En La lluvia seguirá cayendo, un padre y un hijo vuelven al pasado para intentar comprender el hoy
Dos hombres de distintas generaciones analizan la realidad social y política del país -y con ellas, su complejo vínculo familiar-, tanto la actual como aquella que motivó la separación de ambos
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Autores: Oscar Barney Finn y Marcelo Zapata, inspirada en personajes de Lejana tierra mía de Eduardo Rovner. Intérpretes: Osvaldo Santoro, Paulo Brunetti. Escenografía: Carlos Gómez Centurión. Iluminación: Del Bianco Estudio. Dirección: Oscar Barney Finn. Sala: Beckett Teatro, Guardia Vieja 3556. Funciones: miércoles a las 20 (a partir del 3 de agosto, sábados a las 18.30). Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
La pieza Lejana tierra mía de Eduardo Rovner se estrenó en 1992 interpretada por Daniel Marcove y Jorge Petraglia, con dirección del segundo y realizó solo dos funciones, seguramente en un ciclo de teatro semimontado. En 2002, el equipo integrado por Brunetti, Santoro y Barney Finn la repuso en Andamio 90, desarrollando una exitosa temporada.
Si en ese momento el director decidió hacer cierta actualización del texto, con autorización de Rovner, ahora Barney y Marcelo Zapata buscan continuar la historia original. Recrean una ficción en la que ubican a ambos personajes, padre e hijo, en la Argentina actual.
Si en aquella historia, el hijo decidía irse del país en el marco de una fuerte crisis económica, donde los cacerolazos eran moneda corriente, al igual que el grito “que se vayan todos”; el padre, un artista plástico destacado, pintaba una obra en la que intentaba plasmar el pueblo en el que había nacido mientras que el hijo, que comenzaba a desarrollarse en la pintura, sentía que en Buenos Aires no había posibilidades de inserción real y por tanto emigró a los Estados Unidos.
En la acción actual, ese hijo regresa a encontrarse con su padre. Han transcurrido 20 años en los que solo se han comunicado por breves mensajes de teléfono o de mail. El joven se ha transformado en un empresario destacado, que ha logrado posicionarse con fuerza en el medio de las artes visuales y está muy ligado a cuestiones tecnológicas como la inteligencia artificial que, supone, posibilitará engrandecer la labor de los artistas.
El muchacho regresa a la casa familiar donde funcionaba, a la vez, el taller de su progenitor. Pero, en verdad, ya nada es como era. El cansancio de ese hombre mayor, su decadencia como creador, y un país que sigue sin alentar a sus habitantes hacen que un clima sumamente enrarecido circule continuamente en la relación que ambos intentan reconstruir. “A vos te recibió un mundo nuevo -dice el padre-, a mí me expulsó el que me pertenecía”.
Solo unos pocos recuerdos que el hijo intenta rescatar, para tratar de recomponer la relación, posibilitarán hacer que el espectador tome contacto con una historia anterior en la que circulaba cierto afecto entre ambos y hasta alguna devoción de ese joven hacia aquel gran artista. El pasado y el presente de esos hombres ya no tienen posibilidad de acercamiento, ni siquiera de análisis. Apenas algo de comprensión por parte de ambos. Y una nueva separación será, en gran parte, un espacio de salvación para ambos, aunque ciertos recuerdos que los unieron es mejor que queden bien guardados, protegidos.
Oscar Barney Finn y Marcelo Zapata conciben un texto que sigue muy minuciosamente cierto estilo realista, característico de Eduardo Rovner y hasta reconstruyen esa continuidad de la vida de los personajes de manera muy convincente, sin dejar de lado ciertas reflexiones que apuntan a cómo cada generación analiza la realidad social y política actual y aún aquella que motivó la separación de ambos.
Braney, en tanto director, logra dar forma, muy lenta y calificadamente, a ese encuentro entre seres muy opuestos pero que regresan una y otra vez al pasado para poder comprender algo de lo que viven hoy.
Dadas las cualidades de cada personaje, cada uno se mueve dentro de un campo sensible muy diferente. El hijo (Paulo Brunetti) trata de tocas ciertas fibras emotivas de su padre (Osvaldo Santoro), pero poco puede lograr frente a un ser endurecido por el tiempo, un utopista que entiende que ha envejecido padeciendo una soledad extrema y aislándose de ciertos valores en los que creía fuertemente.
La lluvia seguirá cayendo es un espectáculo sumamente sensible desde su planteo dramatúrgico hasta su puesta general. Quedarán flotando en el espacio algunos versos de la canción de Sting, Fragile, que ambos personajes escuchan en algún momento y que provoca un interesante grado de conexión: “La lluvia de mañana limpiará las manchas, pero algo de nuestras mentes siempre quedará. Tal vez este acto final estaba destinado a cerrar la discusión que dura una vida entera”.
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