Estrenos de teatro. Cabecita de papel maché pone en juego el fantástico potencial del títere
El vínculo entre titiritero-títere llevado al paroxismo, en una trama de complejidad psicológica
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Autora: Gabriela Romeo. Dirección: Claudio Martínez Bel. Intérpretes: Román Lamas y Mara Mantelli. Vestuario: Silvia Cortés. Escenografía: Claudio Martínez Bel. Realización de títeres: Román Lamas. Dirección de títeres: Claudio Martínez Bel y Mirna Cabrera. Iluminación: José Binetti. Duración: 60 minutos. Sala: Beckett Teatro, Guardia Vieja 2556. Funciones: jueves. a las 21. Duración: 60 minutos.
Tony, el veterano artista de variedades, lleva en su valija a Luly, su partenaire, una muñeca, que protesta por el modo de transportar a una estrella como ella. Reclama atención y la recibe de parte de Tony. Tanto más se siente desplazada su mujer, Dora, que prácticamente queda recluida a la cocina, mientras la pareja de artistas sale de gira. Los mohines y miradas de Luly, sus silencios tanto como sus comentarios filosos, hacen de la muñeca la protagonista principal de Cabecita de papel maché. Tony no es ventrílocuo, como podría parecer y él mismo se encarga de desmentir, sino titiritero.
Román Lamas se desdobla –o más bien se duplica– en su condición de coprotagonista y de animador del títere, tanto en la ficción de enamorado de su creación como en la real de intérprete. Es en ambos casos titiritero: alienado en su creación, en la trama ficcional; maestro del arte de la manipulación de Luly, manteniendo a la vez su propio personaje en escena, como integrante del elenco de la puesta de Claudio Martínez Bel.
En la trama de la obra de Gabriela Romeo es en verdad Luly la gran manipuladora. La muñeca tiene atado a sus caprichos a Tony, pone a la esposa en el lugar de “la otra“, relegada y despreciada, pero necesaria al fin para poder llegar, aunque sea a duras penas, a fin de mes. La inversión de situaciones llega a su paroxismo cuando Dora, interpretada por Mara Martelli, intenta disfrazarse de muñeca para retomar su rol de pareja de Tony. Los personajes de carne y hueso buscan crearse ilusiones que les permita zafar de la triste mediocridad que los embarga, tanto en su autoestima como en su relación de pareja y su proyección hacia una vida en sociedad como artistas.
“Ella me escucha“, dice Tony, refiriéndose a la muñeca, obvio. “Devolveme a mi marido“, reclama Dora, dirigiéndose al títere, dándole así entidad viviente. Cuando Tony y Luly salen a presentar su show por escenarios de mala muerte en pueblos de provincia, la mujer busca reconstruirse como sujeto deseante y deseado. El brillo del juego de a tres –o incluso de a dos, en el bizarro dúo de titiritero y títere– pierde, sin embargo, algo de su ritmo e intensidad en los soliloquios de Dora, que podrían plantearse como bisagra para salir hacia una nueva constelación en ese hogar de singular funcionalidad.
Cuando la obra parece girar sobre sí misma, surge la salida por la tangente, un tanto inesperada, que deja solo al viejo titiritero, con sus miedos. La ausencia temporaria de Luly se siente no solo en los personajes, sino también desde la puesta. Queda en evidencia cierta orfandad que lleva también al espectador a extrañar la presencia de Luly, esa protagonista que desde su escasa estatura se eleva por sobre sus compañeros de escena. Su retorno entra en un espacio diferente, en el que ya no tiene cabida su pretensión de exclusividad. La tensión del trío se disuelve en otras opciones, que le otorgan una salida amable a lo que pintaba como drama en tono de bolero.
Cabecita de papel maché pone en juego el fantástico potencial de teatralidad del títere, en cuanto puede hacer vivir en escena personajes y acciones de enorme transformación con respecto a lo que es fuera de la función, cuando no pasa de ser un objeto inerte. Claro que necesita para ello de un partenaire que lo ponga en movimiento, en este caso el titiritero Román Lamas, oculto tras su trabajo de actor que personifica a Tony, el titiritero de la ficción.
El desarrollo de la trama alcanza momentos de singular complejidad psicológica en las relaciones dispares entre los tres personajes. Sin perder su impronta de humor, deja flotando una inquietante sensación de que lo irreal puede adquirir sesgos de verdad para quienes se deslizan casi sin darse cuenta en relaciones que trastocan los límites de la cotidianidad convencional.
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