El sentido de las cosas: un vínculo humano y poético que crece en medio de la desolación
Sandra Franzen construye una historia que muestra la relación entre un poeta mayor, que ha decidido escapar y aislarse, y un joven empleado que intenta entender el mundo de su interlocutor
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Autora: Sandra Franzen. Director: Andrés Bazzalo. Intérpretes: Víctor Laplace, Gastón Ricaud. Escenografía y vestuario: Carlos Di Pasquo. Iluminación: Horacio Novelle. Músico en escena: Gonzalo Domínguez. Asistente en escena: Adrián Rallap. Sala: Centro de la Cooperación (Corrientes 1543). Funciones: domingos a las 19.30. Duración: 60 minutos. Nuestra opinión: muy buena.
Reconocida teatrista santafecina, radicada en Buenos Aires desde hace algo más de una década, Sandra Franzen, actriz y directora en un comienzo, se volcó también a la tarea de concebir una producción dramática que la coloca hoy entre una de las voces femeninas más atractivas de la dramaturgia actual en Argentina.
La creadora, entre otras, de obras como El corazón del incauto, Gira trunca y La chatita empantanada sigue manteniendo activo cierto universo que conoció muy bien cuando formó parte del grupo Llanura que, en su provincia natal, condujeron Jorge Ricci y Rafael Bruza y cuya historia creativa los impuso como una de las más destacados agrupaciones teatrales del país.
La consigna es mostrar el mundo de unos seres en apariencia pequeños, escapados del paisaje provinciano, y tratar de enaltecer sus costados más endebles en un juego en el que los personajes intentarán sobrevivir en medios siempre hostiles, a los que están tan acostumbrados que pueden hasta encontrar en ellos unas vetas poéticas que no hacen más que engrandecerlos como personas.
En esta nueva producción, El sentido de las cosas, Franzen construye una historia en la que muestra la relación entre un joven empleado y un poeta ya mayor que ha decidido escapar de la ciudad y aislarse en una isla donde la vida es dura, las constantes crecidas del río lo han obligado hasta lograr entender que “la crecida no pide permiso” y que además, “las ilusiones también se las traga el río”.
En la ciudad, el gobierno ha decidido declarar a este escritor personaje ilustre y envían al empleado, Josecito, a visitarlo para anunciarle lo que para él es una gran noticia. Pero la embarcación en la que viaja el muchacho debe enfrentar una fuerte crecida del río y el chico apenas llega a encontrar al poeta, quien desde el vamos rechaza el homenaje.
Se produce entre ellos una conversación que va permitiendo conocer a cada uno en sus sentimientos más íntimos. Quizá el rechazo a una sociedad pueblerina y su escapada de ese ambiente le han dado al poeta una sabiduría extrema, que irá plasmando en unos escritos que mantiene muy bien guardados. Josecito, dada su juventud, apenas puede entender el mundo de su interlocutor, pero aunque le produce mucho temor el lugar en el que se encuentra, se deja arrastrar por las palabras del poeta y se entrega a dejar que entre ellos se conforme una relación ganado por cuestiones que tienen que ver con lo poético y también con el amor.
“Salgo al encuentro de la palabra que me justifique”, dice el escritor mientras le explica al muchacho que debe salir a vivir “siempre con una historia en el bolsillo”, aunque finalizado el encuentro entre ellos hay algo que los dos comprenden, “solo quedará la ficción”.
Esa misma que Sandra Franzen construyó muy poéticamente y que Andrés Bazzalo logró trasladar a escena con la misma pasión, en una espacio casi despojado en el que Víctor Laplace (El poeta) y Gastón Ricaud (Josecito) se las ingenian magníficamente para imaginar ese lugar extremadamente desolador en el que están instalados mientras van haciendo crecer el nexo entre ambos de manera muy segura.
Laplace le impone a su personaje ese carácter combativo propio de un artista que entiende que el único reconocimiento que necesita es encontrar las palabras justas para construir sus escritos, lo único que lo define en la vida. Ricaud expresa con intensidad la debilidad de un joven que está creciendo plagado de dudas, miedos, dando forma a su personalidad pero sin atreverse a tomar decisiones profundas. Por momentos ellos exponen una preciosa relación padre e hijo. Y el primero deja una buena enseñanza, “El que conoce, sabe. Y el que no, se lo lleva el agua”.
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