El teatro en el que actuaron Sarah Bernhard y La Duse, cuya demolición causó indignación popular y logró una ley para salvar otras salas
La ley 14.800, que puede ser derogada por estos días, obliga a que se construya un teatro equivalente en ese mismo terreno en caso de ser tirado abajo: fue producto de la sorpresa y la furia de la comunidad artística a causa de la decisión intempestiva de destruir el escenario de la familia Podestá, donde hoy funciona la sala de Juan José Campanella
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Una de las leyes que el gobierno planea derogar o modificar es la 14.800, que fue promulgada en 1959. Escuetamente, la norma expresa lo siguiente: “En caso de demoliciones de salas teatrales, el propietario tendrá la obligación de construir en el nuevo edificio otra sala con las mismas características.”. Las salas teatrales, mucho más aquellas que están ubicadas en lugares estratégicos de la ciudad, de avanzar la propuesta del gobierno de Javier Milei pasarán a convertirse, seguramente, en grandes torres. Aunque, hay que reconocer, con ley o sin ella, ya existen algunas irregularidades.
El listado de grandes salas teatrales porteñas que desaparecieron tras ser un verdadero lujo tanto en términos arquitectónicos como en actividad artística es tristemente extenso. Muchas se convirtieron en playas de estacionamiento. Otras, al cumplirse esta ley –que no ha sido reglamentada en estos 65 años– resultaron en edificios donde funciona una sala teatral de características similares a la anterior. En la avenida Corrientes hay muchos casos testigos de estas transformaciones.
El teatro Astros es uno de ellos. La sala en la que Susana Giménez debutó como vedette, en la que Raphael se presentó con un recital que fue transmitido en vivo para televisión, en la que Sandro festejó sus 25 años en escena y en la que Soda Stereo y Virus realizaron shows que pasaron a la historia, se incendió en la década del 80. Durante años el terreno, tras la demolición, fue una playa de estacionamiento hasta que en 2011 se volvió a abrir: la sala está ubicada en el subsuelo de una torre con un estacionamiento.
Del otro lado del Obelisco por en la avenida Corrientes, en 1892 se inauguró el teatro Apolo, por el cual pasaron varias figuras claves de la escena nacional. En 1958, estuvo a punto de ser demolido para construir una galería y un edificio. La comunidad teatral se movilizó (Narciso Ibáñez Menta, Milagros de la Vega, Luisa Vehil y Luis Arata, entre tantos otros, encabezaron las manifestaciones). Un año después se sancionó la mencionada ley 14.800, durante el gobierno de Arturo Frondizi. En 1960, se demolió el Apolo. Con la norma ya vigente, en el lote de mitad de cuadra de Corrientes al 1300 se construyó una galería comercial, una torre y la sala teatral, que ya no tiene sus puertas a la avenida. Durante todos sus años de vida la sala cambió de nombre, de dueños y fue cine/teatro, pero sigue en actividad.
Historias como estas dos hay muchas (demasiadas). Pero hay dos casos emblemáticos que, a la luz de la iniciativa, adquieren otras resonancias: la del Politeama, una sala que fue clave en la sanción de la normativa y la del Odeón, un teatro al que le sobra historia y que, desde hace unos años, tiene algo de fantasmal.
El Politeama: cuando la bronca se hizo ley
Cuenta la historia que en 1879, en la esquina de Corrientes y Paraná, se inauguró una gran sala con una fiesta a la que asistieron los políticos y la alta sociedad de la época. El glamour duró muy poco. Al otro día, una tormenta de verano le voló la pared del escenario y parte del techo al teatro. En 1883, quien tenía la concesión del lugar reformuló el espacio transformándolo en un teatro lírico. Con 3500 localidades, el Politeama –así se llamó– tenía la posibilidad de transformarse en circo al desmantelarse la platea y convertirse en un picadero.
Aunque en su génesis la sala estuvo dedicada a la lírica, se transformó en el teatro dramático más importante de la ciudad. Dos divas legendarias actuaron allí: la italiana Eleonora Duce y la francesa Sarah Bernhardt. A esas figuras emblemáticas europeas se le sumaron los integrantes de la familia Podestá, exponentes del circo criollo que marcaron la historia del Politeama.
En 1898 el terreno volvió a manos de los Zamudio, sus dueños. Algunos miembros de la familia querían tirarlo abajo para hacer una casa de rentas. Otros, querían seguir con la actividad teatral. Por suerte, se impusieron los segundos: en 1936 llegó el ensanche de la calle Corrientes que afectó a la estructura edilicia del viejo teatro. El Politeama ahora tenía una fachada de ladrillo.
En 1958, el viejo/nuevo Politeama fue destruido ante el asombro, la protesta y la indignación de la comunidad teatral. La reacción ante ese hecho logró que se sancionara la ley 14.800 de enero de 1959, que obliga a que cuando se demuele un teatro el propietario tiene la obligación de construir otro de características semejantes en su lugar. Respetando la ley es que se construyó el nuevo teatro Politeama, cuyos dueños son el cineasta y director teatral Juan José Campanella y sus socios de los 100 Bares. En honor a esa historia, a la noche de apertura de junio de hace dos años concurrieron actores, empresarios teatrales y funcionarios.
Entre el viejo Politeama y el actual hay diferencias. De hecho, el histórico teatro daba sobre la avenida Corrientes y al actual se entra por la calle Paraná. Pero gracias a esa ley, existe.
El Odeón: el teatro que está, aunque no está
En otra esquina emblemática del centro porteño, la de Corrientes y Esmeralda, se erigió en 1872 otra gran sala teatral. Fue Ba-Ta-Clan, Theatre Français y Edén hasta que el empresario cervecero Emilio Bieckert la compró y la llamó Odeón.
En la década del 20, en su subsuelo, estaba el bar Royal Keller en donde se reunía el Grupo Florida, por el que pasaron Jorge Luis Borges, Oliverio Girondo, Macedonio Fernández, Leopoldo Marechal, Xul Solar y Emilio Pettoruti, entre muchos otros. En su escenario actuaron Carlos Gardel, Ástor Piazzolla, Margarita Xirgu, Lola Membrives, Luigi Pirandello, Vittorio Gassman y hasta Pescado Rabioso, la banda liderada por Luis Alberto Spinetta.
Allí mismo, el 26 de julio de 1896, se realizó la primera proyección cinematográfica en la Argentina y los porteños se maravillaron con aquella La llegada del tren a la estación de la ciudad. Pero no solamente el Odeón fue lugar de experiencias artísticas. Al año siguiente de aquella proyección de los Lumiere, se decidió en la sala la candidatura de Julio Argentino Roca para su segunda presidencia.
Así como tuvo su tiempo de gloria, también conoció otros más opacos. En 1985, el Ministerio de Educación y Justicia lo declaró Monumento Histórico y esa resolución lo salvó por un tiempo de la picota. Pero a principios de la década del 90 se dejó sin efecto esa protección y se autorizó su demolición. Pasó a convertirse en estacionamiento. En 1997, se dejó sin efecto la obligación de construir allí un teatro basándose en una desregulación económica. El valor de la esquina se disparó.
El abogado Beltrán Gambier presentó por entonces un amparo en contra de la medida y, como resultado, la Justicia restauró la vigencia de esa ley. “Inicié la acción como un ciudadano particular, sin representar a nadie, esgrimiendo el derecho a la cultura, a preservar el patrimonio”, dijo Gambier a LA NACION en una nota de la época en la que agradeció el apoyo de Luis Brandoni y Rubén Stella, por entonces directivos de la Asociación Argentina de Actores.
Con el tiempo, llegó el inversor para comprar el codiciado terreno. La ley obligaba a levantar una sala teatral de similares característica de la anterior en la Torre Odeón, de 30 pisos. “Se planificaron dos salas de calidad equivalente a la que tenía el Odeón, y una cantidad similar de espectadores”, detalló el estudio arquitectónico en una nota de LA NACION, de 2018. Pero hay un detalle no menor: en este edificio ya ocupado, que tiene 58.500 metros cuadrados, no funcionan las salas.
El año pasado, el doctor Gambier volvió a la acción. Envió una carta a quien presidía la Comisión Nacional de Monumentos, de Lugares y de Bienes Históricos, Mónica Capano, solicitando que se cumpla la norma. “Resulta significativo y ponderable que la mayor defensa pública por la recuperación del teatro Odeón de la ciudad de Buenos Aires, tal como lo estipula la Ley, la impulse desde hace años una persona que no tiene intereses directos en la actividad”, resaltó en sus redes sociales Carlos Rottemberg. Las dos salas del Odeón siguen cerradas.
Aadet, la entidad que nuclea a salas y productores comercial del país, emitió un comunicado al conocerse la posibilidad de que la ley sea derogada: “Implicaría desestimar la protección de los espacios escénicos y, por ende, promover un riesgo mayor de desaparición de salas, afectando el desarrollo y el sostenimiento del tejido cultural de nuestro país”, apunta el comunicado que Sebastián Blutrach, presidente de la entidad y dueño de El Picadero, subió a su cuenta de Instagram.
A Rottemberg, quien ha construido teatros en Buenos Aires como en Mar del Plata sin necesidad de echar mano a la ley, pasar por la esquina de Corrientes y Esmeralda y ver esas dos salas cerradas, le genera una reacción: “Me sale comentarte que preferiría que la torre no se llame Odeón. Como yo no hablo con eufemismos, debo decir que ahí, de Odeón, no hay nada”, confiesa.
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