En La madre, Cecilia Roth impone su presencia escénica con entereza y convicción
Con la dirección de Andrea Garrote, esta relectura de la obra de Florian Zeller deja de lado, en cierta medida, la visión sombría que el dramaturgo francés posee respecto de los miembros de una familia y sus relaciones interpersonales
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Autor: Florian Zeller. Intérpretes: Cecilia Roth, Gustavo Garzón, Martín Slipak, Victoria Baldomir. Vestuario: Ana Markarian. Escenografía: Micaela Sleigh. Iluminación: Agnese Lozupone. Música: Ismael Pinkler. Dirección: Andrea Garrote. Sala: Picadero, Pasaje Discépolo 1857. Funciones: jueves a sábados a las 20, domingos a las 18.30. Duración: 100 minutos. Nuestra opinión: buena.
El creador francés Florian Zeller (Francia, 1979, dramaturgo, guionista y director cinematográfico) posee una trilogía de obras que le han posibilitado posicionarse como uno de los más destacados autores dramáticos de su generación, llegando a públicos de muy diversos países del mundo.
La citada trilogía está conformada por las obras El padre, La madre y El hijo. La primera se dio a conocer en Buenos Aires en 2016, en el Multiteatro, bajo la dirección de Daniel Veronese, con un elenco que encabezaron Pepe Soriano y Carola Reyna. Tanto El padre como El hijo han sido llevadas al cine por el mismo autor, en 2020 y 2022, respectivamente.
En los tres textos Zeller da vida a protagonistas que enfrentan situaciones devastadoras, provocadas por hechos no previstos -lógico la vida es así-, rupturas o conflictos que se suceden en el seno de la familia. Si en El padre expone a un hombre con Alzheimer que va perdiendo todo contacto con la realidad, en La madre muestra los padecimientos que desencadenan en una mujer, la partida de su hijo de la casa materna. En El hijo da cuenta de la situación de un post millennial que no logra adaptarse a sus padres ni al mundo que lo rodea fuera de ellos.
Aunque el estilo dramaturgico de Zeller es diferente en esos materiales citados, resulta muy atractiva la estructura de La madre. En el marco de una serie de situaciones que se reiteran, los personajes van perdiendo cierta consistencia dado que, en muchos momentos, el espectador no sabe si verdaderamente sus presencias, sus parlamentos, son reales o forman parte de la imaginación de Anne, la protagonista.
Lo cierto es que la madre, frente a la ausencia de ese hijo que ha dejado el hogar para vivir con su novia, a lo que se agrega también la partida de su hija y cierto declive en la relación con su esposo, ingresa en un profundo estado de vulnerabilidad. Esto hace que la mujer comience a cuestionarse su existencia y a sentirse una persona alienada, fracasada. Anne pierde todo sentido de una posible lógica familiar. A tal punto que pareciera no querer reconocer la labor que ha realizado, al cabo de los años, para sostener todo lo que ha construido en el marco de esa familia.
La directora Andrea Garrote ha optado por quitarle profundidad a la pieza, y por lógica, drama a los personajes. Prefirió subrayar el absurdo de algunas situaciones, lo cual provoca risas en el espectador. Garrote construye una trama en la que esa madre resulta más una mujer algo patética, caprichosa y de a ratos insoportable, que no se resigna a que su hijo se separe de ella. En esta puesta en escena no se pone el foco en cierta patología que va destruyendo internamente a la protagonista.
Desde lo interpretativo, el equipo actoral responde a esa lectura poco psicologista del texto. Cecilia Roth es quien mejor parecería comprender la realidad de un personaje tan complejo que, una y otra vez, da cuenta de sus padecimientos, casi sin ser escuchada por su entorno. Y consigue, por instantes, imponer su presencia en escena, con entereza y convicción.
Tanto Gustavo Garzón (el padre) como Martín Slipak (el hijo) pareciera que no registran -sin duda, así han sido marcados por la dirección- la angustia por la que atraviesa Anne. Sus movimientos en escena resultan poco creíbles. El primero juega su rol, con una gestualidad casi mecánica, que aumenta a medida que la acción avanza, como si en verdad su función fuera la de un padre extremadamente ausente. Pero, aunque en algunos momentos lo es, el mero hecho de estar presente lo obligaría a potenciar ese costado tan fundamental, a la hora de aportar definiciones en ese conflictivo entorno del que forma parte. Martín Slipak tampoco le otorga una mayor trascendencia a su personaje de hijo, al que en todo momento se lo nota muy alejado de los acontecimientos que se suceden en escena.
Esta relectura de La madre deja de lado, en cierta medida, esa visión sombría y a veces asfixiante que Florian Zeller posee respecto de los miembros de una familia y sus relaciones interpersonales.
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