El último adiós a un coloso de la escena
Tras ser velados en el Congreso, los restos de Alfredo Alcón fueron sepultados en el Panteón de Actores de la Chacarita; hubo numerosísimas muestras de cariño y respeto del gran público, y en especial de sus pares
"El actor mayor." Así sintetizaba el comunicado del Teatro Nacional Cervantes, donde Alfredo Alcón interpretó La vida del rey Eduardo II y De pies y manos, su recuerdo al actor, quien falleció el viernes, a los 84 años. En el Teatro San Martín, así como en las demás salas del Complejo Teatral de Buenos Aires, se suspendieron anteayer las funciones en señal de duelo y para rendir tributo a quien habitó sus escenarios durante tantas temporadas. Además, en las salas comerciales de la avenida Corrientes se dedicaron las funciones al recuerdo del máximo intérprete de teatro clásico en lengua castellana.
Distintas figuras del mundo del espectáculo -actores, directores, productores-, funcionarios públicos y personalidades como Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, pasaron por el Salón de Los Pasos Perdidos del Congreso, donde se veló su cuerpo hasta poco después de las 10 de ayer.
A poco de partir desde el Congreso, la carroza fúnebre se detuvo unos minutos en la puerta del Teatro San Martín, adonde se agolparon admiradores anónimos, compañeros de escena, periodistas y, entre otros, Hernán Lombardi, ministro de Cultura y Turismo de la Ciudad. Fue un momento conmovedor. Un aplauso cariñoso y respetuoso, tan parecido al que el intérprete solía recibir cada vez que subía al escenario para darles vida a sus fantásticas criaturas.
Estuvieron allí Norma Aleandro, Nicolás Cabré y Joaquín Furriel, entre muchos otros.
Una vez en el cementerio de la Chacarita, se rezó una oración en su memoria en la capilla y luego Joaquín Furriel leyó conmovido un bellísimo texto del director español Lluís Pasqual, quien escribió especialmente para LA NACION esa pieza que el lector encontrará en esta misma página. Tras leerlo, a última hora de anteayer, los familiares de Alcón lo eligieron para la última despedida.
La muerte del gran actor argentino tuvo gran repercusión en la prensa internacional.
Hasta última hora de anteanoche, numerosos admiradores anónimos asistieron al velatorio, así como técnicos y asistentes de sus espectáculos, que lo conocieron tras bambalinas, lejos de los brillos de la escena y del aplauso del público. Todos ellos admiraron su disciplina profesional y su compromiso artístico y, sobre todo, su sencillez en el trato.
Durante toda la jornada, sus colegas quisieron recordarlo por su calidez y amabilidad, siempre ajeno a cualquier gesto de divismo. Así era, también, en las entrevistas periodísticas.
En el plano artístico, su nombre se convirtió en sinónimo de excelencia interpretativa. Si es cierto que hay personalidades que se jactan de no tener amigos dentro del medio que integran, éste no era el caso de Alcón. "Prefiero que me quieran a que me admiren", solía decir. En extremo generoso, jamás pronunció críticas o comentarios descalificativos hacia nadie, como lo señaló anoche una conmovida Mirtha Legrand, una de sus grandes compañeros en el cine.
Entre sus muchos méritos, Alcón logró a fuerza de talento y carisma convertir en éxitos de taquilla a clásicos del teatro, que en principio parecían destinados a un público entrenado. Gracias a ese don interpretativo, hizo accesibles para una audiencia amplísima sus composiciones más memorables en Las brujas de Salem, de Arthur Miller; Rey Lear, de William Shakespeare, o Final de partida, de Samuel Beckett, éste uno de sus textos preferidos y con el que se despidió de la escena el año pasado, cuando ya su cuerpo estaba fatigado y doliente; en escena, sin embargo, dio una nueva prueba de fortaleza y sensibilidad.
"Vivimos en un mundo donde se domestica a la gente y así no se puede ser feliz. Esto es teatro", le dijo a este diario cuando estaba por estrenar Filosofía de vida. "Cuando uno es querido, nunca tiene frío", añadía. Se fue, entonces, arropado en el calor que todos quisieron darle en la despedida.
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