El vestidor: un profundo, bello y modificador acto de verdad
El vestidor / Autor: Ronald Harwood / Intérpretes: Arturo Puig, Jorge Marrale, Gaby Ferrero, Ana Padilla, Belén Brito / Música: Ángel Mahler / Escenografía: Gonzalo Córdoba Estévez / Vestuario: Silvina Falcón / Iluminación: Ricardo Sica / Maquillaje y peluquería: Sofía Núñez / Asistente de dirección: Marcos Moriconi / Dirección: Corina Fiorillo / Sala: Paseo La Plaza / Duración: 90 minutos / Nuestra opinión: muy buena
El vestidor es una pieza que, sobre todo, rinde homenaje al mundo del teatro clásico. Un grupo de artistas recorre Inglaterra en tiempos de la Segunda Guerra Mundial presentando un repertorio exclusivamente shakespeareano; y, en cada función, se ven obligados a evadir los ataques aéreos de las fuerzas del fascismo.
Con mucho de autobiográfico, Ronald Harwood centra el conflicto entre Bonzo, un veterano y cascarrabias intérprete, cabeza de compañía, y su meticuloso vestidor, Norman, un ser casi insignificante que se las arregla para asistir a ese hombre que admira y, a veces, también detesta aunque siempre cuida las formas a la hora de dar respuestas. Más allá de cualquier conflicto que deba enfrentar sabe que ocupar un lugar dentro de la actividad teatral no solo lo engrandece profesionalmente, sino, además, le posibilita ser parte de un estatus que, de otra manera, no podría alcanzar.
Es una pieza sumamente emotiva, con personajes entrañables y que muestra un detrás de escena con mucha verosimilitud. La acción transcurre dentro del camarín de Bonzo, antes, durante y después de la representación de Rey Lear, en un teatro de provincia. Y en ese ámbito tendrán lugar situaciones que no solo permiten el despliegue de las conductas de los personajes, sino, además, un entramado de relaciones que muestran en plenitud a los protagonistas.
Llevar a escena El vestidor propone ingresar en un universo psicológico extremo que buscará afirmar la relación entre Bonzo y Norman hasta develar sus costados más conflictivos y hasta perversos -haciendo que el argumento se desarrolle en un campo de severa oscuridad- o exponer un juego intenso que, al tomar distancia de aquellas cuestiones, muestre a los personajes ejerciendo sus rutinas cotidianas con mucha libertad. Así la pieza se convierte en una expresión de teatro dentro del teatro, donde el drama y la comedia se dan la mano continuamente.
¿Por qué no reírse o sonreír con las reacciones de esas criaturas que viven múltiples momentos difíciles en ese especial proceso de hacer teatro sin dejar de lado el humor? Recrear Rey Lear cuando la muerte de su protagonista está tan próxima, en un pueblo en el que se vive un clima hostil; frente a un mujeriego Bonzo que todos los días recita a un Shakespeare distinto y se siente enaltecido porque pareciera que el bardo inglés lo hubiera bendecido. Mientras Norman, patético asistente salido de la nada y que finalmente regresará a la nada, se esfuerza por reivindicar lo imposible: el desatino de actuar en condiciones excesivamente conflictivas, tanto dentro como fuera de la sala.
La directora Corina Fiorillo opta por esta última decisión y concibe una obra ágil, entretenida, en la que permite a sus intérpretes hacer gala de su oficio con mucha veracidad y honestidad. Ellos despliegan todos los recursos de un sistema de actuación que conocen muy bien. Sus impecables trayectorias los afirman magníficamente en esta representación. Marrale transita múltiples estados (la pasión por la actuación, el dolor que le produce la proximidad con la muerte, su pícara y constante necesidad de seducir a las mujeres, aceptar la compañía necesaria de su vestidor, a quien permite cuidarlo y también, muchas veces, necesita maltratar). Arturo Puig, con pequeños gestos, actitudes, va dándole crecimiento a ese Norman que es tan insignificante como poderoso, que conoce a la perfección las características de quienes lo rodean y hace uso y abuso de esa pequeña sabiduría. Un individuo que se muestra como un tonto, pero que puede controlar aquello para lo que no esta, en apariencia, preparado.
Gaby Ferrero (esposa de Bonzo), Ana Padilla (la productora) y Belén Brito (la actriz joven de la compañía) se lucen también en este juego dramático que está cargado, sobre todo, de una muy atractiva teatralidad. Quienes participan de este proyecto exponen una profunda adhesión a esa intención de Fiorillo de hacer del teatro un profundo acto de verdad que modificará notablemente la percepción del espectador.
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