unos conflictos que, verdaderamente, podrían provocar mayor conmoción y dejar muchas más reflexiones en la platea.
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