Oscar Barney Finn: “Hoy tenemos que luchar para que no desaparezca el teatro de texto”
El prestigioso director acaba de estrenar en el circuito independiente Mármol, una profunda reflexión de la autora irlandesa Marina Carr sobre dos parejas en crisis, a contrapelo de la tendencia de comedias livianas que, asegura, impera en el circuito comercial por designios de los productores
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En las últimas décadas Oscar Barney Finn dedicó todas sus energías al teatro y hoy se lo reconoce como uno de los mejores directores de la escena local. En su haber se contabilizan obras como Eva y Victoria, Cartas de amor, Poder absoluto, La gata sobre el tejado de zinc caliente, Dulce pájaro de juventud, Juegos de amor y de guerra, La reina de la belleza y El diccionario, por mencionar sólo algunas. Y el año pasado, al cumplirse 55 años de trayectoria, se alzó con el premio ACE al Mejor Director de Teatro Alternativo por su labor en Muchacho de luna. Ahora reafirma su talento con una exquisita puesta de Mármol, la pieza de la irlandesa Marina Carr sobre “las fantasías y las pasiones ocultas de dos matrimonios amigos”, que va los jueves, a las 20, en el teatro El Tinglado (Mario Bravo 948).
“De Mármol me interesó todo: su temática, la forma en que está estructurada la obra y la resonancia que puede tener en la sociedad argentina. Pero fundamentalmente primó mi lejana identidad irlandesa, que hace que una y otra vez bucee en piezas y autores de esa latitud. Ya cuando encontré a Martin Mc Donagh (el autor de La reina de la belleza) supe de Marina Carr, pero preferí esperar su crecimiento. Ella nace al teatro a fines de los años 80 y tuvo períodos muy distintos al actual, etapas beckettianas, pinterianas y hasta otras signadas por las influencias de los mitos griegos. Ella, con Mc Donagh, son autores de ruptura con el viejo teatro irlandés; y si bien le rehúye a la etiqueta del feminismo, escribe denodadamente sobre la ubicación de la mujer en la sociedad actual.
En Mármol presenta mujeres muy especiales y en uno de los casos pone de manifiesto el cambio que el rol de la mujer ha tenido en los últimos años, que ha sido de enorme avance, por cierto. Cuando esa mujer se atreve a romper con un montón de esquemas y a traspasar una línea divisoria, sin vuelta atrás, se emparenta sin dudas con la Nora de Casa de muñecas. En fin, Marina Carr se trata de una autora muy interesante, a la que le encanta experimentar. Al igual que a mí, claro”, asegura el director de 83 años, en diálogo con LA NACION. “No conviene spoilear el argumento, pero Mármol es una obra inteligente y sensible, para estar muy atento y escuchar bien lo que se dice porque tiene muy buenos diálogos. Y además atrapa y sorprende, porque al final son las mujeres las que llevan el rol activo en la trama y ponen en jaque a los hombres. A esto se le podría sumar el tema de las relaciones extramaritales, que aborda la obra y que está tan de moda, aunque a mí no me interesa escandalizar a nadie sino mostrar la ausencia de los verdaderos sentimientos que conducen a esas situaciones”, concluye al respecto.
Fiel a su estilo hiper estético, donde nunca un elemento visual queda librado al azar, en este nuevo trabajo Oscar Barney Finn pone el foco en la importancia de la iluminación, para generar los climas que acompañan las situaciones de melancolía y soledad que tan bien interpretan los actores Cecilia Chiarandini, Diego Mariani, Pablo Mariuzzi y Alexia Moyano; inspirado en las pinturas del norteamericano Edward Hooper. No es de extrañar su interés por dotar de un buen marco visual a todos sus espectáculos si se recuerda que su primer amor fue el cine y que de hecho empezó estudiando realización cinematográfica en la Universidad Nacional de La Plata, para seguir perfeccionándose en París gracias a una beca de la cooperación técnica francesa, entre 1962 y 1964. Luego llegaría a dirigir en la Argentina siete películas: La balada del regreso, Comedia rota, Más allá de la aventura, De la misteriosa Buenos Aires (en coautoría con Alberto Fischerman y Ricardo Wullicher), Contar hasta diez, Cuatro caras para Victoria y Momentos robados.
–¿Cuándo y cómo empezó tu pasión por el séptimo arte?
–Desde chico fui fanático del cine club y además pasé por una etapa de cholulismo, porque en los años 40 recibíamos en casa las revistas Antena y Radiolandia. También el cine estaba presente en las fiestas infantiles con los cortos de Chaplin. Ahí estaba la magia. A través de todo eso percibí que había un mundo distinto al real en el que me movía, en el que podía entrar, jugar y salir. Todo eso en mi cabeza, claro. En mi familia de base no había nadie dedicado al arte, nadie me cercenaba mis incipientes intereses pero tampoco me los estimulaba. La que me abrió la puerta a soñar un futuro artístico fue mi tía Nelly, la hermana de mi padre, que solía viajar a Europa y los Estados Unidos y me traía revistas de cine norteamericanas. En los veranos yo venía desde La Plata, donde vivíamos, a vacacionar a su casa, en Belgrano R. Eran temporadas bien fantasiosas y plagadas de películas. Me llevaba a los cines de la avenida Cabildo, aún recuerdo cuando vimos Un americano en París. Fue algo shockeante. Luego también me empezó a llevar al teatro. La primera obra fue Los árboles mueren de pie, con Amalia Sánchez Ariño, Fernando Siro, Nelly Meden y Ernesto Bianco, en el teatro Odeón. Corría el año 1953 y yo estaba deslumbrado con todo aquello.
–¿Tu primer trabajo profesional fue en el cine?
–No. Yo llegué a filmar varios cortos y mediometrajes cuando me nombraron director del área técnica en la dirección de radio y televisión educativa de la provincia de Buenos Aires. Entonces, a fines de los años 60, realicé audiciones en la televisión e hice un programa llamado Guía para padres, en el viejo canal 7. Yo era el encargado de las grabaciones, o sea que terminé experimentando eso de dirigir profesionalmente en la televisión antes que en el cine. Nacha Guevara conducía el programa. Paralelamente me sumé a un equipo de trabajo de Leopoldo Torres Nilson, quien por aquel entonces dirigía teatro y estaba preparando las puestas de La vuelta al hogar y La fiesta de cumpleaños, de Harold Pinter.
–¿El teatro es tu segundo amor?
–Mi motor inicial fue el cine, sin dudas. Pero luego el teatro me capturó para siempre y hoy me defino fundamentalmente como un director teatral.
–¿Cuáles son los espectáculos que más recordás y por qué? ¿Con cuáles quedaste más conforme?
–Son algunos, no muchos. La gata sobre el tejado de zin caliente fue un buen trabajo y ese trabajo me abrió las puertas de Chile, donde luego pude hacer cosas muy interesantes: La duda y Las heridas del viento. Otro espectáculo que quiero mucho porque me unió a una persona que siempre quise y con la que batallamos juntos, Elena Tasisto, es Vita y Virginia, que hicimos en el BAC (British Arts Centre) con Leonor Benedetto. Después me hubiera gustado que Leonor me acompañara en Dulce pájaro de juventud. Yo creo que ella era la protagonista para esa obra, pero al final desistió de serlo porque no quería trabajar en el Centro Cultural 25 de Mayo (en Villa Urquiza). Es verdad que la propuesta había sido pensada para la avenida Corrientes, donde iba a compartir cartel con Gonzalo Heredia. Ambos se comprometieron mucho con el proyecto, de hecho compraron los derechos conmigo, pero en el tramo final desertaron. No los juzgo, simplemente digo que me hubiera gustado que me acompañaran hasta el final en el proyecto, se hiciese donde se hiciese. Otro espectáculo que quiero es Juegos de amor y de guerra, porque lo hice en el Centro Cultural de la Cooperación y ese espacio siempre me abre la cabeza y cada vez de una manera distinta. Aún recuerdo esa síntesis que se me ocurrió con aquella mesa, esas gorras y unas pequeñas tiras, y me provoca una gran felicidad; como hoy me la produce Mármol con la puesta que idee con el escenario casi despojado y bañado en ese color muy Hooper que traté de rescatar. Este tipo de puesta minimalista es lo que más me seduce hoy en día. Por supuesto que, elemento más, elemento menos, todos mis trabajos hablan de lo que soy yo haciendo reconstrucción de épocas. Esto también quedaba claro en mis películas y en mis trabajos para la televisión. En mí siempre hay una búsqueda de lo estético.
–A propósito, ¿cómo definirías tu estilo artístico? ¿Cómo el de un esteta?
–Yo creo que mi estilo es la síntesis de todo lo que vi, de todo lo que leí y de todo lo que sentí a lo largo de los años. Es el resultado de una sensibilidad especial. Aunque todos me vean como a un esteta, debo reconocer que yo no me muero, en cine, por buscar una cierta postura de cámara, o, tanto para el cine como para la televisión y el teatro, en lograr un resultado estético. A lo sumo me surge naturalmente. Y evidentemente, a los equipos de trabajo que suelo convocar, también les surge lo mismo.
–¿Qué anécdotas recordás con más cariño de todos estos años de trabajo?
–Una muy risueña fue de cuando Mario Vargas Llosa casi termina trabajando en Comedia rota, el film que dirigí y protagonizó Julia Von Grolman. Estábamos en Lima y esa posibilidad surgió a partir de que la vestuarista, si finalmente se rodaría ahí, sería la mujer del ex presidente de Perú, Carola Ubri. Ella lo conocía a Llosa y pensaba convencerlo. Finalmente la película se terminó haciendo acá, en la Argentina, y con Gianni Lunadei en el papel del periodista. También recuerdo muy vívidamente a Eva Franco, en medio de un rodaje, hablando de Federico García Lorca, quien había llegado a dirigirla personalmente. Estoy seguro que todo eso me fue enriqueciendo como persona y artista, como cuando Alberto Closas me contó de su relación con Margarita Xirgu, de cómo llegó a Chile y se integró a su compañía. Yo creo que lo que más atesoro son esos encuentros, más que los trabajos en sí. Y si de encuentros se trata, no puedo dejar de contar uno que se impone en los recuerdos por encima de todos los otros: mi encuentro con Michelangelo Antonioni. Fue sin dudas un momento de plenitud total. Cuando me dio una cita en el café Rosatti de piazza Il Popolo, en Roma, en 1962, yo creí que tocaba el cielo con las manos. ¡No podía creer que ese señor, que era por entonces el director número uno de Europa, accediera tan fácilmente a encontrarse con un desconocido como yo! Yo estaba en Europa estudiando y lo había buscado durante un largo tiempo. Hasta que di con su teléfono y lo llamé. La que finalmente terminó atendiendo y armándome la cita –otra gran sorpresa, por supuesto– fue Mónica Vitti, su mujer de aquel momento. Yo quería ser su asistente meritorio, él me negó la posibilidad aduciendo que todos sus proyectos aún estaban verdes, pero quedé encantado por la charla, por su porte y por la elegancia que tenía hasta para tomar una limonada. Como no eran épocas de selfies no tengo una sola foto del encuentro. Una verdadera lástima. De todos modos, me quedé con lo más importante que me dijo y que fue una gran enseñanza para toda mi carrera: que no intentara ser asistente de nadie, que siguiera mi propio camino y gestionara mis propios proyectos. En 1966 me lo volví a encontrar, esta vez en el Festival de Cine de Gramado, en Brasil, cuando él ya había sufrido una parálisis facial y obviamente ya no era él mismo. Yo quise agradecerle aquel consejo. Le agarré la mano y le dije: “maestro, usted tal vez no se acuerde de mí, pero todo lo que me dijo hace más de 30 años me cambió la vida”. Él me apretó la mano y se llenaron los ojos de lágrimas. Con eso yo ya estuve hecho, cerré un círculo y me volví a la Argentina completamente feliz.
–Hablemos de tus actores fetiches. En el cine fue Julia Von Grolman, ¿no? ¿Y en teatro podemos referirnos especialmente a Thelma Biral y Marta Lubos?
–A Julia la conocí en la puerta del Instituto de Arte Moderno, en plena ebullición de los años 60, y a partir de ahí, surgió una amistad tan intensa como duradera, que concluyó con su muerte. Con ella hice casi todas mis películas. Es más, las dos primeras (La balada del regreso y Comedia rota) hasta las co-produje con ella. De mi unión con ella surgieron muchas cosas lindas. En cine fue, sin dudas, mi actriz fetiche, por eso siempre busqué hacer cosas con Julia. Pienso que su trabajo en De la misteriosa Buenos Aires, en cine, como el de El testamento, en televisión, fueron sus mayores logros como actriz. Y ella podría haber tenido muchos más, pero sufrió el estigmatismo del medio por pertenecer a un estrato social elevado. Con Julia, además, hubo una empatía desde el comienzo, cuando no era el director en el que finalmente me convertí. Nos divertíamos mucho, pero también teníamos nuestras grandes peleas, éramos un escorpiano y una taurina... Como diría Marguerite Duras, Julia y yo terminamos siendo “buenos cómplices”. Eso es mucho más que ser amigos o compañeros de trabajo. Después tengo muchos amigos actores con los que me encanta trabajar: Selva Alemán, Arturo Puig, Graciela Dufau y Thelma Biral, con la que compartimos muchos espectáculos: Charlotte, Oscar y la dama rosa, Reconocernos y La herencia de Eszter. Marta Lubos es mi nueva actriz fetiche, y me alegra que lo veas así, porque ella me gusta mucho como actriz y porque, por encima de todo, es muy buena persona. Siempre me da placer estar con ella. Además es observadora, sutil, conocedora de su metier y nunca genera una rispidez. Es una mujer ideal para tratar y para trabajar, con mucho talento. Aún me sigue maravillando verla hacer lo que hace en El diccionario.
–¿Estás conforme con el recorrido hasta acá?
–Digamos que sí, independientemente de los resultados, de lo que más me ufano es de haber convocado para mis proyectos a buenos artistas y armado grandes equipos de trabajo. En la televisión, por ejemplo, he vivido momentos muy plenos, en los que pude hacer mucho. Al medio ingresé de la mano de Manuel Mujica Láinez, allí hice varios especiales y por ellos (concretamente por las versiones de Muchacho de luna y Seis personajes en busca de un autor, en canal 7) gané en 1988 el premio en Biarritz, peleando contra los productos de la televisión europea. Luego, en los dos años siguientes de Luces y sombras pude convocar a Federico Luppi, Thelma Biral, China Zorrilla, Miguel Ángel Solá y Oscar Martínez y generar uno de los mejores equipos de toda la historia de la televisión. Porque mi intención siempre fue hacer foco en la calidad, levantar la puntería y ofrecerle un espacio a todos los mejores. En teatro, cuando después de tanto tiempo, logré hacer Mucho ruido y pocas nueces, en el Teatro General San Martín, llamé a audiciones generales para darle una oportunidad a todos los que se lo merecieran. En cambio, en todo este teatro que hemos hecho en los últimos tiempos, en el circuito independiente…no sé si utilizar la palabra empobrecer… pero digamos que todo se ha reducido…. Hoy las obras son sólo de dos o tres personajes, no más. Y sobre todo monólogos, muchos monólogos, demasiados…
–A propósito, ¿por qué desde hace varios años trabajás exclusivamente en el off? ¿Fue algo buscado o te sentiste arrinconado por los factores económicos?
–En el off me siento libre, que es lo que traté de ser siempre. Un tipo libre en lo que hago, en lo que elijo, cómo convoco, con quien lo hago. He huido y sigo haciéndolo de compromisos que no me gustan. Para bien y para mal, siempre he sido muy individualista, con importantes equipos de trabajo detrás, pero siempre conduciendo los proyectos a mi manera. Ese carácter me lo dio el cine. Más allá de los condicionamientos económicos, hoy sólo trabajo donde soy bien recibido, bien tratado y puedo hacerlo en libertad.
–¿La escena municipal no te abre las puertas como lo hacía antes? ¿Hoy te sentís rechazado por los teatros oficiales?
–¿Cuántas veces creen que me las abrió en cincuenta y pico de años de carrera? Muy pero muy pocas y no creo que haya sido por falta de mérito. En el Teatro Cervantes hice Las del Barranco, con Alixia Berdaxagar al frente del elenco, durante la gestión de Julio Baccaro. Y luego una versión de Doña Rosita la soltera, cuando estaba Alejandro Samec. En el San Martín hice nada más que Mucho ruido y pocas nueces, al final de la gestión de Kive Staif, en el 2010. También monté La Traviata en el Teatro Argentino de La Plata y no me fue mal, pero, en fin, se trató siempre de excepciones. Tuve y tengo muchos proyectos para ese tipo de instituciones y he ido a hablar de buena fe muchas veces, pero no lo volvería a hacer. No tengo ganas de hacer antesalas con cierta gente. Hoy sigo mi camino y no le pido nada a nadie, en los teatros oficiales siempre hay muchas idas y venidas. Además, pienso que algunas gestiones son descalificables, no por si me convocan o no, sino por el criterio que utilizan para programar y por el mal trato que tienen con los artistas. Muchas veces en esos puestos no hay gente de teatro sino del mundo de la política, por eso sus gestiones tienen que ver con otros parámetros y objetivos más que con el desarrollo del teatro.
–¿Cómo ves el panorama teatral actual? ¿Esta explosión de espectáculos que está viviendo la ciudad es necesariamente sinónimo de calidad?
–Hay cantidad pero no mucha calidad. Esto se debe a que después de la pandemia cambió la concepción del espectáculo. Y en esto tuvieron que ver más los productores que el público. Es verdad que muchos espectadores han optado por las comedias, pero los productores utilizan este fenómeno para bajar la calidad de todo el resto: cuando les proponés algo interesante, dentro de un camino de búsqueda, te dicen “no, hoy el público sólo quiere reírse, ser entretenido con algo liviano y corto”. Y yo no creo que sea así, si a la gente le ofrecés una obra de calidad, concurre y apoya ese tipo de propuestas. Lo he comprobado personalmente con mis espectáculos. Pero los productores insisten con su postura y así impera la ley del menor esfuerzo. Se ha instalado un cierto facilismo en la búsqueda de temáticas, en las producciones y en las formas de hacer teatro. De todos modos, yo, como algunos otros, insistimos con nuestros caminos particulares, desarrollamos contra viento y marea nuestras propuestas y conseguimos algunos logros. Hoy tenemos que luchar para que no desaparezca el teatro de texto, porque en definitiva el teatro tiene su punto de partida allí, en el texto que encierra una idea que permite navegar por todo lo que incluye la puesta en escena de una obra. En ese sentido creo que la concreción de Mármol es una batalla ganada de la que me siento muy orgulloso.
PARA AGENDAR
Mármol. Autor: Marina Carr. Director: Oscar Barney Finn. Elenco: Cecilia Chiarandini, Diego Mariani, Pablo Mariuzzi y Alexia Moyano. Teatro El Tinglado, Mario Bravo 948. Funciones: jueves, a las 20. Entradas: por Alternativa Teatral.
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