Entrar a escena, como salir a la cancha: los mundos de un actor
Santiago Caamaño es actor, participa en tres obras de teatro en Mar del Plata y esta tarde descansa en la playa, pero él nunca imaginó que esa sería su profesión. En un lapso de tres meses, cuando tenía diecisiete años, murieron sus padres. Hasta ese momento su única pasión era la pelota: jugaba en la tercera de El Porvenir y nada deseaba más que debutar en primera, pero esa gloria nunca le llegó. En ocasiones, la desdicha es un punto de partida. "Hasta ese momento, había leído un solo libro, Yo soy el Diego", dice, refiriéndose a la autobiografía de Maradona.
"Había abandonado el fútbol y le pedía a Dios, en secreto, cuando me levantaba para ir a trabajar doce horas a una fábrica de envases de pintura, que me diera otra pasión. Durante casi seis años trabajé como camarero en un bar en Recoleta donde iban a cenar muchos actores", cuenta a LA NACION. Si hay momentos que cambian la dirección de una vida, en la de Santiago fue cuando acompañó a un casting al primo de una exnovia. "Era para una película y quedé, fue raro. Hice una participación, grabamos en La Boca, donde habían cortado la calle, y cuando volvía sentí una sensación linda", recuerda. Desde ese momento volvió a tener una certeza: quería estudiar actuación, pero ese ámbito para él era lejano como una ciudad desconocida, apenas pronunciable.
"Cuando preguntaba, me hablaban de Julio Chávez, entonces fui a una entrevista y me dieron una vacante en su estudio. Fue como pasar a otra dimensión y, de a poco, empecé a hacer publicidades, algunas obritas y un tiempo después él me llamó para hacer La de Vicente López, esa pieza que él mismo escribió", se enorgullece, tranquilo, después de haber recorrido esos tiempos. Sin apuro, siempre tuvo en mente "dar pasos chicos pero firmes". De a poco empezó a hacer TV, donde ya participó en más de 30 ficciones, y ya lleva más de 12 participaciones en cine. "Jamás me imaginé que iba a ser actor, que iba a vivir de las palabras. Fui una persona muy tímida, tenía dificultad con las palabras, de chico tartamudeaba", explica con una locuacidad precisa que da cuenta del extraño camino que atravesó.
Aunque en un momento estuvo muy peleado con la pelota, de ese mundo le quedaron muchos valores: "Ahora veo con claridad que el amor propio, la constancia, el trabajo en equipo, la humildad y saber que con esfuerzo se pueden conseguir cosas importantes, son cosas que vienen del fútbol", cuenta el actor, quien aunque ya no juega, sí continúa con el mismo fanatismo por Independiente. Y encuentra más paralelismos entre las dos actividades que lo apasionan: "En el teatro tenés un director, en el fútbol un técnico, compañeros, el camarín y el vestuario y esa adrenalina hermosa, incomparable de salir y que haya público", comenta.
Después de una carrera fulminante que incluye el Premio Ace a la revelación masculina en 2014, por El cuidador, de Harold Pinter, dirigida por quien es su maestro hace más de una década: Agustín Alezzo. "Soy un pibe de barrio con hambre de gloria. Quiero demostrarle a la gente que se puede, que la vida es difícil, pero no hay que dejar de soñar. La mayoría, después de la adolescencia, pierde eso y es importante mantenerlo", reflexiona calmo, el fulgurante actor de perfil bajo que disfruta de vivir en Avellaneda, su lugar de toda la vida.
Cuando se quedó sin sus padres, sus tíos lo sostuvieron y le dieron todo, por eso les agradece. Fue por ellos que pudo desarrollarse en esta profesión: "Verlos en los estrenos, poder compartirlos con ellos es extraordinario", dice y después se pregunta: "¿Qué es el éxito? Si no puedo estar con ellos, para mí no hay nada. Si los tuviera enfrente a mis viejos, les agradecería por todo lo que me enseñaron: escuchar el corazón, no hacerle mal a nadie para poder dormir tranquilo, seguir una pasión y ser honesto", describe. Y como quien recuerda sus comienzos, como si fuera una moraleja, dice: "Nunca voy a dejar el teatro independiente porque ahí me formé y me dio todo", señala. Tanto es así que en Mar del Plata trabaja en tres obras teatrales: ¿Qué le digo a mi mujer?, de Sergio Marcos y Martín Guerra (Teatriz, de miércoles a domingos, a las 22); El bañero, de Gastón Yaryura, dirigida por Marcelo Vernengo Lezica (Provincial, los lunes y martes, a las 22); y Pirámide invertida, de José Montero, dirigida por Leonardo Gavriloff (Alianza Francesa, los miércoles, a las 20). Es decir, continúa su carrera todos los días de la semana.
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