Episodios de un temprano Pavlovsky
Hombres, imágenes y muñecos / Dramaturgia: Eduardo Pavlovsky / Dirección: Daniel Dibiase y Sebastián Berenguer / Intérpretes: Juan Barreiro, María Fernández Vocos, Ramiro Gatti, Silvana Seewald y Cristian Thorsen / Vestuario: Vera Rinaldi / Luces: Matías Noval / Diseño sonoro: Sebastián Berenguer / Utilería y arte cinético: Omar Mac Dougall / Sala: Centro Cultural de la Cooperación / Funciones: sábados, a las 22.15 / Duración: 65 minutos / Nuestra opinión: buena
Estrenada en 1963, en un ciclo de teatro argentino de vanguardia, Hombres, imágenes y muñecos es una obra temprana de Tato Pavlovsky, que refleja las experimentaciones de su escritura en búsqueda de una dramaturgia propia y separada del realismo convencional, pero atenta al entorno social. Influido por sus lecturas de Antonin Artaud, aunque en ese tiempo ya conocía también el teatro de Beckett y de Ionesco, el autor intenta una suerte de alegoría sobre la podredumbre del poder, la hipocresía del amor y otros temas en un código de narración fragmentada que desorientó a la crítica de la época, incluso a la más dispuesta a transar con las nuevas modalidades de hacer teatro.
El texto comprende varias escenas, algunas descritas con exceso de detalle en largas didascalias y otras estructuradas en base al diálogo. En la mayor parte de ellas, los actores se mueven a la manera de muñecos mecanizados, algo así como títeres que sugieren la evidente deshumanización del mundo real. En otras se los ve como monstruos parecidos a Frankenstein, inválidos o simples alimañas (como es en la secuencia del poderoso Mister Dalton, envuelto en una alfombra que lo hace aparecer como un gusano). Este último pasaje es, junto con el de la muñeca que mata a su comprador y que evoca las fantasías de replicantes de Philipp Dick, la más rotunda por su claridad simbólica y su teatralidad.
En otros episodios, las acciones sin diálogos de los cuerpos sugieren metáforas posibles de descifrar, aunque sea siempre a gusto del espectador, pero su puesta en escena se torna por momentos lenta o muy recargada, como es la inicial con ese hombre haciendo mediciones sobre el escenario o los obreros realizando enormes esfuerzos para mover algunas sillas. Acaso el deseo de hacer con la mayor fidelidad posible la obra haya impedido una libertad más marcada en el trabajo con el texto. De todos modos hay que señalar que el trabajo de los actores en la composición de esos extraños seres es, por capacitación física y ductilidad, sobre todo en las dos actrices, lo mejor de la representación.
La puesta es despojada, sobre telones negros y algunos objetos que entran y salen. Y el clima sonoro distorsionado, misterioso, a tono con el universo que se ve. Sobre la obra habrá que decir que no se la recordará entre lo mejor de la producción de ese gran dramaturgo y actor que fue Pavlovsky. Era el producto de una etapa de exploraciones. Por algo su autor no la publicó en sus dos tomos de Teatro de vanguardia (1966 y 1967), aunque ahora haya sido recogida en libro. Como muestra arqueológica de su evolución sí vale y por eso es valioso que este grupo la haya exhibido en escena.
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