En medio del caos, renace Roseti, una sala alternativa con jardín, parrilla y terraza
Los hermanos Juan y Matías Coulasso dejaron la casona de Chacarita para mudar su espacio a una antigua joyería del Abasto, en un momento clave y traumático del sector alternativo
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La historia actual de la sala Roseti va, decididamente, a contramano de lo que sucede en el vital y necesario entramado de los teatros alternativos porteños que, como han denunciado hace unos días, muy pocos pudieron volver a la actividad. En enero de 2015, los hermanos Juan y Matías Coulasso fundaron la sala de Chacarita como un gesto artístico impulsivo, necesario. No imaginaban los inconvenientes y el desafío desde el punto de gestión que implica sostener un emprendimiento cultural de este tipo que se rige por fuera de toda lógica económica. Menos, imaginaron que se podría venir una pandemia. Y menos, todavía, sospecharon que en medio de todo esto tuvieran que mudarse. Pero acá están ahora: trayendo las últimas cosas de la casona de Chacarita y dándole vida a una luminosa casona del Abasto que supo ser un joyería que, en pocos días, estará habitada por propuestas escénicas, musicales, culturales y gastronómicas. El nuevo Roseti no estará en la calle Roseti, sino en Gallo. No cambiará su nombre, “apenas” se muda, se expande en estos tiempos de permanente achiques, de pasos cortos, de incertidumbre.
Juan Coulasso es un talentoso, experimental y premiado artista escénico cuyos trabajos suelen presentarse en la Bienal de Arte Joven, el FIBA y, en poco tiempo, en la Bienal de Performance. Matías Coulasso es músico, compositor, baterista. En varias puestas han trabajado juntos. En 2017, por ejemplo, presentaron una desbocada, caótica e hipnótica performance que llamaron El mundo es más fuerte que yo, trabajo que pasó por varios festivales internacionales. Dos años después, estrenaron Carne y hueso, expansiva aplanadora escénica que tomaba cada espacio del “viejo” Roseti (es literal la afirmación: la propuesta circulaba desde la terraza hasta por el baño para culminar en el mismo Cementerio de Chacarita). En el subsuelo de esa ciudad habitada por tumbas, ese mismo año presentaron Una obra más real que la del mundo, otra magnífica propuesta también de carácter site spefic que recorría los pabellones ideados por la arquitecta Ítala Fulvia Villa. En lo que hace a los musical, por la casona de Chacarita pasaron artistas y bandas como Alan Courtis, Bárbara Togander, Zelmar Garin, Violeta García, Sofía Viola, Lucy Patane, Paula Maffia como Snakeoil, entre otros.
En medio del típico caos de toda mudanza, en la nueva Roseti hay obreros trabajando en el amplio espacio central que duplica en metraje al anterior. Algunas paredes internas fueron tiradas abajo para mejorar la circulación y potenciar la visual que da al amplio jardín del fondo en donde hay un árbol, hasta una parrilla. Desde la enorme terraza hay una visual perfecta de la calle Gallo al 700. En esta antigua joyería, desde el 10 de agosto, empezará a funcionar el nuevo Roseti. Repondrán El mundo es más fuerte que yo, un verdadera joya desconcertante, que tendrá una nueva versión adaptada al nuevo lugar de vetantas amplias. A mediano plazo, Juan Coulasso tiene en mente estrenar Algunas notas para inventar otros mundos, en cocreación con Victoria Roland, que se estrenará en enero de 2022 durante la Bienal de Performance; mientras que codirige junto a Nadia Lozano la película Señorita arquitecto, que remite a la pionera arquitecta argentina silenciada durante décadas, que se estrenará en el 2022. Paralelamente, Lucas Condro, Celia Arguello, Victoria Roland, Lucila Shmidt, Ailin Bars, Toto Castiñeiras y el mismo Juan dictarán seminarios. En lo que hace a la agenda musical, están previstas presentaciones de Marcelo Moguilevsky & Francisco Slepoy, Santiago Adano, Euge Sasso, Ivo Ferrer, Muma Casares , Rumbotumba y Marcos Zoppi.
Pero, en verdad, para que todas esas propuestas vayan desplegando sus formas falta un poco. En Gallo 760, todo es puro “acá y ahora” porque los hermanos Coulasso quieren, desean y necesitan abrir el nuevo Roseti y cerrar así un año que se inició cuando los dueños de la casona de Chacarita les avisaron que iban a venderla. ¿Qué hacer entonces? ¿Cerrar, como ya tuvieron que hacerlo el Banfield Teatro Ensamble, Espacio Sísmico, La Gran Jaime, el Cultural Freire y tantos otros? ¿O volver a gastarse todos los ahorros, una vez más, y repensar el nuevo espacio? Contra viento, pandemia y marea, fueron por la segunda opción. Por eso la vieja joyería del Abasto está en obra y ellos, como creadores y gestores, asumen la responsabilidad y el aprendizaje de estos años. En el kilómetro 0 de Roseti de hace unos años, Juan tiene en claro que necesitó tener su espacio en donde poder ensayar hasta las 3 de la mañana una escena, que aquello fue un acto impulsivo. Ahora, con tanto millaje recorrido, tiene en claro otra cuestión: “Poder hacer eso es un privilegio, mi lado de gestor termina pagándole a mi lado de artista, que no me lo paga otro”.
Mientras trabajan en la futura sala que tendrá capacidad para unas 100 personas, todo parámetro duplica al viejo Roseti, el lado gestor de Juan Coulasso reconoce que cualquier sala que se alquila ya no puede depender de un solo rubro para sostenerse. “Por eso buscamos un lugar que pudiera bancar múltiples emprendimientos. La escuela ha sido la fuente de financiamiento más importante mientras que, paradójicamente, los eventos culturales son los que menos plata nos dan. Ahora sumaremos la gastronomía que es fundamental para mantener a este espacio teniendo en cuenta que los subsidios estatales, con la inflación actual, dejaron de tener el peso que tenían antes”, reflexiona.
Durante este complejo tiempo pandémico, desde marzo del año pasado Roseti solamente estuvo abierto los meses de verano hasta mediados de abril, cuando un nuevo DNU volvió a suspender la actividad. “La realidad es que venimos desde hace un año y medio casi sin trabajar –reconoce Juan–. Como director hice 8 o 9 funciones, y eso nos cambió, nos metió en un proceso agotador que nos obligó a repensar todo el ritual del teatro. Lo único que no corté en todo este tiempo fueron las clases, hasta las di en la calle”. A estos “detalles” debieron sumarle el salir en busca de de alquilar e imaginar otro lugar posible.
Por fuera de la propia realidad que les toca vivir, el director de Cinthia interminable, obra premiada en la Bienal de Arte Joven, Juan Coulasso tiende una mirada sobre el sector. “Estamos frente a varios desafíos –afirma–. Por lo pronto, el de sostener la infraestructura de los espacios culturales que están todos muy endebles, así como están endebles las estructuras de las instituciones. Se nos viene una tarea muy difícil y compleja que es rehacer al teatro, así de simple. Mi mayor preocupación no es solamente imaginarme cómo sostener a la infraestructura del nuevo Roseti sino pensar cómo se vuelve a poner en funcionamiento a la actividad teatral. Lo natural se desarticuló”. Matías extiende la radiografía sobre la situación del mapa musical. “Hay un montón de bandas que se desarticularon. Y hay una cuestión de volumen y Covid que es muy complejo de resolver. En el viejo Roseti programaba temprano, cerrábamos todas las puertas y ventanas para hacer cosas experimentales y jazzeras. Ahora, tenemos que tener todo abierto y eso define qué programar. De hecho, la mayoría de las bandas que trabajaban con volumen alto se separaron. En este contexto me veo obligado a programar propuestas musicales tranquis para que no se nos quejen los vecinos”, señala el hermano menor de los dos.
–¿Cómo es, en tiempos tan complejos para alquilar, ir a una inmobiliaria con la propuesta de instalar un centro cultural? ¿No dificulta todavía mas la cosa?
Matías: –Es difícil, muy difícil… pero en este caso ayudó estar en el Abasto, que es un polo cultural, un barrio de teatro. Este lugar o no daba para alquilarlo como una casa, tampoco para una clínica; los mismos dueños entendían que era posible instalar acá un teatro. Y como tenemos un capital de conocimiento sobre cómo gestionar un espacio de este tipo, se fue dando. Claro, dato importante, con ayuda familiar.
–Ahora están en el Abasto. A pocas cuadras, estaba Babilonia, sala icónica del sector. Y más acá o más allá, Zelaya, Espacio Callejón, El Portón de Sánchez y siguen los nombres de otras salas. Como público o como artistas, ¿el barrio los marcó?
Juan: –Mati era más de Cemento, de la escena del rock como buen baterista que es.
Mati: –Yo soy mas chico, y creo no haber llegado a Babilonia, me iba a Cemento. Igual, pasar al Abasto me encanta porque siempre tuvo una escena musical más pesada junto al tango. Hay de todo.
Juan: –Yo, a diferencia de Mati, viví los 90, viví la época de oro de Babilonia, de Espacio Callejón con El Periférico de Objetos. En el 95, tenia 15 años y ese teatro me fundó, me gestó. Ahora, me emociona estar en el centro de donde se gestó la experimentación teatral más importante de los últimas décadas.
De Chacarita al Abasto. De buscar un espacio que se pudiera cerrar lo más posible, a uno con ventanales, dos salidas a la calle, terraza, jardín inmenso en un terreno de 450 metros cuadrados. “Quizá dentro de dos años el trabajo sea volver a tapar las ventanas. Igual, prefiero una obra con un solo actor de carácter íntimo que estar en Zoom”, acuerdan el artista escénico y el baterista. Roseti será sala de teatro, lugar de música, tragos, presentación de libros y lo que se vaya sumando en medio de este gran desafío que es volver a activar la trama que permite la creación escénica.
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