Crítica: El zoo de cristal, en una versión con emociones arrasadoras
Ingrid Pelicori es una avasallante Amanda, luego de haber interpretado en 1991 a la tímida Laura
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El zoo de cristal. Autor: Tennessee Williams. Versión: Mauricio Kartun. Intérpretes: Malena Figó, Ingrid Pelicori, Agustín Rittano, Martín Urbaneja. Diseño de vestuario: Julio Suárez. Diseño de escenografía: Cinthia Chomski. Música original: Silvina Aspiazu. Diseño de iluminación: Horacio Novelle. Asistencia de dirección: Carolina Krivoruk. Dirección: Gustavo Pardi. Sala: Picadero, Pasaje Santos Discépolo 1857. Funciones: los martes, a las 20. Duración: 120 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Después de producir una serie de piezas breves que obtuvieron poco reconocimiento, el norteamericano Tennessee Williams (Estados Unidos, 1911-1983) concibe El zoo de cristal en 1944 (más tarde vendrían las exitosas Un tranvía llamado deseo, de 1947; La gata sobre el tejado de zinc caliente, de 1955, y La noche de la iguana, de 1961), obra con la que logrará consagrarse como uno de los autores más reconocidos del teatro realista estadounidense. La crítica de inmediato lo ubicó como el gran continuador de Eugene O’Neill. El texto fue llevado al cine en varias oportunidades.
En la pieza recrea un mundo familiar que posee mucho de autobiográfico (el personaje de la hija está inspirado en su hermana, cuya personalidad hipersensible y muy tímida provocaba que le costara mucho comunicarse con los otros). Tom, el hermano mayor, es quien introduce la historia y a través de los dos actos va comentando cuestiones que no solo hacen al devenir familiar sino a ciertas circunstancias sociales que los rodea. Tom, desde cierta perspectiva, narra aspectos de la propia vida de Williams siendo un joven habitante del sur de los Estados Unidos.
El personaje convive con su madre, Amanda, una mujer que fue abandonada por su marido y que no soporta su existencia decadente, y con su hermana Laura, una joven con un pequeño defecto físico que la obliga a replegarse en su casa y solo puede contactarse con un grupo de animalitos de cristal que colecciona y protege apasionadamente.
El clima que se vive en esa casa está enrarecido: ninguno de los tres habitantes está conforme con su realidad: Tom necesita dejar su trabajo en una zapatería y salir a recorrer el mundo, escapar de esa miserable vida que lleva, en la que encuentra sosiego solo a la hora de escribir poesía. Amanda ansía conseguir un pretendiente para Laura (mientras controla obsesivamente cada uno de los actos de sus hijos) y así lograr que la joven modifique sus hábitos de vida. Y esta última se siente atormentada por su madre y contenida por su hermano quien decide, sorpresivamente, invitar a un compañero de trabajo a cenar, Jim O’Connor, el único personaje de la obra que sueña con alcanzar unas metas que se ha propuesto y por las que pelea con fuerza.
El director Gustavo Pardi expone las cualidades de cada uno de los personajes de manera muy definitoria. Desarrolla al máximo los sentimientos internos que los movilizan y de esa manera logra que el espectador descubra en plenitud las estructuras internas de esos seres frustrados, cargados de una soledad que les imposibilita disfrutar de la vida. Es cierto que no son tiempos fáciles: la pieza se desarrolla en 1929 y la crisis económica que vive el país afecta su entramado social.
Amanda Wingfield (Ingrid Pelicori) se expone aquí con unas características avasallantes. Sus actitudes, sus comentarios, no les dan tregua a los otros personajes. Como si su grado de frustración la condujera a vivir en un estado de permanente desborde que resulta llamativo, aunque también esa irritabilidad puede justificarse considerando el grado de decepción en el que ha vivido desde joven. La intérprete le aporta a Amanda una gran intensidad (emocional y dramática). Merece destacarse que Pelicori, en 1991, bajo la magnífica dirección de Hugo Urquijo, recreó a Laura, junto a un elenco que integraban Inda Ledesma, Hugo Soto y Mario Pasik. Las funciones se realizaron en el desaparecido teatro Bauen.
En el rol de Tom (Agustín Rittano) demuestra una notable convicción. Esa profunda tristeza que lo embarga lo obliga, en muchos momentos, a desestabilizarse pero logra encontrar el equilibrio justo para sostener los caprichos de la madre y contener la inestabilidad de su hermana. Transita ese universo personal con mucha sensibilidad y eso lo torna un ser muy inquietante.
Las escenas entre Laura (Malena Figó) y Jim O’Connor (Martín Urbaneja) resultan extremadamente poéticas. Es sumamente equilibrado ese juego semiamoroso entre ambos personajes opuestos. Ella débil, tímida, encerrada en sí misma y él dispuesto a abrirle el camino para que descubra que, aun sintiéndose diferente, puede lograr un lugar importante en un mundo al que puede ayudar a mejorar y eso la fortalecerá.
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