Las reflexiones de un artista que no espera que lo llamen; él hace, enseña, escribe, edita libros y estrena nuevos espectáculos
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Reconocido actor, director y docente de vasta trayectoria en el teatro argentino, Norman Briski continúa apostando a la actividad teatral desde su emblemático espacio Calibán, la sala que sostiene en la calle México al 1400. Una pequeña factoría que produce varios espectáculos anualmente y en la que el creador da a conocer buena parte de su producción dramatúrgica que, al cabo del tiempo, fue reuniendo en distintos volúmenes. El último, + 5 (Editorial Dapertutto) contiene La conducta de los pájaros, La medicina: Tomo 1, Unificio, Al lector y 9.81. El último texto acaba de estrenarse y está interpretado por Sergio Barattucci, Guillermo Bechthold, Daniela Colucci, Germán Cunese, Tomás Finkelstein, Luigi Longone, Guadalupe Mesples, Sofía Molinari, Wandy Murga, Helena Pérez, Maximiliano Pinget y Romeo Saint-phard.
Briski realizó sus estudios secundarios en una escuela técnica donde se recibió de técnico electromecánico y un tema que siempre le llamó la atención está relacionado con una materia: física, en la que se estudia la inercia, esa imposibilidad que tienen los cuerpos de modificar el estado de reposo. Aquel interés que surgió en su época de adolescente reapareció ahora para dar forma a una obra en la que, aclara, no intenta desarrollar una propuesta en la que asome algo de su biografía sino que intenta cruzar la inercia con algunas cuestiones ligadas a la historia argentina.
“Se siguen teniendo conflictos con los mapuches –explica el creador–, con aquel peronismo, con aquel radicalismo, como si fueran inercias de movimientos sociales. Y después, observando mi propia vida, en término de parejas, veo que terminan su ciclo ‘amoroso’ y queda una inercia, con hijos, con recuerdos. Me pareció un tema simpático. Las cosas que uno quisiera que terminen, empiezan otra vez. Queda una estela, como la cola de un cometa. Entonces me pareció que era una metáfora muy interesante de investigar”.
En la pieza, un profesional trabaja intentando reducir la inercia, tratando que las cosas frenen pero no podrá lograrlo porque resulta inevitable que eso suceda. El operario terminará descubriendo que si quiere terminar con la inercia terminará con su vida. “Es una tragedia, en términos shakesperianos –explica el creador– y al mismo tiempo la obra, creo que por ser de acá, de estos ‘sures’, no podía terminar en una tragedia, en todo caso en un drama y el personaje al darse cuenta de esto dice: ‘me voy a la milonga’, y recurre a la idealización de que el amor podía ser la reparación de su oficio de explotado”.
–Luego de la pandemia y frente a una realidad compleja seguís produciendo de manera muy activa
–A pesar de pandemias y el tema de un país que no deja que los jóvenes puedan tener mejores posibilidades y todo eso, este lugar diría que tiene su gracia. En el sentido de el privilegio de que todavía hay jóvenes interesados en formarse y jugar. Se diría que es la base de todo lo que hago, las clases. Aunque algunos tomarían las clases como auxilio de una actividad principal, yo no. Tienen mucho interés para mí. Y probablemente también sea porque no es que me obligue sino porque debo entender y sentir qué está pasando con los jóvenes hoy y cuál es el universo complejo que están viviendo para poder, no solamente identificarme, sino guiar sus ganas de ser actrices, actores. Las clases son una única parte rentable de semejante estructura. El teatro no lo es. Aún cuando toda esa mano de obra que se produce aquí desemboca en las producciones, que están entusiasmados en hacer, con mis dramaturgias u otras dramaturgias, sea Pavlovsky, Gambaro o Ibsen. O sea que no habría un sello de una estética determinada sino que se va articulando por las capacidades o los deseos de sus actores.
–¿Observás algunas novedades interesantes en la producción actual?
–Creo que no es época de héroes, ni es época en la que el teatro está, no digo “vanguardizando”, no me gusta, no me considero un director, un actor o dramaturgo de vanguardia. Nunca supe muy bien qué querría decir pero hoy no hay novedades y no solamente en el campo del teatro. Desde Beckett en adelante no se puede decir: “mirá esta originalidad”. Hay pautas o pequeños signos que todavía no aparecen, no coagulan, en una estética que rebela esta complejidad social y me parece que la tecnología es uno de los desvíos del deseo de la gente. En términos de que tienen hasta cierta plenitud con los juegos cibernéticos o los juegos celulares, las pantallas.
–¿La tecnología avanza con fuerza y el teatro se detiene?
–Creo que eso hace que el teatro todavía no pueda encontrar una estética propia que está en un lugar de un público determinado que sigue interesado en este tipo de juego pero que otros juegos le están copando maneras de vincularse, maneras amorosas, maneras productivas que se alejan de estas artesanías, diríamos. Eso me parece grave pero me atajo de mi manera de pensar porque continuamente tengo la impresión de que “siempre el pasado fue mejor” y parece que responde también a esta generación que dice “che, pero en nosotros, en el teatro argentino, no estaban estas pautas posmodernas o livianas o poco interesantes como antes”. Habría que analizar mucho más el antes en términos de qué es lo que hicimos y que hay una probable idealización de lo que hicimos y lo que podemos hacer ahora. Yo siento cierta alteración en mi decir de cómo puede ser que después de Beckett no haya ningún dramaturgo que nos de una pauta que no sea relacionada a tecnópolis o relacionada a novedades sexuales, como de género, como si no hubieran existido nunca. Hay una especie de liviandad y también nadie está apostando a las artes. A no ser que sea moneda, si es moneda entonces sí, pero la bohemia que yo viví de joven o de adolescente eso no lo puedo encontrar. Está neutralizada en el mejor de los casos o no puede subsistir. En otra época era Avenida de Mayo, Macedonio Fernández, toda esa gente estaba en las charlas. Los cursos eran inversión, nuevas estéticas llegaban al puerto argentino y marcaban influencia. Hoy hay una velocidad que no deja ver el paisaje, digamos. Y es muy probable que sea una queja sin ver qué podría ser positivo.
–¿Eso te perturba?
–Me perturba no poder atrapar esta sociedad prestada o alquilada, que no tiene entidad y en algún momento pareció encaminarse. Creo que los 30.000, que todavía están en duda su cifra (que interesante tema), es uno de los síntomas de que hay una detención del devenir del teatro. Hubo una detención entre aquello, antes, y hay una detención que no se sabe si es un paréntesis o una reacción a la positividad que traíamos. Es muy angustiante y muy interesante porque seguro que estaríamos cerca como estuvieron siempre las artes de que en esa grieta, como se llama tanto ahora, aparezcan fuerzas, novedades, como Goya, El grito de Munch o Esperando a Godot. Esa obra sigue instalada, no terminó su estancia. Estamos esperando hoy el accionar de un nuevo ministro como si fuera el godotito, el salvador. Estamos todavía en lo mesiánico.
–¿Sentís que, con el paso del tiempo, como sociedad no aprendimos nada?
–Es duro. El hombre, nosotros… yo no siento que no aprendí nada. Aprendo mucho pero no puedo darle la poesía necesaria como para que movilice. Es una impotencia porque probablemente de todas las cosas que hice o que hago con mucho entusiasmo, puede ser que una de esas cosas esté diciendo algo que al no tener reconocimiento, al no tener devolución, no se pueda subrayar. No hay manera de saberlo, y eso es un síntoma por ahí de la inercia. El sometimiento a la inercia podría ser algo que no es reconocido como tal y que hemos decididamente caído en esa temporalidad. La inercia como país la he vivido muy fuerte. Sobre todo por la generación de la que vengo.
–¿Cómo si siguiéramos atrapados en un círculo?
–Es muy linda la figura porque circular es volver al mismo punto. No podemos entrar a la espiral acá, como diría Pichón Riviere. No podemos entrar en la espiral de la vida. Estamos en la reiteración que nunca es la misma pero es parecida. Lo que dijiste, no aprendimos nada, y en eso hay una circularidad y probablemente no podemos detectarlo, no somos Joyce, Nietzsche, no somos esa gente que dijo “acá estamos, estamos en producir el nazismo”, estamos por decir “la poesía va a quedar para algunos” y hoy la poesía que se lee en un celular pierde su capacidad de que se nos mueva algún menisco. Un lenguaje en el que está eliminando, en el peor de los casos, el afecto. Yo siento eso. Pero puede ser que sea aquella idea melancólica que arrastramos de aquel pasado, la trascendencia, lo modifique.
–Hace unos años Eugenio Barba explicaba que en otras décadas uno terminaba de ver determinados espectáculos y sentía que se le abría la tierra, por lo poderoso que eran. Eso no está sucediendo.
–Únicamente el arte puede ser tal si se abre la tierra sino para que se inventó ese juego que nos da perspectiva, parece que salta a una temporalidad mágica o una temporalidad profética. Hoy hablar de profecía es como llamar a la ambulancia para ver si estas bien de salud mental. Al mismo tiempo está la negación de la comodidad, pedimos una pizza, llamamos y te traen la pizza. No tengo que ir a ningún lado. Está todo en el universo de una pantalla y como uno es travieso, o quiere seguir siendo infantil, en términos de juego, nos damos cuenta de que vamos a terminar rodando, me parece.
–Pero, como decías antes, a los jóvenes les sigue interesando jugar. Eso tiene valor.
–Sí y tengo otros fosforitos de vida y no son necesariamente en la clase de teatro. Están en lugares que no vemos y no visitamos. Hay rebeldías y se constituyen autogestiones con respecto a la tierra. Yo he visto milagros de la vitalidad pero tenés que irte donde no hay ninguna sala de teatro. Tenés que irte a donde está el hambre. Hoy acá la vitalidad estaría cercana a un paisaje de tierra desolada que no sale mucho de la tierra porque está gastada y están marchando hacia el centro. Por ponerle un nombre, creo que los piqueteros que yo fui a ver cuando vinieron con sus carpas dispuestos a acampar. Ahí vi extraordinarios juegos inusitados, increíbles partidos de fútbol de mujeres que es una llama que apareció en la sociedad y que parece hoy aplacada por las leyes que las defienden. Todas esas cosas son pequeños signos de vitalidad.
Para agendar
9.81
Dirección: Norman Briski
Calibán, México 1428 Pb 5
Martes, a las 20
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