Entre el under, el mainstream y la TV, el sello personal de un creativo
El eterno jovencito Francisco Lumerman cobra cada vez mayor notoriedad por su trabajo como actor, dramaturgo y director
Durante el ensayo general sin interrupciones de El amor es un bien, Francisco Lumerman -director y autor de la obra- está relajado en la última fila de El Camarín de las Musas, donde hace muchos años vio una hermosa versión de Tío Vania, de Chéjov, dirigida por Daniel Veronese. Ahora es su adaptación la que se reestrena por cuarta temporada, pero ya no en Moscú Teatro, su propia escuela de actuación y sala para 30 espectadores, sino en esta multisala de trayectoria del off porteño, para 80 personas.
"Aunque no tenía una familia teatrera, desde chico me interesaba el arte escénico y en la secundaria empecé a escribir obras para hacer con mis compañeros de curso a fin de año", recuerda, ahora que ya tiene 35, aunque si dijera que tiene diez menos, sería perfectamente creíble.
Hace un buen rato que terminó la función y ya no queda casi nadie, pero todavía hace calor. Habla rápido pero, por momentos, se interna en el silencio para calibrar sus palabras. Con sus manos acentúa lo que dice su voz, tiene brazos finos y alargados. "Somos cuatro hermanos y, como con mis padres vivíamos en un departamento de tres ambientes, escribía con todo ese ruido de fondo", comenta y aclara que eso resuena en sus obras como una música familiar que relaciona con el sonido del living de su casa.
Nunca tuvo silencio ni tranquilidad. En su hogar y en sus vacaciones en Carmen de Patagones, donde transcurre la obra, siempre compartía el tiempo con muchas personas. De eso saca en limpio su ojo, su gusto por observar a los demás y captar detalles.
Ahora es actor, dramaturgo, docente y director. Todas esas actividades le permiten sustentarse económicamente y ya no trabaja en actividades desvinculadas del teatro. En una época se levantaba a las seis de la mañana para ir a ensayar, después iba a la oficina y "la verdad es que estaba peleado con esa situación. Ahora ya no", dice con una voz calma de la que salen palabras claras, correctamente pronunciadas y a un volumen perfecto como corresponde a un buen actor.
Dice que a los 12 años empezó a estudiar actuación como si fuera un juego, sin saber que eso se convertiría en su pasión y luego, afortunadamente, en su forma de ganarse la vida. Ahora las cosas se dieron vuelta y es él quien da clases en Moscú. Antes de llegar a este gran momento, las cosas fueron complejas. Pero siempre, en las situaciones más difíciles, lo sostuvo su pasión, aquella que eligió y a la que no está dispuesto a renunciar. Sabe que no quiere ser millonario, sólo continuar con sus deseos a pura versatilidad, con la capacidad de pasar de una cosa a otra, muchas veces en forma simultánea. En 2007 -se sonríe mientras lo cuenta como al pasar, restándole importancia-, recibió un espaldarazo. Su obra Te encontraré ayer ganó el primer Premio Germán Rozenmacher. Y en ese momento todavía nunca había estudiado dramaturgia.
Cada una de las actividades que realiza tiene sus momentos, pero cuando actúa -aun cuando estuvo cinco años sin hacerlo- se le abre el deseo de "adentrarse en la escritura, que es una actividad más solitaria y neurótica", según dice. En 2015, obtuvo el segundo premio del Fondo Nacional de las Artes con su obra, todavía inédita, Muerde. Aunque la crítica lo mima, tiene los pies sobre la tierra, sabe que solo es alguien que hace lo que ama y que los resultados no dependen de él. "Nunca sabés qué puede conmover a otra persona, solo puedo trabajar con aquello que me conmueve a mí", describe sereno.
Es tímido como un rollo de papel que en la intimidad de a poco se desenrolla. "En las reuniones en general estoy callado, si no conozco a la gente soy retraído", reflexiona. El teatro le sirvió para relajarse y le permitió que sus demonios estén cuando actúa para después poder estar más relajado.
Escribir y dar clases, por ejemplo, no son actividades que estén en compartimentos separados. Durante años, trabajó mucho en escenas de Tío Vania con sus alumnos. Llegó a memorizar escenas enteras y aun así, con el efecto de la repetición, nunca dejó de conmoverse. Hubo un momento en que se dio cuenta que no podía trabajar más esa obra y ahí empezó -hace siete años- a escribir El amor es un bien.
"Tardé tres años en terminarla. Verla ahora, ya con cuatro años en cartel, es increíble, cambié mucho y en el medio fui padre. De Chéjov me atrae que los personajes hablan de muchas cosas para tapar algo y creo que la voz de todos nosotros hace eso todos los días. Porque nadie puede estar todo el tiempo planteándose problemas existenciales", dice con un tono despojado y los ojos oscuros, cansados.
Nadie lo llama por su apellido en este ámbito. Durante las tomas de fotos, les pide a los actores, sentados en las sillas de plástico blanco que antes ocupaban los espectadores, que se callen. Lo dice amorosamente, con una calidez que le brota naturalmente. Lumerman tiene autoridad, pero la ejerce delicadamente, con tacto.
En 2016 participó de la serie El marginal y este año, hasta agosto, hará Un rato con él, la obra protagonizada por Adrián Suar y Julio Chávez. Con 35 años se siente más cómodo para disfrutar, tanto de aquello que considera mainstream como under, algo que le hubiera generado tensión un tiempo antes.
En su obra trabajan Manuela Amosa, Rosario Varela, Diego Faturos, Jorge Fernández Román y José Escobar. Ellos, los asistentes y los técnicos se van, lo saludan amables. Él sacude la mano haciendo un arco en el aire y les dice que después les manda un audio. Ahora está escribiendo una obra que por ahora es solo una imagen del Litoral. Después agarra su morral y sale del teatro a la oscuridad veraniega de la vereda. Nadie lo espera y esa soledad es apenas distinta de la del chico que se imaginaba mundos cuando escribía sus obras entre las fragorosas conversaciones de su familia.
El amor es un bien
De Francisco Lumerman
Sábados, a las 22.30, y domingos, a las 20.
Camarín de las Musas, Mario Bravo 960 (4862-0655)
Un rato con él
Dirigida por Daniel Barone
De miércoles a domingos
El Nacional, Corrientes 960
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