Estrenos de teatro. Chongo triste es una sugestiva, tierna e irónica pieza queer
Una obra curiosa, poética y atractivamente insólita del director y artista plástico Antonio Villa, con elogiables actuaciones
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Autor y director: Antonio Villa. Intérpretes: Sergio Boris, Gonzalo Bourren, Cristian Jensen. Vestuario: Gonzalo Giachino. Escenografía: Alfredo Dufour. Iluminación: Jésica Montes de Oca. Composición musical: Nicolás Gulluni. Músicos: Mikaela Herrera y Julián Piñuel. Sala: Orestes Caviglia del Cervantes, Libertad 815. Funciones: jueves a domingos, a las 21. Duración: 65 minutos.
Su autor, Antonio Villa es artista plástico, performer, escritor y director de teatro. Junto a Martín Fernández tiene una galería de arte en La Boca (Constitución.com.ar). Quizá de ese cruce de estéticas surge esta sugestiva y poética pieza: un melodrama queer que recrea el mito de Narciso, en su más intensa incandescencia.
Chongo triste hereda en su escritura, parte de esa sensibilidad provocativa que definió al gran Néstor Perlongher. Transita las aristas de la frustración, la pérdida de la belleza y el deseo insatisfecho que se observó con elocuencia en Muerte en Venecia, el film de Lucchino Visconti, sobre la novela de Thomas Mann y bebe de la oscuridad del sexo, expuesto en Crash, de J. G. Ballard. En su obra coinciden en un mismo universo erótico-lúdico lo procaz, con lo bizarro, a la vez que deja al desnudo la vanidad, el desprecio y la ironía, junto a destellos de ternura que asoman inmersos en una constante provocación. Estos rasgos permiten mantener viva la llama de ese deseo perverso que reúne a los tres personajes de esta historia.
En formato de performance e instalación teatral, el espectador, previo a ingresar a la sala accede a una muestra de pequeños objetos que luego se usarán en escena: una yema de huevo en formato de escultura, una tarima con piso de mosaicos en blanco y negro y otros objetos. A un costado un piano y una cortina de terciopelo rojo. A continuación en el espacio escénico de tres frentes de la sala, puede verse una pantalla de tevé, un sillón largo, en el que uno de sus extremos está sostenido por una pila de libros. Encima de su tapizado hay una notebook, instrumento de la comunicación vía web de las exhibiciones porno-eróticas de Kevin y Aníbal. Más allá un bidet de pulcra grifería lleno de cubitos de hielo con una botella de champagne en el centro. Luego de esta especie de cetro al que accede luego de sus tours sexuales vía streaming el personaje de Aníbal, hay un mostrador tipo barcito.
La pieza tiene tres personajes y una intérprete musical que por instantes se pasea como un fantasma por la escena, subrayando climas a una historia que se define a través de sutiles juegos de perversión, disfrazados de rutina cotidiana y de una constante emocional de aceptación-rechazo. En esa rutina que parece no tener fin se sostiene, en apariencia el modus vivendi de Aníbal y Kevin, el joven asistente de ese señor mayor objeto de escarceos sexuales, que tiene un hijo y una mujer, con los que se comunica a distancia. El tercer personaje es Chongo triste, un muchacho que quedó en silla de ruedas luego de un accidente y al que Kevin y Aníbal primero conocen a través de la web y luego en persona. La aparición de Chongo triste en ese cuarto de hotel de Mendoza, detona y pone en crisis la relación de Kevin y Aníbal.
Antonio Villa hace partícipe al espectador de una obra curiosa, poética y atractivamente insólita, que se apoya en situaciones de una cotidianidad en la que el deseo y la necesidad de afecto siempre parece quedar insatisfecho. Y que en verdad, si el sexo es su vía de comunicación, lo que aparece luego es una constante frustración. A esto se suma uno de los rasgos más interesantes del relato de su autor, que podía haber sido mejor diseñado, y es la importancia del valor que adquiere la palabra, la escritura en sus más diversos formatos, como otra de las formas de dar cauce al deseo, a la comunicación con los otros a partir de un hecho estético.
Sugestión, laxitud y una atmósfera de que se esconde más de lo que se dice y que los personajes parecen prisioneros de su propia desdicha, son algunos de los valores tanto del texto, como de la puesta en escena de Antonio Villa. El diseño escenográfico, con elementos surrealistas, de estética leather, unido a la clara definición de los caracteres de sus tres personajes, a cargo de sus valiosos intérpretes, son otros de los rasgos sobresalientes de esta curiosa propuesta escénica.
Sergio Boris (La bohemia, Artaud; Viejo, sólo y puto), logra una composición excelente de su Aníbal, un ser que exhibe los más sutiles rasgos de decadencia, de dolor y desprecio hacia sí mismo y hacia los otros, matices que se perciben en su tono muscular, en la sutileza de sus gestos y movimientos. Gonzalo Bourren le aporta verosimilitud a ese extraño y misterioso “objeto de deseo” de los otros; mientras que Cristian Jensen, trasmite fragilidad y lirismo a su meritoria interpretación de Chongo triste.
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