Entonces bailemos
Ficha técnica: Entonces bailemos / Dramaturgia y dirección: Martín Flores Cárdenas / Elenco: Florencia Bergallo, Laura López Moyano, Marcelo Mininno, Javier Pedersoli, Julián Rodríguez Rona / Diseño de vestuario: Marina Apollonio / Diseño de escenografía: Alicia Leloutre / Diseño de iluminación: Matías Sendón / Música: Rodríguez Rona / Coreografía: Manuel Attwell / Sala: El Camarín de las Musas / Nuestra opinión: muy buena
"De cuando el amor sólo es amor si existe el dolor o la violencia." Así comenzó la nota previa al estreno de Entonces bailemos y así comienza este comentario. La afirmación pertenece a Martín Flores Cárdenas, reconocido autor y director teatral, y responsable de esta propuesta armada a partir de fragmentos de un discurso amoroso definido por la violencia, el sexo y el deseo.
En el austero espacio escénico imaginado por Alicia Leloutre y Matías Sendón aparece un gran colchón iluminado por fríos tubos blancos. Podría ser una sala de operaciones, pero no. Alrededor del colchón (o acostados en él) se ubican dos mujeres y tres hombres. Uno de ellos parece un vaquero salido de la revista Billiken en su versión texana. En varias oportunidades, el vaquero canta música country. Esas melodías se complementan con el ruido de pasos de sus botas texanas en lo que parece ser una permanente construcción de lo masculino desde el mismo estereotipo (hasta del estereotipo de Perdidos en la montaña ).
Aunque no hable, define el tono western argentino que atraviesa a Entonces bailemos. El corrimiento, esa extraña sensación de extranjería, provoca un atractivo distanciamiento que tiene bastante de cinematográfico. A juzgar por algunos detalles del vestuario, se podría suponer que la obra tiene algo de un western de los 70. Claro que, en verdad, son puras imprecisiones o datos al margen.
En este marco, los cuatro actores (Florencia Bergallo, Laura López Moyano, Marcelo Mininno y Javier Pedersoli) articulan con enorme solvencia cada relato en el que -alternativamente- se suceden testimonios de sábanas manchadas, fantasías que levantan temperatura, algunas confesiones, un ruido a golpe de sartén en el borde una nariz, fantasmas con olor a whisky, jadeos y un recuerdo y varios. Habrá distintos personajes y habrá diversos momentos que miden sus fuerzas con el desgarro, con la violencia, con el deseo desenfrenado y con la sumisión hasta -casi- tutearse con lo perverso, con el límite de lo moral.
En el tránsito por estas historias la actuación habilita constantemente la mirada irónica. Es más: por momentos ese rasgo se expande con tanta potencia que quizás opaque las escenas que parecen requerir mayor densidad dramática. Pero de eso, así como de su estructura fragmentada ya varias veces transitada por la escena alternativa, Entonces bailemos sale airoso.
Para que todo esto suceda mucho tiene que ver el talento de Martín Flores Cárdenas, la variedad de capas de las historias, la permanente sutileza actoral de los cinco intérpretes (imposible no reparar en el impecable trabajo de Laura López Moyano), la bella síntesis espacial, el manejo de los ritmos y la forma en que las situaciones coreográficas y musicales articulan los cambios dramáticos.
Más allá de una sucesión de relatos dichos por distintos personajes, la obra puede interpretarse como un único discurso a cargo de un único personaje (nacido en Texas o en el sur del conurbano, poco importa) frente a sus propios fantasmas y sus propias fantasías. Un hombre con pinta de vaquero cantando, quizá, "me hiero a mí mismo hoy para ver si aún siento", tema de Johnny Cash.
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