Escarabajos: un juego tan perfecto como macabro, que demuestra su vigencia 30 años después de su debut
Con una gran actuación de Victoria Onetto, Nelson Rueda y el joven Eloy Rossen, el texto que Pacho O’Donnell estrenó originalmente en 1975 construye un sensual y premeditado universo, habitado por tres seres incapaces de escapar del círculo que los convoca
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Autor: Pacho O’Donnell. Dirección: Juan Manuel Correa. Intérpretes: Victoria Onetto, Eloy Rossen, Nelson Rueda. Vestuario: Francisco Gorjón. Escenografía: Héctor Calmet. Iluminación: Ana Heilpern. Sala: Centro Cultural de la Cooperación (Avenida Corrientes 1543). Funciones: sábados, a las 20. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Pacho O’Donnell la estrenó en agosto de 1975, en el Teatro Payró, con dirección de Hugo Urquijo. Esta nueva puesta es un homenaje al médico, psiquiatra y director de teatro, que falleció en 2020 y fue amigo de O’Donnell; médico como él, que comenzó a incursionar en el teatro gracias a su colega.
Escarabajos tiene elementos de la comedia negra, de una sutil farsa trágica, en la que una pareja hombre-mujer y un adolescente se exhiben como claros exponentes de un mundo cruel y deshumanizado, pero que en definitiva nos conmueven porque encontramos en ellos rasgos, instantes, reacciones, quizás, de nuestra propia existencia. En ese espejo deformante en el que O’Donnell nos muestra a estos tres seres dolientes, sufrientes y perversos, el dramaturgo se erige como un muy digno heredero de un autor como Joe Orton, el de Atendiendo al Sr. Sloane, que el siempre recordado Alberto Ure dirigió varias décadas atrás. Aunque Escarabajos se acerca con mayor precisión a otra pieza de Orton, El rufián en la escalera (1964), en la que sus personajes parecen inmersos en un universo tan oscuro como siniestro.
A través de esos dos adultos que conforman un matrimonio, y de un adolescente que trabaja en un supermercado chino, el autor, con gran lucidez, parece querer aludir a un modelo inquietante de sociedad en la que todo es válido y el “sálvese quien pueda” es el mensaje prominente. En esta situación la víctima es el joven, quien por su propia historia y necesidad de salvarse se presta gustoso -pero con suspicacia- al diabólico juego de esa pareja de miserables especuladores, que fueron padres de un hijo de quien primero dicen “está de viaje” pero luego comentan que “está loco”, dejando al espectador con la duda constante de si ese muchacho no responde a la figura de un desaparecido.
Juan Manuel Correa, Victoria Onetto, Nelson Rueda y Eloy Rossen, director y actores lograron construir un juego perfecto, macabro, para mostrar con iluminada exactitud las situaciones por las que atraviesan sus personajes. Los sentimientos engañosos que asoman en cada uno, intentan disimular, sin lograrlo, una crueldad premeditada, utilitaria hacia el otro.
El pequeño y estrecho espacio que contiene a estos personajes, inmersos en una ambientación despojada, de objetos mínimos, permiten el lúcido desarrollo de interpretaciones casi coreográficas. Hay deseo, hay erotismo, hay una sugestiva sexualidad y el juego corporal de estos actores, tan exquisitamente y certeramente ensamblados por el director Juan Manuel Correa, convierten a la historia en un contexto perturbador y simbólico, al ilustrar con rasgos sutiles, sugestivos, ese engranaje que no deja de latir y parece formar parte de una sociedad en la que lo esencial parece ser gozar la violencia, el instante y que la rueda siga girando.
Victoria Onetto resplandece como actriz en su rol de una mujer imposibilitada de disfrutar, aunque el deseo exacerba sus fibras más sensibles. La actriz le aporta a esa esposa, con aires de modelo de pasarela, una inquietante personalidad, de movimientos tan sensuales como eléctricos, y a la vez de una frialdad que parece devorarla interiormente. Nelson Rueda diseñó con exquisita actitud a ese extorsionador tan frío y calculador, como frustrado en esa marea de deseos que no logra encausar -porque así lo requiere el personaje- y los traduce a través de una violencia contenida. El actor le aporta a su papel un marcado misterio que atrapa al observarlo, ya sea por sus movimientos, o sus silencios ahogados de impulsos que intentan encontrar un cauce sin lograrlo. Eloy Rossen, el adolescente, consigue una sensible y conmovedora semblanza de ese niño-hombre que le tocó en suerte y se deja arrastrar en medio de ese mar de deseos y violencia de esta pareja, que lo atrapa en su telaraña, lo aturde y lo atrae sin saber muy bien por qué.
Demás está decir que la dirección de Juan Manuel Correa es soberbia en el exquisito cincelado de dar a conocer un trío de personajes a los que ha guiado a través de un premeditado y sensual universo, que conmueve al espectador. Lo atrae como un imán, que no puede dejar de observar el misterio y los aspectos más sombríos que esconden cada uno de ellos y que en la pasividad de la platea, intenta descifrar esa amplia gama de sentimientos y emociones que exhiben estos seres, inmersos en algo parecido a un círculo del que les es imposible escapar.
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