En 600 gramos de olvido, el cercano drama de los años 70 se encarna en la piel de dos adolescentes
Nelson Rueda y Alexia Moyano se mueven como peces en el agua y conquistan a partir de dos interpretaciones continuamente cambiantes, porque así lo exige la pieza, pero atractivas y exigentes
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Autor: Daniel Dalmaroni. Dirección: Marcelo Moncarz. Intérpretes: Nelson Rueda y Alexia Moyano. Escenografía y vestuario: Alejandro Mateo. Iluminación: Claudio del Blanco. Música: Tom CL. Sala: Teatro Del Pueblo (Lavalle 3636). Funciones: Lunes a las 20. Nuestra opinión: muy buena
Pablo y Claudia tienen 18 años. Viven en la ciudad de La Plata y cursan el secundario en escuelas religiosas. Ellos son los protagonistas de la nueva pieza del platense Daniel Dalmaroni, ambientada en los complejos años 70, época de enfrentamientos entre militares y civiles, bombas molotov y cárceles clandestinas.
600 gramos de olvido inició el pasado lunes su segunda temporada de representaciones. Es un drama trágico, pero a su vez contiene leves aristas de comedia, un humor suave, que se sostiene a partir de una sucesión de breves relatos, que dan cuenta de la vida de ambos personajes.
Nelson Rueda (Pablo) y Alexia Moyano (Claudia), sus protagonistas, en instantes consiguen capturar la atención del público a partir de una dinámica de puesta en escena que puso en primer plano los sentimientos que definen a estos muy atractivos personajes. Esto también se debe al estilo de escritura de Dalmaroni. Sus frases breves, que ayudan a definir los trazos más íntimos y sutiles de cada protagonista, se apoyan en vivencias concretas. Eso posibilita la inmediata identificación del público. A tal punto que, durante las funciones, se escucha el llanto de algunos espectadores en distintos tramos de la pieza, dado la identificación que provocan estos dos estudiantes imaginados por el autor. La adrenalina que despliegan Nelson Rueda y Alexia Moyano en escena no solo contiene las vivencias propias de dos adolescentes que habitaron una época compleja. Es indudable que Dalmaroni se inspiró en anécdotas personales para diseñar y darle vida a estos dos jóvenes que oscilan entre rasgos de ingenuidad a partir de vivencias que experimentan por primera vez y se sumergen en temerosas situaciones cuando las circunstancias les exigen comprometerse con instancias sociopolíticas que se vivían en aquella época.
Como en su anterior obra, Un instante sin Dios (2018), el autor va desarrollando un entramado de hechos que parecieran medir con precisión el estado emocional del público. Lo que equivale a decir que de las primeras anécdotas juveniles el ritmo narrativo va en un crescendo, de manera circular, hasta arribar a un desenlace imprevisto e inesperado. En el medio hay confesiones y anécdotas que dan cuenta de esos años, en los que todavía no existían las redes sociales. Los jóvenes se comunicaban cara a cara, se decían lo que les gustaba y lo que no, surgían encuentros a partir de lo que se llamaban “asaltos” (organizar un baile en la casa de alguno de los amigos), contratar un “pasadiscos” para un cumpleaños, leer a escritores latinoamericanos, ver películas de Isabel Sarli porque el cine de barrio dejaba entrar a los adolescentes a escondidas en el pullman. El sexo para Pablo y Claudia era entendido como algo consentido entre dos. El, más tímido que ella, hace que Claudia se moleste un poquito porque le pide permiso para todo. Ella, más audaz y rápida en descubrir el deseo del otro, tiene a su vez una prima, de la que se sospecha que milita en las filas de la izquierda. Decir esto en esos años equivalía a referirse a grupos clandestinos, perseguidos por el gobierno militar y de los cuales en las reuniones familiares se prefería no hablar. Nelson Rueda y Alexia Moyano se mueven como peces en el agua y conquistan a partir de dos interpretaciones continuamente cambiantes, porque así lo exige la pieza, pero atractivamente exigente.
Nelson Rueda, que había protagonizado la pieza anterior de Dalmaroni, Un instante sin Dios, se mete de lleno en la piel de ese adolescente indeciso primero y pasional después. Y lo logra con mínimos y exquisitos recursos creativos. Alexia Moyano, más temperamental se apoya sin esfuerzo en el papel de esa adolescente que no duda, a la hora jugarse la vida por el otro.
De 600 gramos de olvido es preferible no revelar a qué alude su título, para que el público se sorprenda con su desenlace, o quizás no tanto. Lo esencial de esta historia es cómo la escritura va provocando un interés in crescendo con estos personajes cercanos y familiares. Es que Pablo y Claudia podrían ser sus hijos, sus hermanos, sus primos, sus amigos. Esa es la mayor virtud de esta obra, que sin duda logra este cometido debido a la creativa puesta en escena de Marcelo Moncarz; gracias a su trabajo y al del director, la emoción y las palabras adquieren una cierta corporeidad en escena.
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