Entrañable celebración de Salvadora Medina Onrubia
Libro: Maruja Bustamante y Gael Policano Rossi/ intérpretes: Romina Richi, Bárbara Massó, Adriana Pregliasco, Sofía Wilhelmi/ iluminación: Sandra Grossi/ escenografía: Agustina Filipini/ vestuario: Gustavo Alderete/ música: Gonzalo Pastrana y Andrés Fayó/ dirección: Maruja Bustamante/ funciones: miércoles, a las 20,30/ teatro: Regio, Córdoba 6056/ duración: 80 minutos/Nuestra opinión: excelente
Sí, se necesitaban cuatro actrices briosas para encarnar a Salvadora Medina Onrubia en las distintas facetas de esta mujer fuera de serie, capaz de ir al choque de preceptos establecidos para su género a comienzos del siglo XIX, ejerciendo roles y derechos aún reservados a los hombres. Llegada muy joven desde el interior a la capital, madre soltera de un niño, habiendo actuado como maestra y ya en plan de pergeñar notas periodísticas; oveja negra por excelencia, atrevida sin miramientos, Salvadora abrazó el anarquismo, enamoró a Natalio Botana -director del diario Crítica-, tuvo otros hijos, escribió torrencialmente durante más de dos décadas obras de teatro, cuentos, una novela, poesía, textos personales? En su sed de absoluto, adscribió desde temprano a la teosofía, y más tarde, arrasada por el suicidio de su primogénito, se guareció en el budismo, la cábala, las religiones de origen hinduista. También apeló al espiritismo, el éter, la morfina.
Esta fascinante figura, más grande que la vida, es la que toma Maruja Bustamante con contagiosa admiración, flechada por la dama que avanzó infringiendo límites, visionaria en muchos campos que solidarizó con la causa de las mujeres, sus "hermanitas"; insolente con el presidente de facto Uriburu en 1930, y con el mismísimo Dios en alguno de sus fulgurantes escritos en los que evidencia además de su talento literario una vasta cultura adquirida informalmente.
En una feliz conjunción astral (expresión que aprobaría S.M.O.) de todos los rubros, de la dramaturgia a la música, este personaje fabuloso se apea de su Rolls Royce en el escenario del Regio, en impactante escena operística, se desdobla, dice poemas como plegarias, se solaza en alguna colorida crónica, se manda provocativa a los extremos, padece infinitamente?
Bustamante propone dos espacios escénicos: el de la realidad de Salvadora a través de sus escritos no ficcionales, que funciona adelante; y en un segundo plano, gracias a un diseño de perfecta simplicidad, se abre el teatro dentro del teatro, donde se representan fragmentos de sus obras. Un recurso brillante que nos recuerda doblemente que asistimos a una representación. En ese pequeño escenario, las actrices componen algunos personajes de varones machistas burlándolos en sus posturas y tono. Un guiño de la directora desde una lectura hecha un siglo después, que logra su efecto de distanciamiento y provoca jolgorio en la platea.
Sin olvidar ni los logros de la ecléctica música y los sonidos, ni el virtuosismo de la iluminación, vale resaltar el magnífico vestuario de Gustavo Alderete, que hizo milagros con el acotado presupuesto reciclando parte del ropero del San Martín, aportando prendas de su colección. Con una estética refinada y eminentemente teatral, el diseñador usa el rojo como leitmotiv, incluso en las idénticas pelucas, bajo las cuales los rostros de las intérpretes llevan un elaborado maquillaje que las asemeja, casi las enmascara.
Agustina Filipini creó para coronar la escenografía una sugestiva pantalla en la que aparece la vía láctea sobre un jardín zen. A su vez, la mampara con puertas corredizas que oficia de teatro evoca parte de un interior japonés cuando Salvadora, de suntuoso kimono, se pliega sobre sí misma en el suelo. Cerca del final, esas puertas se abren a lugares insondables.
Las cuatro actrices tienen cada una sus momentos de bravura, si bien hay una principal -Romina Richi, exuberante- como agente mediador; Bárbara Massó prosigue en línea claramente ascendente en su oficio; Adriana Pregliasco se distingue por su plasticidad y la calidad de su canto, y Sofía Wilhelmi acierta en escenas de las piezas de Salvadora.
Moira Soto