El sonido: la vuelta -con humor- de un profundo conocedor del teatro
Lo nuevo de Javier Daulte despliega un universo de microrrelatos, situaciones y sobreabundancia de información, que funciona como una lectura de cómo se vive hoy en día
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Autor y dirección: Javier Daulte. Intérpretes: Ramiro Delgado, Luciana Grasso, Silvina Katz, Paula Manzone, Agustín Meneses, Marcelo Pozzi, William Prociuk y María Villar. Vestuario: Ana Markanian. Escenografía: José Escobar. Iluminación: Sebastián Francia. Música: Fernando Albinarrate. Sala: Espacio Callejón (Humahuaca 3759). Funciones: martes, 20 h. Duración: 110 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
El teatro es la parte por el todo. Un objeto, un color, un movimiento pueden aludir a un universo mucho más grande que se termina de completar en la mente del espectador. En El sonido, el último espectáculo de Javier Daulte, este fenómeno poderoso llamado metonimia sucede a cada momento: un auto de lujo a toda velocidad en medio de la ciudad es recreado gracias al cuerpo de los actores. El ruido del tránsito lo generan los propios artistas con bocinas, objetos metálicos, instrumentos, todo a la vista del público. Un portazo, por ejemplo, se hace con el cierre de un baúl. Esta obra es, entre muchas otras cosas, una muestra de foley en vivo: una disciplina fundamental para el cine, que consiste en crear sonidos personalizados.
Pero hay mucho más: en esta obra, Javier Daulte, autor de piezas emblemáticas del teatro nacional como ¿Estás ahí?, Nunca estuviste tan adorable, 4D óptico y La escala humana, maestro de artistas y director de la mítica sala Espacio Callejón, vuelve a desplegar la mejor versión de su pluma dramatúrgica: historias paralelas que se entrecruzan hasta llegar todas a un mismo punto de reunión, un humor descarrilado que coquetea con la ironía y la observación de la vida contemporánea desde un lugar muy lúdico y, además, la incorporación del elemento fantástico, un factor fundamental en toda su obra y con la cual Daulte ha sido un gran innovador en el teatro argentino.
Como el título de la pieza, toda la obra funciona como una investigación en torno al sonido tanto desde el contenido como la forma. Lo de la forma se explica por el uso del foley en vivo ya mencionado, pero desde el contenido atraviesa distintas versiones que incluyen lo fantástico: en la historia, una filtración en la capa de ozono permitió que todos los sonidos y las palabras del pasado hayan quedado atrapadas en un agujero que sólo se encuentra en la Argentina. Este hecho contiene en sí mismo un aspecto sobrenatural -¿acaso es posible recuperar los sonidos que existieron durante la Edad Media, por ejemplo?- pero con una explicación basada en la observación realista: esto es un efecto de la contaminación.
Este procedimiento Daulte lo expande en su escritura; estira los límites verosímiles de los discursos políticos, las posiciones ideológicas, las personalidades de algunos personajes, a un punto en el cual lo real o lo imaginado entran en una tensión perturbadora y poderosa al mismo tiempo. Como si faltara algo más a esta lucidez, cada momento es atravesado por una capa de humor. Una chica que siente superar un estado depresivo se pregunta: “¿Qué voy a hacer ahora que tengo ganas de vivir?”, unos músicos se entregan al mercado de los jingles para sobrevivir y envían mensajes subliminales revolucionarios. El sonido despliega un universo de microrrelatos, situaciones, sobreabundancia de información, que funciona como una lectura acerca de cómo se vive hoy en día: se trata de una mirada sensible y analítica sobre la vida posmoderna. “A la gente no le interesa la verdad, la verdad fue”, dice una política de extrema derecha en la obra. En el medio, infaltable, un personaje que no oye bien y lo confunde todo, mientras el caos vertiginoso acontece.
Ramiro Delgado, Luciana Grasso, Silvina Katz, Paula Manzone, Agustín Meneses, Marcelo Pozzi, William Prociuk y María Villar conforman el elenco de este espectáculo. Desde su planteo inicial, la obra les pide que trabajen en una sinergia colectiva constante: si no están en una escena, se encuentran a los costados atentos en generar los sonidos. Todo el tiempo a la vista del público y con momentos para la interpretación para cada uno. Esa comunión artística está muy lograda y los intérpretes pueden trabajar distintos colores de actuación: la negación, la locura, la excentricidad, la inocencia, el amor. Es como si cada personaje representara un estado anímico, una forma de posicionarse en la vida, que en algunos casos cambiará mientras avance la acción dramática.
El sonido es la vuelta de un Daulte experimental, un profundo conocedor del juego del teatro y sus reglas y que desde ese lugar se permite extender el perímetro, acumular relatos, códigos, imágenes, estados, para confluir todos en un mismo punto. Un verdadero viaje sensorial.
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