En Velorio a la carta, un complot desata una comedia negra que marca la vuelta de Julián Weich a las tablas
Con gestos inesperados y fuera de libreto, la obra de Andrea Szyferman es una desopilante reflexión acerca de qué sucede tras la muerte de un ser querido
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Autora: Andrea Szyferman. Dirección: Diego Reinhold, Gabriel Villalba. Intérpretes: Julian Weich, Alejandra Majluf, Celeste Campos, Fabián Arenillas, Nicolás Maiques. Vestuario: Kris Martínez. Escenografía: Alejandro Goldstein. Iluminación: Leo Muñoz. Música: Mariano Gianni. Sala: Regina (Santa Fe 1235). Funciones: viernes y sábados, a las 22.30. Duración: 90 minutos. Nuestra opinión: buena.
La producción dramática de Andrea Szyferman parecería hacer eje en temas muy difíciles de tratar dentro de un espacio teatral. En 2017 se conoció de ella Soy paciente, una pieza en la que versiona la novela homónima de Ana María Shua y que se presentó en el Teatro La Comedia, bajo la dirección de Florencia Bendersky. Entonces exponía las múltiples arbitrariedades a las que debía enfrentarse un hombre, internado en un sanatorio, luego de que su médico le había ordenado realizarse una serie de estudios clínicos.
Ahora la creadora va más allá y construye otra comedia negra en la que busca reflexionar acerca de qué sucede luego de la muerte de un ser querido. El protagonista es dueño de una funeraria y decide inventar su muerte; hasta deja establecidas una serie de pautas que deberán seguirse durante su velatorio. Es un ser muy particular, suele visitar los cementerios los domingos y puede clasificar en un orden muy riguroso el interés que los familiares demuestran por sus muertos. Y lo hace analizando el estado de limpieza de las tumbas, observando si las flores que se depositan sobre ellas son frescas o artificiales. También suele recortar anuncios fúnebres de los diarios y coleccionarlos.
Pero necesita saber como reaccionará su entorno íntimo ante su muerte y arma este complot, por momentos desopilante, en el que se develarán realidades que él desconocía.
Velorio a la carta resulta un texto ingenioso pero con personajes cuyas conductas exponen poca profundidad. Los enredos van aportándole cierta fuerza a la trama y el espectador sigue con interés el desarrollo de una acción que va acumulando situaciones que sorprenden, aunque a veces prolongan la historia de manera innecesaria.
Desde la dirección, Diego Reinhold y Gabriel Villalba apuestan al juego. Los intérpretes con los que trabajan están dispuestos a divertirse y dan rienda suelta a su imaginación y a sus capacidades de relacionarse con sus compañeros, en un campo donde la complicidad resulta más efectiva que la construcción de unos personajes muy arquetípicos. A la vez, no van desandando unas historias personales de manera ordenada, sino que los datos van apareciendo según la necesidad de la autora a la hora de ampliar la historia que cuenta.
A las alocadas investigaciones del dueño de casa (Julián Weich) se suman, una esposa exactriz (Alejandra Majluf) que mantiene relaciones con el mejor amigo de su marido (Fabián Arenillas), un abogado inescrupuloso; una mucama ventajista (Celeste Campos) que conoce muy bien la realidad de cada uno de los que integran el clan familiar y un hijo (Nicolás Maiques), que trata de escapar como puede del desatino en el que viven los demás.
En general, el elenco responde con solidez a las pautas de la dirección y se atreven a dar forma a esta propuesta con recursos interpretativos muy genuinos. Además, manejan muy bien la doble intención, los dichos fuera de libreto, ciertos gestos inesperados que provocan la risa del público.
Estéticamente, el marco escenográfico y la iluminación no aportan mucho valor al proyecto. No resulta atractiva la forma en la que se exponen los ambientes de esa casa, supuestamente perteneciente a una familia adinerada. De manera contraria, la propuesta musical de Mariano Gianni es muy efectiva, tanto en los momentos en los que enfatiza ciertas intrigas como cuando se cuela en las situaciones más alocadas.
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