Con entradas agotadas para el primer mes de funciones, la intérprete retoma el martes el personaje que tantas satisfacciones le dio y con el que tanto se la identifica. Lo hará, a 13 años del estreno de Piaf en el país, nuevamente en el Liceo, que celebra sus 150 años de vida
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Luego de alzarse con el prestigiosísimo premio Olivier en Londres, en 2009, por su maravillosa interpretación de Edith Piaf (reconocimiento que ningún artista argentino había logrado antes), Elena Roger tuvo un sueño: reponer la obra de Pam Gems sobre “El gorrión de París” en Buenos Aires. Y no sólo lo logró un año después (gracias al enorme esfuerzo de producción de Adrián Suar y Fernando Blanco, que no escatimaron en contratar al director original de la puesta, al inglés Jamie Lloyd) sino que aquí Piaf, de Pam Gems, se convirtió en un suceso mayor que en Inglaterra, con larguísimas colas de público dando vuelta la manzana del Teatro Liceo. En pocas horas se agotaban las entradas para toda la semana, un fenómeno que hacía años no se vivía en la plaza teatral local. Y su actuación fue considerada como sublime, brillante, desgarradora, imbatible y legendaria.
Sin embargo, a los siete meses Piaf bajó de cartel, generando perplejidad en todo el medio. ¿Qué es lo que pasó? Hoy lo revela la propia protagonista: “básicamente la obra bajó por mí. Yo venía de hacerla un buen tiempo en Londres, un tramo en el Donmar Warehouse y otro en el Vaudeville Theatre, y, ya estando aquí, surgió la posibilidad de ir Madrid a montarla por tres meses. A su vez, tenía el compromiso de volver a Londres para protagonizar otro musical, Passion, en una fecha inamovible. Entonces, para que todo eso pudiera ser combinable no quedó más remedio que terminar acá de golpe”, explica la intérprete.
Y aunque luego, en 2012, retomó en Broadway el papel de Eva Perón en el musical Evita, que había originado en el revival londinense de 2006 –por el cual cimentó su carrera en Europa–, Roger se negó muchos años volver a abordar la figura de Edith Piaf. “Mi madre aún me lo reprocha, pero esto también tiene una explicación: Edith me provocó un agotamiento sentimental, hasta el punto de que temí quedar atrapada en el personaje, por eso necesité cambiar de aire y seguir mi carrera”, asegura quien a continuación protagonizó en la Argentina las obras Ay, Carmela (2015) y El cartógrafo (2019) y el musical Lovemusik (2016), y rodó los filmes Un amor (2011), Otro corazón (2012), La vida anterior (2013), Wakolda (2013), Amapola (2014), Nadie nos mira (2017) y Lejos de Pekín (2019). “Luego me desarrollé como cantante solista y junto a Escalandrum –agrega–. Además me convertí en madre, lo cual no es un trabajo menor”, juzga la progenitora de Bahía (8) y Risco (4), frutos de su relación con el actor Mariano Torre. A su lista de ocupaciones y logros debe sumarse su reciente participación en Entrelazados, la serie de Disney+ que comienza ahora su segunda temporada y en la que personifica a la abuela de la protagonista: Cocó Sharp, “una gran artista de comedias musicales del siglo pasado”.
La novedad es que ahora, a los 47 años, y a 13 de aquel suceso histórico, finalmente Roger volverá a protagonizar Piaf. Lo hará en el mismo teatro, en el Liceo, que este año celebra sus 150 años de vida, prácticamente rodeada del mismo elenco y nuevamente con producción de Adrián Suar (aunque esta vez asociado con Preludio). Desde mañana se reencontrará en escena con el personaje que tantas satisfacciones le dio y que muchos opinan le permite ofrecer la mejor interpretación de toda su carrera. “El que siempre me insistió en volver fue Adrián y año tras año le dije que no, hasta que me pareció un buen momento hacerlo para los 10 años del estreno en la Argentina, en 2019, pero el director no estaba disponible. Ahí Adrián me ofreció que la dirigiera yo, pero me negué, siempre mi temor fue que después de tanto tiempo Piaf no fuera lo mismo. Ahora, post pandemia, todo confluyó y estoy muy pero muy feliz por eso. Estoy viviendo un momento muy hermoso, de reencuentro con el material y con mis compañeros, muy mágico. Al tal punto que ya no me importa si volvemos a hacer un éxito, me conformo con lo maravilloso que está siendo volver a hacer esta obra y lo bien que lo estamos pasando”, confiesa Elena. De todos modos, el regreso de Piaf ya es un éxito, hasta el punto de que ya lleva agotadas todas las entradas para el primer mes de funciones.
–¿Esta versión diferirá en algo a la presentada en 2009?
–No, es la misma puesta, la que el público aprobó en su momento y que concibió con tanto esmero Jamie Lloyd.
–A propósito, ¿cómo fue el reencuentro con él, después de tantos años?
–Muy hermoso. Es verdad que hacía mucho que no nos veíamos personalmente, pero siempre estuvimos en contacto. Nos conocemos muchísimo. El fue el asistente de dirección de Evita, en Londres, y después me dirigió en Piaf y Passion. Más tarde vino a reponer Piaf en Buenos Aires y luego nos fuimos juntos a Madrid. Desde que llegó, hace tres semanas, hablamos mucho de cómo han cambiado nuestras vidas en todos estos años y me contó de las obras que estuvo montando en los últimos tiempos. Acaba de montar en Londres La gaviota (con Emilia Clarke, la actriz de Game of Thrones), ese es el motivo por el cual no pudo venir antes. Es un genio, tiene sólo 41 años y ya montó 70 obras. Lo quiero y lo admiro muchísimo. Se encontró muy feliz con lo que llegamos a ensayar antes de su llegada, bajo las directivas del repositor local Edgardo Millán. Ahora él le dio el toque final al espectáculo.
–¿Cómo se logró reunir al elenco original? Algunos integrantes hoy son figuras consagradas como para retomar sus personajes secundarios. ¿Existe una mística detrás de Piaf?
–Fue muy sencillo: todos querían hacerla. Es que lo que vivimos con Piaf fue absolutamente hermoso, así que todos tenían ganas de que se repusiera y ser parte de esa reposición. Sólo no pudieron sumarse Néstor Sánchez (porque está haciendo un unipersonal sobre Néstor Kirchner y se le superponían los horarios de las funciones) y Pablo Grande (que ahora vive en Austria, donde desarrolló una gran carrera como cantante). Ellos son reemplazados por Iván Espeche y Nacho Pérez Cortés. El resto somos los mismos: Julia Calvo, Rodrigo Pedreira, Natalia Cociuffo, Diego Jaraz, Eduardo Paglieri, Romina Groppo, Ángel Hernández, Federico Llambí, Gustavo Guzmán Martín Andrada y yo. No te voy a decir que estamos de vuelta de todo, porque aún somos jóvenes y seguimos desarrollando nuestras carreras, pero queremos volver a transitar de otra manera este espectáculo, ya con todo nuestro recorrido. Además es una obra bastante coral y todos los personajes son importantes. ¿Y con respecto a si existe una mística detrás de Piaf? Bueno… Piaf es Piaf. No hay dos obras así, es algo único.
–Otro motivo de celebración son los 150 años del Teatro Liceo, ¿no?
–Exacto. Esa fue la principal excusa para volver. Me dije: no pudimos volver a los 10 años del estreno de Piaf, pero ¿qué otra mejor ocasión posible podría haber que hacerlo para los 150 años del Liceo? Carlos Rottemberg, en cuanto dueño del teatro, nos convocó y todos estuvimos de acuerdo. Fue complicado por los tiempos de cada uno, sobre todos por los de Jamie, pero lo logramos.
–¿Qué te acerca y qué te aleja de Edith Piaf?
–Es un personaje muy querible, su vida fue coloreada por la música que supo interpretar. La riqueza del personaje es única: de dónde vino, cómo llegó a ser la cantante mejor paga del mundo, su personalidad no modificada a lo largo del tiempo, su cosa rea, su cosa desgarbada. Y que murió muy joven, a mi edad. Lo que me acerca es ser cantante como ella. Yo había hecho Evita y había estudiado mucho sobre su vida y obra para interpretarla, pero no soy política. Nunca hice política partidaria, así que sólo intenté comprenderla como ser humano. Pero lo que me pasó con Piaf es que ella es una cantante y, estudiarla, me enseñó mucho sobre ser una cantante. Esa pasión por la música y cómo ella abordaba sus canciones y cómo elegía su repertorio. Y después, por supuesto, nos acerca la altura (risas). ¿Y lo que me aleja? Es que nunca he tenido experiencias con drogas, no he sido adicta, así que no sabría. Y tampoco he llegado a tener el poder que ella consiguió: porque podríamos decir que Piaf fue una popstar de su época. Yo no lo soy, mi carrera artística va por otro lado.
–En escena no parece que estuvieras interpretando a Edith Piaf sino que ella se encarnara en vos. ¿Lo vivís como una situación paranormal?
– (Risas) Bueno… esta es una obra en la que yo entro a escena y es como que me meto en un túnel. Me río porque una vez, cuando estaba haciendo Piaf en el Donmar Warehouse, y todo era muy intenso, me pasó de estar cantando la última canción de la obra (“Non, je ne regrette ríen”) y escuchar su voz.
–¿Cómo?
–Sí, de repente escuché la voz de Edith Piaf. No es que me hablaba, simplemente escuché su voz. Escuché su tono de voz, no el mío. Y debo reconocer que eso un poco me movilizó. Es que la música conecta mucho con el universo. No sé si aquello fue una situación paranormal o no, pero juro que la escuché al lado mío. Y yo creo que fue por las constelaciones familiares. Un poco el actor está permanentemente constelando. No importa que sea ficción lo que hacemos, constelamos igual. Yo creo que de alguna manera estos personajes tan intensos y sufridos sanan a través nuestro y de nuestras constelaciones. Nosotros, función tras función, revivimos situaciones muy parecidas a las que en realidad ellos vivieron y así, a través nuestro, encuentran sosiego y descanso. Así que Edith Piaf podría estar sanando a través de nuestra interpretación, la mía y la de todo el elenco; y nosotros, así, también sanamos nuestros dolores.
–¿Cómo hacés para contener y transmitir todo el dolor que conlleva semejante personaje?
–No lo sé. Es muy fuerte lo que le pasa a Edith en tan pocos años, es tremendo cómo se degrada. A los 40 parece una señora de 80 años o más. La obra es muy vertiginosa, casi no llego a darme cuenta de todo lo que me atraviesa en escena. Ella fue hija de una cantante alcohólica y de un artista callejero que pronto la abandonó, creció en un burdel y empezó ganándose la vida cantando en las esquinas por monedas, donde fue descubierta por el dueño de un cabaret que decidió apadrinarla. Su vida fue turbulenta, estuvo llena de desengaños y por su vulnerabilidad cayó en las drogas. Ella se transformó en la preferida de la elite parisina y llegó a cantar en los mejores cabarets, pero a la vez simbolizaba el alma de la torturada clase trabajadora, de donde ella provenía. Su voz fue y es única. Su dolor también. Batalló contra todo tipo de demonios y adicciones y murió muy joven.
–Después de cada función, y dada la intensidad de la obra, ¿te cuesta abandonar el personaje o te acompaña el resto del día?
–Hay algo de ella en mí que me acompaña el resto del día, es verdad, pero en términos generales, en cuanto concluye la función, la abandono. No me quedo sumida en la tristeza o algo parecido. Pero puede ser que putee un poco más de lo habitual, que me ponga más grosera y sexual (risas), como era ella.
–Has trabajado en varios musicales, pero sin dudas Evita y Piaf son (hasta ahora) los highlights de tu carrera. Si tuvieras que elegir uno solo. ¿Con cuál te quedarías?
–Con Piaf, sin dudas. ¿Por qué? Por todo lo que me conecta con ella. Evita es una obra inglesa –de Andrew Lloyd Webber y Tim Rice– que cuenta algo que sucedió en la Argentina desde un punto de vista extranjero. No es una obra argentina, en Evita yo no hice a la Eva Perón de Eva, el musical argentino de Alberto Favero y Pedro Orgambide. Piaf tampoco fue escrita aquí, es cierto, pero no habla de un personaje de mi país, así que no me siento responsable en torno a si cuenta la verdad de su historia o no.
–¿Te costó interpretar a la Eva Perón de Evita?
-Mucho. Porque la mirada del musical hacia Eva es muy dura. Luego de ser elegida, y a punto de empezar los ensayos, me tocó leer el libreto completo y casi me muero. Me dije: ¿y ahora de qué me disfrazo? ¿Cómo hago este personaje si no creo todo lo que dice la obra sobre él?
–¿Te arrepentiste alguna vez de haber aceptado protagonizar el revival de Evita?
–No. Porque yo logré dar vuelta el personaje. No lo hice caricaturesco como lo habían hecho antes. Esta nueva versión difirió mucho de la de los años 70 gracias a que el elenco estaba liderado por una argentina, que podía relatar parte de los sucesos que allí se cuentan con otra mirada. Evidentemente yo entendía más la idiosincrasia argentina que las actrices que me habían precedido en el papel. Para ellos era una obra más, una burla de un sistema político. Para mí, en cambio, se ponía en juego mi patria, el lugar donde yo había nacido y crecido. Entonces, cuando Tim Rice me dijo: “No llores por mí, Argentina” es un discurso irónico, yo le respondí que no lo veía así. Por eso yo nunca lo canté irónicamente. Nunca pude ni podría hacerlo así. Yo siempre sentí que Evita podría ser mil cosas –buena, mala o lo que fuere– pero, viendo los videos de sus actos, no me quedaba duda de que había tenido mucho amor por el pueblo. Esa es la única verdad que yo sentí que podía transmitir. Tanto insistí con esto que me lo aceptaron. Yo humanice a Evita y la convertí en un personaje más dual. Conmigo se acabó aquello de blanco o negro que tenía el musical.
–En el momento del estreno de Evita en Broadway algunos críticos señalaban tu vibrato, al que juzgaban más acorde para Piaf que para el musical de Andrew Lloyd Webber. ¿Volverías a probar suerte en Broadway, pero esta vez con Piaf? ¿Te tienta la idea?
–No me mueve un pelo, me da igual. Yo ya estuve en Broadway y no me interesa hacer una carrera allí. Para mí ya está. Yo siento que en la Argentina puedo ser más artista que afuera porque acá puedo tomar decisiones propias. No digo que no volvería a vivir otras experiencias en el exterior, pero no lo haría para compensar lo que me pasó en Broadway. Allí, por ejemplo, me criticaron lo del vibrato, en Londres no. Lo que pasó con Evita allá fue que estaba protagonizada por dos latinos –Ricky Martin y yo– y eso no se lo bancaron. Parece que sacarles el reinado a Patti LuPone y Mandy Patinkin (quienes habían originado los papeles de Eva Perón y El Che, en 1979) no estaba permitido. Y además siento que la mirada norteamericana a esta nueva producción, que para colmo era inglesa, fue prejuiciosa y de no respaldo. Por algo los dos únicos que fueron nominados a los premios Tony fueron Michael Cerveris (el actor que encarnaba a Juan Perón) y Rob Ashford (el encargado de las coreografías), ambos norteamericanos. De todos modos, el público pasó de esas cosas y llenó el teatro todos los días.
–Edith Piaf murió a los 47 años, la exacta edad que vos hoy tenés. ¿Cómo te pega la coincidencia?
-Primero y principal: ¡espero no morirme ahora! (risas). Dicho esto, ¡me encanta la coincidencia! Es maravilloso darme cuenta que yo, Elena Roger, ya transité todos los años de vida que ella vivió. No las mismas experiencias, obviamente, pero sí su misma cantidad de años. Es un motivo más para revivirla justo ahora.
–Hablando de coincidencias, ya te había tocado encarnar a Evita a los 33…
–Sí, y en aquel momento también pensé en la muerte… en esa cosa de que el éxito lleva a la muerte. Para mí ese fue un momento muy importante, nunca soñé que iba a estar en Londres e interpretando a Eva. Encima yo no hablaba bien inglés. Era algo imposible y sin embargo sucedió y no morí en el intento. Tal vez aquella coincidencia fue un buen augurio.
–Cuando interpretaste por primera vez a Edith Piaf, hace ya 14 años, no habías formado una familia ni tenías hijos. ¿Hoy te sentís más plantada para entender su humanidad y poder transmitirla?
–Ojalá hoy le pueda aportar más a la obra y al personaje que hace 14 años. Yo me siento más tranquila y más realizada a nivel personal. Y el hecho de ahora ser madre me hace entender más a Edith y su dolor, ya que ella tuvo una hija que al poco tiempo falleció.
–Empezaste tu carrera hace 27 años como ensamble de un elenco (el de El jorobado de París, el musical de Pepe Cibrián Campoy y Ángel Mahler) y hoy sos una figura internacional. ¿Estás conforme con el recorrido? ¿Qué más te falta alcanzar?
–En realidad yo no soy muy ambiciosa. Las cosas me suceden y punto. La única vez que me sentí ambiciosa fue cuando me nominaron a los Olivier Awards en Londres por Evita y no lo gané, cuando sé que me lo merecía. Entonces me pregunté: ¿qué más tengo que hacer para que me den este premio? La respuesta fue hacer Piaf y ahí lo gané. La diferencia entre Evita y Piaf, y que los críticos londinenses valoraron, es que se trata de una obra más actuada que cantada y que cuando sí canto lo hago en dos idiomas. Al principio hice Piaf por eso, por ambición, y como un desafío. Nunca pensé que el personaje me iba a pegar tanto. Hoy creo que Piaf es lo mejor que me ocurrió en la carrera y sé que voy a ser recordada por esta interpretación.
Agradecimiento: Hotel Club Francés
Para agendar
Piaf
Dirigida por James Lloyd
Teatro Liceo. De miércoles a domingos.
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