El teatro judío renace con propuestas que resaltan los valores de esa comunidad
Hace varias décadas era una constante en la cartelera porteña, sostenido por la fidelidad de su público; tras caer en desuso, hoy hay diez obras, de todos los géneros, que retratan costumbres e historias de la colectividad
"Imposible imaginar el mundo sin psicoanálisis, sin el inconsciente, sin la teoría de la relatividad, sin la respuesta del marxismo al liberalismo y fundamentalmente al capitalismo financiero internacional", dispara oportunamente Gerardo Romano. Aunque el actor no pertenece a la comunidad judía, ha llegado a ella y la ha conocido con tanta fuerza que escucha, cuando termina la obra que viene representando desde hace cuatro años, un "gracias, gracias por construir memoria". Romano lleva más de 300 funciones de Un judío común y corriente, la polémica obra de un solo personaje de Charles Lewinsky. Y demuestra cada semana que el tema que propone sigue haciendo eco en el público porteño. Y entonces la obra se suma a una lista de muchas otras que tienen al judaísmo como tema central de sus piezas.
Esta pieza forma parte de un grupo de diez obras que aseguran algo: la memoria, la herencia y la tradición judaicas. El grupo se completa con La mishíguene de la carpa 4, Goy el musical -las tres de Sebastián Kirszner-; Papushkas, mi propio kadish, la obra de Melisa Freund; Eye y yo, de Julieta Cayetina; Tribunal de mujeres, de Naomí Ragen; La bobe, de Diego Licht, en Microteatro; El violinista en el tejado, de Joseph Stein, Jerry Bock y Sheldon Harnick, y Moldavsky sigue suelto.
Paula Ansaldo, investigadora teatral becaria del Conicet, especialista en teatro judío en Buenos Aires, asegura que fue entre las décadas del 30 y 50 cuando este teatro tuvo su auge. "Durante esos años, eran cuatro los teatros profesionales que estaban completamente destinados a presentar obras en ídish: el Excelsior y el Soleil, en el barrio de Abasto; el Mitre, en Villa Crespo, y el Ombú, situado en Pasteur 633, donde después se construiría el edificio de la AMIA. Se sumó luego el teatro IFT, que si bien funcionaba como compañía teatral independiente desde 1932, recién inauguró su sala propia en 1952, en Once, donde se encuentra hasta hoy. Además de los teatros, algunos cafés presentaban números artísticos y varietés judíos a la manera del café-concert, como El Cristal y El Internacional, conformando de esta forma un amplio y variado circuito teatral completamente en ídish. Funciones repletas, de martes a domingos, representándose en simultaneidad. En la década del 50 comienza a perder público porque las nuevas generaciones de judíos argentinos prefieren asistir al teatro en español, con el que se sienten más identificados", aporta Ansaldo.
Con esta época dorada es lógico que surjan dramaturgos especializados. "César Tiempo, Samuel Eichelbaum o Germán Rozenmacher abordaron problemáticas específicas de la comunidad judía hasta la década del 70, cuando Rozenmacher fallece", suma Ansaldo, y asegura además que recién hace una década la tradición judía reapareció con fuerza en las dramaturgias locales con Mario Diament, Eva Halac, Roberto Moldavsky y muy fuertemente cuando Sebastián Kirszner escribió El ciclo Mendelbaum, hace dos años. Por primera vez nuevas generaciones se apropian de esta tradición, pero, claro, desde sus propias perspectivas.
Y entonces aparecen nombres como el de Kirszner, Melisa Freund, Julieta Cayetina. Nuevos dramaturgos que transitan estos tópicos con una mirada renovada. "Nuestras propuestas entran en diálogo con ese teatro judío más nostálgico, en un sentido incluso chocan porque traemos un lenguaje más roto, con un registro no tan realista y fundamentalmente ligado a una tradición laica. De ahí esa mixtura de público, ese diálogo con las viejas generaciones que dicen ?teatro judío era el de antes'", dice Kirszner, que lleva cuatro años al frente de su propia sala teatral, La Pausa, y tiene tres obras de su autoría en cartel, dos de las cuales además dirige.
"No fue algo premeditado ni buscado. Comencé a trabajar en El ciclo Mendelbaum y transcurría en el marco de una familia. Uno siempre trabaja con los temas más cercanos y mi familia es de la colectividad -cuenta Kirszner-. A partir de estas obras, y casi intuitivamente, me empecé a vincular con este mundo, con cuestiones que forman parte de este imaginario que me atraviesa. Aunque sean enormes las distancias geográficas con los hermanos Coen o con Woody Allen, reconozco cuestiones ligadas al judaísmo. Después reconozco que hay particularidades que tienen que ver con el judío porteño de clase media alta, ahí es donde pongo la mirada, la crítica y es lo que me interesa contar en estos espectáculos. Hay ciertos elementos que funcionan como de identificación, ciertos patrones: circuncisión, shule judío la primaria, luego a la ORT, la vida de country. En mi caso trato de construir personajes más singulares. El cliché es un punto de partida y la búsqueda es de personajes sensibles".
Las diez obras portan un rasgo distintivo: una capacidad absoluta para pasar de la risa al llanto. Chistes, lugares comunes en los que muchos se reconocen rápidamente, personajes prototípicos -bobes que en sus placares guardan como tesoros los cotillones de los sucesivos bar y bat mitzvá- para aterrizar en un profundo dolor cuando se repasa la vida de algún antepasado que ha sufrido los horrores del Holocausto. "La mezcla del humor y de la tragedia es un procedimiento y un rasgo poético muy propio de lo judío y estuvo desde siempre en el teatro judío, obras para reír y obras para llorar. Se las llamaba ?obras cebollas' o ?de tantos pañuelos' porque ir a llorar al teatro era parte de la diversión", cuenta Ansaldo.
Muchas piezas de este corpus tienen el dolor en primera persona. Tanto Melisa Freund como Julieta Cayetina decidieron contar en sus obras la vida de un familiar muy cercano. En el caso de Freund, la figura a la que se le rinde culto es la paterna. Juan Freund, muerto hace un año, compartió con su hija la pasión teatral; fue además dramaturgo, director y actor teatral. Hace unos meses Freund hija decidió escribir, como dice en la obra, su propio kadish, su propio rezo, para conectarse con su padre.
"No tengo una formación judía, pero desde hace unos años estoy conectada emocionalmente con ciertas cuestiones ligadas a la tradición judía. Músicas que me emocionan, imágenes, tradiciones que empecé a descubrir. Es muy profundo, muy inconsciente, va a otro lugar", cuenta Freund, que terminó trabajando en su dramaturgia con tópicos judíos porque quería hablar de su padre y entonces el tema era ineludible. Juan Freund sufrió la persecución nazi en primera persona. "Tuve el impulso vital de generar un material teatral que dé cuenta de la memoria", asegura.
Para Julieta Cayetina recordar el dolor también fue el vector de trabajo. "Hace unos años decidí tatuarme los números que le habían marcado en el cuerpo a mi abuela en Auschwitz. Ella había fallecido unos años atrás y la tarea que me pareció en un comienzo sencilla se volvió titánica. Nadie los sabía. Empecé a hacer una investigación cada vez más profunda, hablé con museos del Holocausto de todo el mundo y ese número no aparecía", cuenta Cayetina, que en esa búsqueda se reencontró con mucho material, anécdotas, recuerdos que de a poco fueron tomando forma y se convirtieron en obra: Eye y yo, dirigida por Denis Smith e interpretada por ella misma, junto a Laura Oliva y Francisco Primm. "Hay una frase que para mí es muy importante: el que no recuerda su pasado está condenado a repetirlo. Y fue un punto de partida para hacer esta obra. Tuve la oportunidad de hablar muchísimas veces con sobrevivientes, ya sea en el colegio, por mi abuela, por sus amigos o por donde se movía, y me daba cuenta de que en el futuro no iban a quedar sobrevivientes y era muy importante hacer este tipo de homenajes para mantener la memoria y la tradición activas", cuenta Cayetina.
Entre el Año Nuevo judío (Rosh Hashaná) y el Día del Perdón (Yom Kipur) se suceden lo que la tradición denomina "días terribles" (Iamim Noraim). Días terribles porque implica un repliegue hacia sí mismo. No es mito ni leyenda que también son difíciles para el teatro. Carlos Rottemberg y Sebastián Blutrach confirman que -salvo el éxito y fenómeno de Roberto Moldavsky y el musical El violinista en el tejado-, estos días se reflejan en los números de venta de entradas y, aunque no haya en la calle Corrientes otros espectáculos de gran envergadura que tomen el judaísmo como tema central en sus obras, como la colectividad es gran espectadora teatral, su ausencia en las salas por estos días sin dudas se sentirá.
Para agendar
La shikse
Viernes y sábados, a las 21 en La Pausa Teatral (Corrientes 4521).
Papushkas, mi propio kadish
Sábados, a las 19, en La Pausa Teatral (Corrientes 4521).
Tribunal de mujeres
Domingos, a las 20.30, en El Tinglado (Mario Bravo 948).
Eye y yo
Domingos, a las 18, en El Camarín de las Musas (Mario Bravo 960).
Un judío común y corriente
Sábados, a las 20, en Chacarerean (Nicaragua 5565).
El violinista en el tejado
De miércoles a domingos, en El Nacional (Corrientes 960).
Goy, el musical
Lunes y jueves, a las 20, en La Pausa Teatral (Corrientes 4521).
La bobe
De miércoles a domingos, de 20 a 22, en Microteatro (Serrano 1139).
Moldavsky sigue suelto
De jueves a sábados, en el Apolo (Corrientes 1372).
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