Estrenos de teatro. Brutus: asesino o justiciero, esa es la cuestión
Oscar Barney Finn dirige a un talentoso elenco, en esta tragedia donde la conspiración es la protagonista
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Autores: Oscar Barney Finn y Marcelo Zapata. Dirección: Oscar Barney Finn. Intérpretes: Paulo Brunetti, Ana Yovino, Carlos Kaspar, Nelson Rueda, Beatriz Dellacasa, Mariano Madrazo y Joaquín Cejas. Escenografía e iluminación: Ramón López. Vestuario: Mini Zuccheri. Musicalización: Sergio Klanfer. Visuales: Christian Pérez. Sala: Payró, San Martín 766. Funciones: viernes y sábados, a las 20. Duración: 70 minutos. Entrada: $2.500.
La frase “ser o no ser”, incluida en Hamlet, de Shakespeare, se corresponde con negar o no la existencia, la vida. Al aceptarla tal como la sociedad quiérase o no va moldeando nuestra existencia, se corre el riesgo de aceptar un destino, que reniega de aquello que en verdad quisiéramos ser. Algo de esto se traslada al alma atormentada de Marco Junio Bruto, cuando se pregunta “¿Por qué quieren que sea yo quien alce ese puñal? ¿Qué esperan de mí, por qué me eligieron? Soy yo y no soy yo ¡Ay, si existieran los dioses inmortales y me iluminaran! ¡Si esos mismos dioses me dijeran cuál de esos dos Bruto soy yo realmente y cuál el que los otros hicieron de mí!”. Estas frases que esconden grandes dudas existenciales, son parte de esta simétrica pieza exquisitamente creada por Oscar Barney Finn y Marcelo Zapata.
Los autores no se centraron tan precisamente en la relación Julio César-Marco Bruto, sino en qué ocurre con un hombre, que, mediante un complot, es obligado a matar a su enemigo: Julio César. Cuando en verdad no está seguro si ese hombre fue o no su verdadero padre, ya que fue amante de su madre y aún siendo enemigos en el campo de batalla, le salvó la vida.
El endemoniado infierno que habita en el corazón de Bruto, encierra una intención política: si asesina a César –que finalmente lo hace en el 44 A.C– gana la República, un gobierno cuyo presidente es elegido por el pueblo, de lo contrario se vuelve a un Estado monárquico. Estos destellos de incertidumbres y totalitarismos que siguen proliferando en el mundo, se convirtieron en la fuente de inspiración de estos dos autores. Barney Finn y Zapata han tenido la intención de llevar parte de lo que le ocurre a un hombre cuando actúa inmerso en sus contradicciones y es obligado por los otros a cometer un acto criminal. Más allá de que el destino de Marco Junio Bruto esté signado por un destino tan adverso, como sangriento.
La pieza tiene el formato de un oratorio de cámara, punzante, intenso, nada verborrágico, sino preciso en narrar sus circunstancias. Sólo aquello que hace avanzar la intriga, que desnuda las tóxicas interrelaciones familiares se manifiesta y cuando lo logra, los personajes cobran su mayor vigor dramático. Esto nos obliga a ser testigos de una sucesión de hechos que arrinconó a cada uno de ellos a no poder eludir un destino señalado por las circunstancias que fueron sembrando a lo largo de sus vidas.
En la puesta en escena de Oscar Barney Finn y en el texto se filtran connotaciones políticas contemporáneas. Una escenografía que ocupa la primera parte, con un círculo amplio y algunos semicírculos en sus bordes, que parecen simular un helipuerto en la terraza de un edificio al observar unas nubes de fondo, van preparando el devenir de una tormenta que terminará arrebatando el alma de los hombres. Tanto de los que atentan con exterminar “a la serpiente” así lo indican al referirse a Julio César, como de los que pergeñan un complot que los sumerge en las más arbitrarias contradicciones. Si en la primera parte se percibe una energía contenida, inmersa en un odio casi exacerbado, en la segunda se observa la desorientación luego de haber cometido el crimen. Nada parece ser lo que es, sin embargo las consecuencias pueden ser terribles y estos personajes lo manifiestan dejando al desnudo sus múltiples contradicciones.
Brutus, en la piel de Paulo Brunetti, se erige a través de la desolación de un hombre azotado, arrinconado por las circunstancias. A estas nada fáciles vertientes emocionales Brunetti se entrega, del mismo modo que lo hizo en Muchacho de luna. Nelson Rueda, Casio, su contrincante, el líder del complot, es el rival en cuyas emociones anida la intención de aniquilar al adversario sin contemplaciones. A su personaje Rueda logra que lo percibamos en la piel, en lo que no dice, su cuerpo lo transmite en gestos y en palabras que pegan como un dardo, en un desarmado Brutus, con la intención punzante de una daga. Ese duelo entre uno y otro, sus cuerpos vibrando casi simultáneamente en el espacio, intentando que se cumpla el ritual de exterminio, es uno de los instantes, quizá, más gozosos de la trama para el que observa. Ana Yovino, en valiosa interpretación, convierte a Porcia en una esposa segura de querer luchar por su marido, aún a costa de tener que flagelar su cuerpo. Del mismo modo que ese estatismo escénico que desnuda una autoridad que no se discute, son patrimonio de Carlos Kaspar como Cicerón. Beatriz Dellacasa, Mariano Madrazo y Joaquín Cejas aportan un meritorio equilibrio dramático. Una vez más, Oscar Barney Finn demuestra su rigor en la dirección. Su trazo es seguro, simétrico, permitiendo que sus personajes destilen sus más oscuras contradicciones emocionales y las pongan al servicio de una historia que remite al pasado y al presente.
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