Murió Agustín Alezzo, maestro de actores, luego de haberse contagiado de coronavirus
El ambiente artístico está consternado, tras la confirmación de la muerte de Agustín Alezzo a los 84 años. La noticia la hizo pública Carlos Rottemberg. Ayer, el productor había hablado con el maestro de actores y todo parecía indicar que sería dado de alta, luego de una larga internación por coronavirus. Hasta este mediodía había estado con Alezzo uno de sus discípulos en el sanatorio La Trinidad, de Palermo, donde permanecía internado, pero cuando la dirección de la clínica estaba instrumentando el alta, su cuadro empeoró abruptamente y ya no pudieron salvarlo.
Había entrado al sanatorio el 1° de junio por un estado febril que fue confirmado luego como Covid-19 positivo. Tras dos semanas de internación, su estado de salud estaba teniendo significativas mejoras y en el parte médico del 24 del mes pasado, se informaba que llevaba 48 horas respirando por sus propios medios. Esa misma semana, la dirección del Instituto Nacional del Teatro (INT) aprobó otorgarle un premio honorífico a su trayectoria que le permitiría sostener su escuela de teatro, verdadera fábrica de intérpretes que Alezzo fundó en 1966, y que estaba atravesando una fuerte crisis económica que hacía peligrar su continuidad.
Pero Alezzo, uno de los más importantes exponentes del teatro argentino, murió "de golpe" cuando estaba por volver a su casa, a su sala teatral. Fue "la peor noticia", como afirmó su amigo, el productor Carlos Rottemberg.
Según cuenta el último parte médico -que confirma su muerte-, Alezzo había ingresado a la clínica con un cuadro de "neumonía grave por Covid-19" y "después de más de un mes de internación, con una larga estadía en terapia intensiva, asistencia respiratoria mecánica, utilización de plasma de convaleciente, administración de corticoides y demás tratamientos habituales" tuvo en las últimas horas un "shock séptico agravado por su estado de fragilidad" y "a pesar del tratamiento antibiótico instaurado presentó un paro cardíaco", que provocó su muerte.
El gran maestro de actores
Agustín Andrés Oscar Alezzo, tal su nombre completo, solía decir que su vida era un melodrama. Había nacido en Buenos Aires, el 15 de agosto de 1935, signado por la tragedia. Su padre había muerto de cáncer dos meses antes de su nacimiento, por lo que toda su vida familiar giró alrededor de su madre y sus padrinos. "Mi madre fue una gran mujer. Ella me enseñó a enfrentar los miedos, a no quejarme y ponerle el pecho a los problemas. Pertenecía a una familia con campos en General Pico, La Pampa. Su familia se opuso a la relación con mi padre y ella esperó a la mayoría de edad para casarse. Ese fue el mejor ejemplo", confesaba. El padre trabajaba en el ferrocarril y tenía una orquesta típica, en donde tocaba el bandoneón. La madre pertenecía a una familia tradicional y acaudalada, que le dio la espalda ante su elección amorosa. Al morir el ferroviario, una familia rica amiga adoptó a la joven y al bebe. Agustín fue criado como un hijo por esos "padrinos", como él los llamaba, quienes le brindaron una infancia "extraordinaria", donde no le faltó nada, mientras estudiaba en el colegio San José. A los 18 años, su padrino murió y nuevamente su vida cambió. "Pasé de tener todo a no tener un peso", recordaba a LA NACION.
En ese entorno transcurrió su infancia y, a los 15 años, la realidad social y política hizo que militara en el socialismo de aquella época. En 1955, sus inquietudes artísticas lo llevaron a ingresar en el Nuevo Teatro que lideraban Alejandra Boero y Pedro Asquini. Sin embargo, a pedido de la familia inició sus estudios en Derecho, carrera que cursó durante tres años. Una nueva vocación empezaba a despertarse con pasión: el teatro. "Empecé a los 17 y mi primer sueldo como actor lo cobré a los 29. En el medio trabajé en una escuela, en un negocio de cachmires ingleses, vendí libros", decía. Tuvo la suerte, como otros jóvenes de la época, de ser alumno de Hedy Crilla y Lee Strasberg, e integró el grupo Juan Cristóbal y La Máscara en la década del 60. Como actor participó en obras de Georg Büchner, Bertolt Brecht, Ricardo Halac, Willis Hall y Max Frisch, bajo la dirección de Crilla, Carlos Gandolfo, Augusto Fernandes, Juan Carlos Gené y Atahualpa del Cioppo.
A pesar del éxito, en 1964 Alezzo se marchó a Perú, donde vivió un año. La sala de La Máscara, su grupo teatral, fue clausurada por el gobierno de José María Guido. En el mismo edificio funcionaba la oficina de las Damas de Beneficencia, integrada por la esposa del mismo Guido. La compañía inició un juicio contra el Estado. "Perdimos, por supuesto. Y decidí irme para siempre de Buenos Aires. Perú fue una idea para amenguar un poco la partida de mi país. Tenía amigos allí. Pero mi destino era Francia", recordaba. Alezzo debió regresar a la Argentina tras contraer tuberculosis. Pasó un largo tiempo en cama, hasta que se recuperó. Un gran honor lo ayudó a curarse: fue nombrado director de la Escuela Nacional. "Luego vino la época de López Rega. Tuve que irme", recordaba. Sin embargo, vislumbraba que su lugar se encontraba en la dirección más que en la actuación y debutó como director en La mentira, de Nathalie Sarraute en 1968. "Fue un fracaso de público y siento que es uno de los mejores espectáculos que he montado", dijo siempre.
En TV dirigió en 1975-76 Nosotros, con Norma Aleandro y Federico Luppi, y piezas de Henry James, Eugene O'Neill, Carlos Gorostiza, Noël Coward y Pedro Orgambide, entre otros, para ser incluido poco después en las "listas negras" de intelectuales prohibidos durante la dictadura militar. "Cuando hice Llegó el plomero, de De Cecco, en 1980, en el Regina, yo estaba prohibido. Lo estuve siete años. Formé El Grupo de Repertorio, pero mi nombre no figuraba", recordó tristemente. "No me tomaron preso, pero no podía trabajar en un teatro comercial ni oficial, ni aparecer en televisión, ni en ningún medio de comunicación. Tampoco podía viajar al exterior, así que me quedé".
En los años setenta fue responsable de importantes producciones porteñas como Las brujas de Salem, de Arthur Miller, con Alfredo Alcón, Alicia Bruzzo, Milagros de la Vega y Leonor Manso; Ejecución, de John Herbert; Romance de lobos, de Valle Inclán; Botín, de Joe Orton; La rosa tatuada, de Tennessee Williams: Arsénico y encaje antiguo, de Joseph Kesselring; Memorias de un adolescente, de Neil Simon; Cartas de amor en papel azul, de Arnold Wesker; Master Class, de Terence McNally, con Norma Aleandro; Recuerdo de dos lunes, de Arthur Miller; Ricardo III, de Shakespeare; La profesión de la Señora Warren, de George Bernard Shaw; Rose, de Martin Sherman; El jardín de los cerezos, de Antón Chéjov, con María Rosa Gallo; Sólo 80, de Colin Higgins; Yo amo a Shirley Valentine, de Willy Russell, con Alicia Bruzzo; Yo soy mi propia mujer, con Julio Chavez; El cuidador, de Harold Pinter; ¡Jettatore!, de Gregorio de Lafferrere; entre otros espectáculos.
Se calcula que fue artífice de más de 80 producciones, dirigiendo a los grandes de la escena. Pero este esfuerzo no pasó inadvertido, así lo demuestran los galardones que fue recogiendo a lo largo de su carrera. Obtuvo el Premio Konex de Platino en 2001 como el mejor director de teatro de la década en la Argentina, además del Diploma al Mérito en 1981 y 1991, el ACE de Oro, y el premio María Guerrero a la trayectoria.
Ser maestro de actores es acompañar un proceso que cada persona atraviesa de modo distinto, según sus necesidades
Su vocación por la docencia, luego de su paso por el Conservatorio Nacional, lo llevó a dirigir su propia escuela, fundada en 1966. El Duende fue el lugar de formación de centenares de grandes actores y actrices como Jorge Marrale, Federico Luppi, Alicia Bruzzo, Beatriz Spelzini, Julio Chavez, Muriel Santa Ana, Leonardo Sbaraglia, Paola Krum, Oscar Martínez o Roberto Carnaghi, sólo por mencionar a algunos. "Fundé la escuela en 1966. Nunca la actividad fue interrumpida, las clases siempre se dieron aunque durante la dictadura yo estaba prohibido. Sin embargo, la escuela siguió funcionando, silenciando mi nombre para poder seguir dando clases. Funcionaba porque la gente sabía lo que hacíamos, y eso siempre dio sus frutos", señaló en la última entrevista que ofreció a LA NACION realizada muy pocos días antes de ser internado. "Ser maestro de actores es acompañar un proceso que cada persona atraviesa de modo distinto, según sus necesidades. Requiere ver a la persona que está enfrente y qué necesita. Este trabajo nunca es rutinario. Los actores vienen a trabajar sus dificultades, a hacer las cosas mal. Lo que se hace bien, no aparece en clase", describía.
Una operación detuvo en su actividad y lo obligó a un reposo forzado. Perseverante y constante salió adelante y tuvo que asumir la compañía de un bastón porque le había quedado una secuela en el pie izquierdo, la que fue mitigando con gimnasia. Su escuela El Duende funcionó hasta 2017 también como sala teatral. Tuvo que cerrarla porque las inspecciones municipales lo acorralaron con sucesivas exigencias. En marzo, luego de invertir sus ahorros, debería haber abierto la sede de Villa Crespo de su escuela, pero llegó el coronavirus y, como tantos otros teatros alternativos que son también lugares de formación, no pudo abrir sus puertas.
Actor, director, autor, maestro, por donde se lo mirara, Alezzo irradiaba ese aura tan especial que solo lucen los grandes. Por eso mismo hoy, con los teatros cerrados de todo el país, sus alumnos, sus colegas y su público lo lloran.
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