En Pura sangre, Griselda Sciliani es una verdadera maquinaria escénica que todo lo puede
En medio de un caballeriza, la actriz, cantante y bailarina protagoniza un ácida comedia sobre el amor atravesada por ajustadas situaciones coreográficas y canciones interpretadas en vivo
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★★★★ Pura sangre, el amor es un monstruo. Creación de Jorgelina Aruzzi, Carlos Casella y Griselda Siciliani. Texto: Jorgelina Aruzzi. Dirección: Carlos Casella y Jorgelina Aruzzi. Intérpretes: Griselda Siciliani, Eddy García, Rakhal Herrero, Juan Cruz Martínez Mosquera, Hervé Segata y Nicolás Tadioli. Coreografía: Carlos Casella. Diseño de iluminación: Paula Fraga. Escenografía: Mariana Tirantte. Música original: Martín Bosa y Carlos Casella. Producción general: Tomás Rottemberg. Producción ejecutiva: Marlene Nördlinger. Sala: Mutitabarís Comafi. Duración: 60 minutos. Funciones: de miércoles a domingos.
“Siento que a cada paso que doy soy más auténtica, más fiel a mi singularidad”, confesó Griselda Siciliani en la entrevista previa al estreno de Pura sangre, en LA NACION. Fiel a esa declaración, la multifacética intérprete lleva esa autenticidad y esa singularidad que la caracteriza al escenario del Multitabarís Comafi al servicio de la historia de un mujer domada por las exigencias sociales y culturales machistas. A lo largo de 60 minutos, el personaje central confiesa la ardua tarea que implica ser amada. Con tal de cumplir con el mandato, parece no medir las consecuencias. Cumple con el rol: se viste de la manera más seductora, se depila hasta lo indepilable, justifica lo injustificable con ser deseada por un hombre. Duerme con un tipo que sabe perfectamente que no es su tipo desde el primer momento, pero no importa. Cueste lo que cueste, ella va adelante. Se toma una avión a Nueva York para un encuentro amoroso imposible o se sube a su auto hasta un lugar del conurbano perdido sin medir las consecuencias. “Soy eso que vos necesitás”, dice y se dice en un momento. Pero, claro, todo tiene sus consecuencias. “Es muy duro el revolcarse en los vidrios rotos del desamor”, reconoce.
La acción transcurre en una caballeriza de madera. Esta mujer tiene mucho de una yegua de pura sangre entrenada para ganar carreras. A esta mujer en cuestión los mandatos le hicieron creer que su carrera es ser amada por estrictas reglas que no contemplan su deseo, sus necesidades, su cuerpo. En ese endeble marco, siempre acecha la frustración, la idea del fracaso permanente, los vidrios rotos del desamor. El espectáculo ideado por Jorgelina Aruzzi, Carlos Casella y Siciliani transita esa situación apelando todo el tiempo a los efectivos gestos humorísticos que se articulan en una puesta atravesada por lo coreográfico, por lo musical, por las canciones originales. Todos esos elementos dan cuerpo a esta especie de manifiesto de una mujer dispuesta a decir basta, de correr su propia carrera.
La exquisita Griselda Siciliani está acompañada en escena (acompañada e interpelada) por los actores y bailarines Eddy García, Rakhal Herrero, Juan Cruz Martínez Mosquera, Hervé Segata y Nicolás Tadioli (muchos de ellos, de larga trayectoria en la escena alternativa). Este dream team de machos diversos hace recordar a la estructura de montaje de cuando Siciliani. junto a Carla Peterson, estrenaron en 2009 Corazón idiota. En aquella oportunidad, ambas interpretaban a dos mujeres tan impactantes como endebles rodeadas por otro cuarteto de actores/bailarines/músicos. Carlos Casella fue uno de los directores de esa puesta. En esta oportunidad, es uno de los directores de la actual puesta, el coreógrafo y el encargado de la música original junto a Martín Bosa. Con Griselda se conocen de los tiempos de El Descueve, aquel icónico grupo de danza. Siciliani conoció a Jorgelina Aruzzi, la autora de Pura sangre y la codirectora de la obra, mientras grababan Educando a Nina, en 2016. Los pasos previos de este equipo creativo encuentran en Pura sangre un grado de articulación y maduración sumamente elogiable. Griselda Siciliani sabe con quién rodearse y demuestra ser una yegua escénica de pura sangre. Es la magnífica y atrapante intérprete que baila. Es la que canta. Es la se trepa a lo alto del tablado. Es la que intenta reamarse todo el tiempo en medio de los vidrios rotos del desamor. Es la que dice basta. Es la mujer dispuesta a desear y ser deseada. Es la que se entrega al juego escénico con profunda convicción.
Hay otro aspecto colateral a destacar en esta producción que se acaba de estrenar: el haber apostado por trabajos que se escapan de cierta métrica de la escena comercial (y más en estos complejos tiempos en lo que se suele apostar por obras ya probadas, con espectáculos con alto millaje propio). Desde esta otra perspectiva, aunque al trabajo le falte ajustar su maquinaria interna, Pura sangre, el amor es un monstruo es una bocanada de buenos aires para la cartelera porteña de la avenida Corrientes.
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