Pese a una dramaturgia endeble, el protagonista pone al servicio del espectáculo su capacidad de juego y su desfachatez
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Libro: Osvaldo Bazán. Intérpretes: Coco Sily, Santiago Otero Ramos, Flow Gateño, Nuno Vatz. Vestuario: Gustavo Alderete. Escenografía: Jorge Ferrari. Iluminación: Santiago Cámara. Música: Ale Sergi. Coreografía: Vero Pecollo. Sala: Multitabaris Comafi, Corrientes 831. Funciones: miércoles a vienes a las 21, sábados a las 20.30 y 22.30, domingos a las 20.30. Duración: 70 minutos. Nuestra opinión: buena.
El trío conformado por Osvaldo Bazán (dramaturgo), Ale Sergi (músico) y Ricky Pashkus (director) produjo dos experiencias muy exitosas dentro del campo teatral argentino de la última década: Y un día Nico se fue (2013) y Yiya, el musical (2016). Ambos espectáculos dieron cuenta de una notable vitalidad creativa.
En Dios es argentino vuelven a reunirse siguiendo una idea original de Bazán. La intención es mostrar a un Dios que, acompañado y siempre aconsejado por tres ángeles, tiene que concebir el mundo.
Pero ese Dios, inexperto a la hora de dar forma al universo en el que vivimos, se plantea y replantea, una y otra vez, cuales son las necesidades de llevar a cabo ciertos actos y, sobre todo, duda acerca de los resultados que obtendrá. Sus ángeles, más ingeniosos y determinantes, lo irán impulsando a comprender con más firmeza su rol. Así, no solo creará al hombre y a la mujer, sino que se irá animando a descubrir que tiene en sus manos el poder de ampliar su campo de acción.
Finalmente creará un país, la Argentina, entendiendo que, si la unión del hombre y la mujer permitirán que se multipliquen los seres humanos, la creación de un país posibilitará que también se abra el juego para que otras naciones adquieran su propia identidad.
La experiencia está construida con situaciones breves, canciones y algunas pequeñas coreografías. La dramaturgia es muy endeble y deja muy pocas posibilidades a Coco Sily de construir un personaje con características que lo obliguen a un compromiso actoral más intenso. Pero el intérprete sabe sacar partido de esas pequeñas posibilidades y pone al servicio del espectáculo su capacidad de juego, su desfachatez; en definitiva, su oficio de muy buen comediante.
A esas cualidades que son muy valorables, se suma algo muy atractivo. El músico Ale Sergi construye una dramaturgia paralela con sus canciones. Y es ahí donde el espectador terminará completando el “mensaje” de la pieza. Descubrirá que ese Dios está formando parte de un campo teatral que intenta escapar de la liturgia cristiana para hacernos pensar en cada uno de nosotros. Y así surgen preguntas como, ¿Dios en realidad nos creó? ¿debemos agradecerle formar parte de este mundo o tenemos que descalificarlo? ¿Argentina es un país que nos contiene? O es como se manifiesta en algún momento del espectáculo, cuando uno de los ángeles intenta formar la palabra argentina y ubica las letras de tal manera, en un pizarrón, que se lee ignorante.
La creación de Sergi es de una potencia sumamente reconocible. Parte de la platea, conformada por jóvenes, disfruta notoriamente de sus canciones y su música. Y ellas son las que llevan decididamente la acción de la obra. Los cuatro intérpretes (magníficos son los trabajos de Santiago Otero Ramos, Flow Gateño y Nuno Vatz, en el rol de los ángeles músicos y actores) no hacen más que aportarle calidad en escena a ese mundo que Sergi concibe desde lo musical y que permite, en definitiva, que cuatro personajes existan, tengan una materialidad que propone entretenimiento, diversión, algo de reflexión sobre la existencia humana, y hagan que la platea hasta se anime a mover sus cuerpos, sin animarse a pararse y bailar.
Dios es argentino posee, como dijimos anteriormente, un guion al que le falta una estructura, un argumento más formal y conceptual que defina mucho mejor temas y situaciones que intenta exponer el personaje central. Pero resulta una aventura creativa que Ricky Pashkus conduce con mucha solidez y, además, posee un equipo creativo que integran Jorge Ferrari (escenografía), Gustavo Alderete (vestuario) y Santiago Cámara (luces), que aportan belleza al espectáculo.
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