Estrenos de teatro: Ampelmann es un conflicto familiar y amoroso que pierde la metáfora
Autor: Victor Winer. Dirección: Diego Rinaldi. Intérpretes: Felipe Martínez Villamil, Fernando Dabove, Emilia Mazer, Cristian Thorsen, Carolina Bonzi Ferrer. Sala: Teatro Border, Godoy Cruz 1838. Funciones: Domingos, a las 18. Duración: 65 minutos.
Diez años después de su estreno original, y con un premio de la Ciudad de Buenos Aires a cuestas, vuelve al escenario esta obra escrita por Victor Winer y dirigida, en esta ocasión, por Diego Rinaldi. El texto toma un tema icónico de la ciudad de Berlín, muy representativo en todos sus símbolos para nuestra cultura: el Ampelmann es el hombrecito de los semáforos, ese que indica la autorización/prohibición de cruce, que supo tener un diseño singular durante la RDA y que pretendió ser cambiado tras su anexión a la Alemania actual. Con esta excusa su autor construye un texto sobre la revolución pero también sobre las pérdidas, sobre lo que sucede cuando se regresa a un mundo que ya no existe, por luchar para que un mundo ya caído no termine de desaparecer. ¿Idealismo?, ¿torpeza? Cada espectador llegará a su propia conclusión.
Esa metáfora tan bella del texto está contada a través de un conflicto de familia y un drama amoroso. La puesta en escena de Rinaldi busca quebrar todo el tiempo el verosímil realista (a través del decorado, la utilería y la iluminación), apoyándose en un grupo de actores que pueda jugar con ciertas libertades desde la escena pero que no termina de desamarrase de sus propios límites. El personaje del hijo está construido desde cierta emocionalidad realista, mientras el de su novia está más próximo a la caricatura. En un tono muy interesante se encuentra la madre (Emilia Mazer, conjugando con solvencia entre los extremos propuestos) y fundamentalmente un padre revolucionario que llega cual extraterrestre de un planeta que ya no existe a otro que no es tal. Tanto el texto como la potencia actoral de Thorsen hace de este revolucionario un ser espectral, que parodia la retórica revolucionaria de otras décadas al tiempo que usa y abusa de cuanto símbolo nacional encuentra con tal de sostener sus propias negaciones (Evita y el Che son probablemente el más claro ejemplo). En este juego disparatado que todavía conserva cierto verosímil “dramático” no se comprende muy bien las inserciones musicales, innecesarias para plantear un juego temporal evocativo.
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