El rey que no se la cree
Dirigido por Jorge Lavelli, protagonizará "Rey Lear", que irá al San Martín. "Me contaron que Alcón te eligió como su sucesor", le dijo su tía. "¡Qué va!", remata muerto de risa
Alejandro Urdapilleta es de esos que se encolerizan hablando, de esos cuyos ojos se ponen más saltones para remarcar un concepto, una idea; de esos que machacan ciertas vocales y arrastran las erres para subrayar un concepto; de esos cuyos dedos se retuercen como si tuvieran vida propia más allá de sus decisiones.
Todas, señas particulares de un actor enorme. Un actor que, después de curtir varios años el Parakultural; después de haber formado aquel trío emblemático junto a Humberto Tortonese y el querible Batato; después de haber trabajado junto a Ricardo Bartís, Roberto Villanueva o Lucrecia Martel, vuelve al Teatro San Martín con otra puesta de Jorge Lavelli, que se estrenará a mediados del mes próximo. En esta oportunidad, después de "Mein Kampf, farsa", el desafío se llama "Rey Lear", de Shakespeare, en el mismo rol que hace poco dejó en pleno ensayo Alfredo Alcón porque sintió que no podía con él.
Y ahora, acá está él, en medio de uno de esos sillones bien de la década del setenta que están en uno de los halls del San Martín. "¿De qué vamos a hablar?", pregunta una vez, dos veces. Y pone una única condición: que la charla sea en un lugar abierto porque los sitios cerrados le dan fobia. Casi una paradoja para quien, en los ochenta, se subía a escenarios desvencijados ubicados en sótanos más desvencijados todavía que, para colmo, estaban llenos de gente enfervorizada. Pero así son las cosas.
Ya en con grabador encendido, lo primero que se le viene a la mente decir tiene el color de una confesión: "Tenía unas ganas de subirme a un escenario que me moría...".
-Sin embargo, en estos años rechazaste varios proyectos...
-Pero eran una cagada lo que me ofrecían... o cosas muy comerciales. Me ofrecieron eso de "Arturo Ui", pero no quise. Me parecía que era un color, una metáfora parecida a "Mein Kampf". En el medio, Laura Yusem me ofreció otra cosa.
-Y Daniel Veronese también...
-Con Veronese nos reuníamos para ver qué hacíamos. Entonces nos juntábamos, lo acompañaba a comer y yo lo veía comer, lo veía masticar... "¿Qué te gustaría hacer?", me preguntaba. "No sé, Dany...", le respondía. En algún momento hablamos con la Gambaro, me encanta ella, y le dijimos que queríamos hacer algo con Lady Macbeth.
-Lo que luego hizo Cristina Banegas.
-Claro. Pero Veronese quiso modernizar la obra y la Gambaro le dijo que no. Mientras tanto, yo seguí enganchando con Veronese, viéndolo comer, y la Banegas agarró a la Lady y se llevó todos los premios. Está bien. "Arturo Ui" no tenía ganas de hacerlo, aunque al principio dije que sí. Pero cuando quise arreglar plata, como no me pagaban nada, me fui.
Así comienza la charla que tranquilamente podría ser un monólogo teatral con un Urdapilleta reflexionando sobre el teatro, la gente que forma parte de esa familia y las condiciones de producción. Nada se salva de su punzante mirada lúcida.
Desde aquel trabajo en "Mein Kampf", por el cual ganó toda la estantería de premios que hay en el mercado, hizo cosas en televisión. "Cositas lindas o «Sol negro», que era una cagada; o «Tumberos», que estuvo bueno", apunta. También hizo cine con la gran Lucrecia Martel en "La niña santa". Sin embargo, extrañaba estar en un escenario, con todo el cuerpo vibrando "desde el pelo hasta el pie", como le gusta decir.
Y como el teatro lo puede, también anda con ganas de crear un espacio, algo que llama como el "poeticario". "Un lugar en donde se produzcan hechos poéticos, experimentos teatrales. Cuando me puse a buscar cosas para escribir un nuevo libro, aparecieron pequeñas obritas que están buenas. También tengo ganas de dirigir. Tengo ganas de eso: de teatro."
-En estos años vi en el interior una infinidad de puestas basadas en tu libro "Vagones transportan humo", o en "La moribunda". Siempre me llamaron la atención esos trabajos.
-Tengo como ochenta y tantas autorizaciones dadas por mail. Ahora ya la corté porque Argentores no te da nada, te curra en todo. Entonces me enojé y dije que no doy más derechos.
-Es llamativo, y quizá prejuicioso de mi parte, que en el interior hayan reparado en tu poética, que parece ser tan urbana.
-No te creas. En Jujuy me contaron que hay bandas de punks que te cortan con gilletes . No te creas que lo urbano es lo único loco, están toooodos locos. La gente está buscando...
-Y vos, ¿qué buscas?
-Mirá, yo busco hacer teatro. Y hacer "Rey Lear" con Jorge Lavelli ya es loco el proyecto. Venir a trabajar al San Martín con la parafernalia de trámites que hay que hacer, también es de locos. Pero es lo más coherente que me apareció. Trabajar con un director que realmente respetás significa agacharte y decir "soy tuyo, querido". En ese sentido, Lavelli es un directorazo más allá de que termine a las patadas con él o que lo ame. Salió esto y lo hago. Y hay mucha locura en todo esto. En la puesta no hay nada de columnas, de trajes; nada de eso.
-Explicá un poco.
-Es un espacio vacío casi beckettiano. Son seres, no es el rey de Inglaterra; ni siquiera tiene ochenta años. Claro que yo tengo mi interpretación de la cosa porque Lavelli no te transmite una mística de la idea que tiene. Va poniendo la obra y te vas enterando.
-¿Cual es tu interpretación?
-"Rey Lear" es como si fuera una metáfora sobre el ego. Lear es un rey egocéntrico, arbitrario, absolutista. Un rey que tiene un palacio en el que todo corresponde a su deseo. Y en un momento dado, como decide hacer algo justo, le sale mal un detalle y se le va todo abajo. Ahí inicia un camino de locura y conocimiento hasta llegar a entender cosas fundamentales de la vida como el amor, la solidaridad, la piedad. Cuando se le cae todo, empieza a ver. Y en el medio están los personajes de la corte y hay destierro, sangre y todo eso.
-¿Esa lectura es la que te permite conectar la obra con el hoy?
-Totalmente. Además tiene connotaciones sociales en todo: en empresarios, en presidentes o en vos y tu perro. Resuena.
Un rey sin atuendos
Verdad o leyenda, "Rey Lear" es una de esas obras que los actores esperan tener cierta edad para interpretar. Como si fuera el broche de una larga carrera. Si embargo, a Alejandro Urdapilleta le llegó cuando todavía no tiene la edad "adecuada" y, para colmo, fue todo un poco accidentado porque lo llamaron después de la renuncia de Alcón.
- ¿Cómo se resolvió todo eso?
-Accidentadamente. Pero para mí es una obra de teatro, no tengo esa cosa de hacer Shakespeare, Beckett, o Chejov. Al contrario, Chejov siempre me pareció un poco plomazo. No tengo esa visión del actor. Lo que me resuena a mí no es el bronce.
-Acá hay muchos prestigiosos dando vueltas: Shakespeare, Lavelli, Alcón...
-Sí. Como me dijo una tía vieja por teléfono: "Me contaron que Alcón te eligió como su sucesor". ¡Qué vaaaa! Como si todos quisiéramos llegar a ser como es Alcón (en realidad, yo creo que ni siquiera Alcón debe querer ser Alcón). Cada uno está en su camino. Pero lo único que sí quiero que se sepa es que la misma puesta y la misma versión que Alcón no quiso hacer es la que yo estoy haciendo. Digo esto para que cierta mentalidad no piense lo contrario. Acá no se cambió nada. Y como la puesta es rara y es moderna puede pensarse que se hicieron retoques, pero no. A mí me llamó Lavelli para hacer esta obra y la hago, listo. No tengo otras presiones. De otra manera no podría hacerla.
-Suena bien eso. Uno tiene que estar muy sanito para no hacerse cargo de ciertos paquetes ajenos.
-Sí... Acá hay actores que cuando dicen textos de Shakespeare lo encaran como si hacer Shakespeare fuera una forma que no sabés de dónde sacó.
Y pega un alarido. Un "¡Ohhh...!", solemne que resuena y rebota en las paredes de un palacio. Por si faltaran dudas, remata: "Yo no tengo eso".
-Vos no le tenés, pero hay muchos colegas que actúan como si fueran los "viudos" de Shakespeare.
-Claro. Un actor inglés podría tener ese trauma, pero nosotros, ¿por qué carajo lo vamos a tener? Uno encara al personaje de acuerdo con lo que es en sí mismo y a la visión del director, porque esto es lo que te pide Lavelli. A lo mejor a Alcón le pasó que no le haya gustado eso, andá a saber.
-Si seguimos con el recorrido de lo prestigioso, ¿cómo es trabajar en el San Martín?
-A mí todo esto me abruma. Debería ser un lugar lleno de grupos jóvenes y con el Estado produciéndoles las locuras..., eso no está. Está bueno estar adentro para verlo, pero qué voy a hacer. Yo tengo que trabajar, no tengo un peso. Me pasé cuatro años tomando fernet y no tengo un mango. Hago esto porque es Lavelli, porque es un personaje que me interesa y porque la propuesta es buena. No lo hago porque quiera treparme al bronce.
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