Pablo Echarri, Fernán Mirás y Mike Amigorena conforman el nuevo trío que dará vida nuevamente a uno de los espectáculos más exitosos de la escena nacional, escrito por Yasmina Reza
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Sergio, un apasionado del arte moderno, adquiere por una cifra astronómica un extraño cuadro del maestro Antrios, consistente en una mera tela blanca. Sus amigos Iván y Marcos intentan hacerle comprender que sobre el lienzo no hay nada, pero Sergio se obstina en percibir en él una obra maestra del arte abstracto. La discusión sobre el significado del arte pondrá en peligro la amistad entre los tres y dejará al descubierto diferencias más profundas que las estéticas. Así, palabras más, palabras menos, podría sintetizarse la trama de Art, la comedia de la dramaturga francesa Yasmina Reza que desde su estreno en 1994 en París no paró de sumar versiones alrededor del mundo, cosechar premios, y alentar diversas lecturas.
En Buenos Aires, Art se estrenó en 1998, en concordancia con Nueva York y Madrid. Su desembarco fue en el teatro Blanca Podestá (hoy Multiteatro), producida por Gustavo Levit, dirigida por el inglés Mick Gordon y protagonizada por Oscar Martínez, Ricardo Darín y Germán Palacios, en los papeles de Marcos, Iván y Sergio, respectivamente. Fue tal el suceso que permaneció cinco años en cartel (el último en el Regina), hizo una gira por todo el país (en la cual Luis Brandoni reemplazó a Oscar Martínez) y, tras 1.100 representaciones y más de un millón de espectadores, cruzó el océano Atlántico y realizó dos temporadas en España (en 2003 y 2005). En el verano de 2008 recaló en el teatro América de Mar del Plata y en el 2010 subió por última vez a escena, esta vez en el teatro Tabarís (hoy Multitabarís) y con José Luis Mazza como Marcos. En total fueron 12 años de éxito casi ininterrumpidos, que convirtieron al espectáculo en uno de los más convocantes de toda la historia del teatro nacional.
Ahora la obra de Reza vuelve a la avenida Corrientes y al mismo predio teatral donde culminó su recorrido triunfal la década pasada: el complejo Multitabarís. Pero con otro productor (el dueño de sala, Carlos Rottemberg) y dirigida por dos de sus protagonistas originales: Ricardo Darín y Germán Palacios. Los actores elegidos minuciosamente para dar vida esta vez a los amigos en conflicto son Pablo Echarri, Fernán Mirás y Mike Amigorena, tres intérpretes populares, con trayectorias disímiles y “muchas expectativas artísticas y comerciales” en un espectáculo que, ya se sabe, debutará el viernes próximo con el cartel de “No hay más localidades”.
–¿Habían visto la obra en alguna temporada? ¿En cuál? ¿Qué les había parecido?
Fernán Mirás: –Yo la vi varias veces, la primera en cuanto se estrenó. Es una obra que siempre me gustó. Me acuerdo que cada vez que buscábamos una pieza para hacer con un productor en algún momento saltaba: “¿leíste esta obra? Bueno, no es Art” (risas). Y seguíamos buscando nomás. Es como si Art fuera el paradigma de la obra cómica y profunda del teatro comercial. Después, cuando estaba en Nueva York trabajando, tuve un bache y decidí meterme en un teatro. ¿Y qué fue lo único que encontré para ver ese día? La versión norteamericana de Art, con Alan Alda, Alfred Molina y Victor Garber. No pude parar de llorar durante toda la función. Y me pregunté: “¿qué me pasa con esta obra?” Evidentemente me conmueve cómo trata el tema de la amistad.
Mike Amigorena: –Yo la vi cuando era bastante chico, en el Regina. Ahora recién tengo la madurez para poder abordarla y sentir lo que dice Fernán, pero en aquel momento no me pasó nada. La fui a ver porque estaba de moda o para ver qué hacía Darín. Eran los años 90 y el teatro no me mataba. Ahora me doy cuenta de que la obra habla de los vínculos, no de un cuadro; muestra la matriz de las relaciones humanas, las que podés entablar con tu familia, con los amigos, con tu esposa, y está el tema de la aceptación, el de ponerse en el lugar del otro. Por eso Art es una obra súper actual, hasta en un tramo se menciona la palabra deconstrucción. En el fondo Art no habla de arte, es más, ¡no sé por qué se llama así! (risas). ¿Tal vez porque trata sobre el arte de las relaciones humanas?
Pablo Echarri: –Yo vi la última versión, con José Luis Mazza (en lugar de Oscar Martínez), en la temporada despedida, en el Tabarís. Era imposible perderse Art en esa época. No verla era quedar afuera de un hecho artístico-cultural y pagar sus consecuencias: en principio no poder compartir y discutir la obra con la gran cantidad de público que la vio a lo largo de 12 años, porque no nos olvidemos que Art fue uno de los mayores sucesos de la historia del teatro argentino. En Art veo lo mismo que mis compañeros, una gran profundidad y una discusión sobre un cuadro como excusa para debatir los vínculos humanos. Todo esto a través de la fineza de un texto escrito por una mujer, que presenta a tres hombres absolutamente distantes del paradigma del macho. Los hace discutir exclusivamente sus vínculos, con un nivel de detalle increíble, pero no pone en primer plano ninguna característica de género. Eso me parece que es uno de los mayores valores de la obra.
–¿Pudieron elegir los papeles?
P.E: –Yo fui el último en sumarme al proyecto. Así que no, no pude elegir el papel. Fue algo que nunca me había pasado. Pero no me importó. La propuesta era tan singular y atractiva, desde compartir escenario con Fernán y Mike a ser dirigido por Ricardo y Germán, que nunca hubiera dicho que no. Y de alguna manera eso estuvo muy bueno: fue liberarme de la elección, del pensar qué personaje me podría cuadrar a mí o no. Cuando acepté me entregué a lo que ellos pensaban. De todos modos había dos personajes que no los tenían completamente definidos en materia de casting, debí esperar hasta que se pusieran de acuerdo y me adjudicaran uno.
F.M: –Hubo un momento que nuestros dos personajes podíamos hacerlos indistintamente el uno o el otro, y ellos no estaban seguros. Y yo les decía: “el que quieran muchachos, el que quieran” (risas). Sí sabíamos que Mike iba a hacer el otro personaje.
P.E: –Es que Mike es Sergio de acá a la China (risas).
M.A: –Pero yo no lo elegí, ¿eh? Creo que el personaje me eligió a mí. Fue algo mágico. Yo creo en eso de que en el camino del actor uno no va eligiendo qué hacer. Los personajes nos vienen a buscar. Y en esta etapa de madurez Sergio me convocó con muchísima fuerza.
F.M: –Mike hace el personaje que hacía Germán (Palacios), Pablo el que interpretaba Oscar (Martínez) y yo el que llevaba adelante Ricardo (Darín).
–¿Cómo definen a sus personajes?
P.E: –Marcos es el conservador del grupo, un tipo estructurado. Un ingeniero aeronáutico con un nivel de rigidez de pensamiento supino, que ve la vida sólo a través de su propio cristal y con su verba filosa de bisturí denigra a todo aquel ser humano que piense lo contrario. El tema es que Marcos se encuentra con su amigo Sergio que gasta una fortuna en un cuadro blanco y eso es un disparador magnífico para hablar de sus diferencias. Aparentemente la historia habla de esas diferencias, pero luego, de a poco, ellos se van sumergiendo en cuestiones que tienen que ver con la relación y, bueno, ya el cuadro blanco termina siendo una excusa para discutir su vínculo.
M.A: –El cuadro blanco es sólo el motor que inicia la polémica. Mi personaje, Sergio, dermatólogo, es una persona moderna que tiene ciertas ínfulas. Es un tipo separado, que se cansó de la rutina y quiere dedicarse a lo que más le gusta: integrar el ambiente de las artes plásticas, comprar obras y asistir a exposiciones. Es culto y, a diferencia de Marcos, más pluralista, más liviano a la hora de la comprensión y de ponerse en el lugar del otro.
–¿El tuyo, Fernán, es el rol del mediador?
F.M: –Exacto. Ellos van entrando en una polémica cada vez mayor sobre el cuadro blanco y yo no tomo partido por ninguno, lo cual me genera problemas porque cada uno de ellos quiere que esté de acuerdo con su postura. Por otro lado él queda afuera de la discusión sobre cuestiones artísticas porque no tiene la menor idea de lo que están hablando, los problemas de Iván son mucho más mundanos y simples. Por ejemplo, como se está por casar en 15 días lo único que le preocupa son las invitaciones. Y para el nivel de discusión de ellos mis problemas no tienen ninguna importancia. Es el que queda en el medio de estos dos amigos y paga un precio por ello.
M.A: –Pero Iván es el imprescindible del trío. El que mantiene el delicado equilibrio.
–Art también habla sobre el cambio en las relaciones, sobre todo en las más duraderas.
P.E: –Creo que hay algo que es reconocible en cualquier grupo de amigos o en cualquier relación humana, que tiene que ver con los cambios que van llevando adelante los integrantes de esos grupos. Los años hacen que uno vaya mutando y en Art se habla del cambio puntual que hacen algunos integrantes a contraposición de quienes no cambian nada o creen que siguen siendo las mismas personas de antes. Se podría hablar de un cuadro como de un coche o un equipo de fútbol, pero lo que se pone sobre la mesa en Art es la transformación que sufre la amistad a partir del cambio que sufre cada uno de los integrantes. Eso es a veces difícil de tolerar para quien cree que no cambia. Sergio empieza a expresarse de una manera muy llana, con menos restricciones y empieza a ser quien realmente quiere ser, y Marcos no lo soporta, porque, intuye, que esto devendrá en un cambio muy profundo en el trío. Iván hace todos los malabares posibles para que eso no destruya la amistad.
–¿Se podría pensar que lo que muestra Art en un microcosmos, como es este trío de amigos, es el reflejo de lo que ocurre en otros estamentos de la sociedad?
P.E: –Sí. Uno lo que busca en la discusión y en la exposición del punto de vista es ganar la parada, es triunfar. Tal vez esto sea una mirada infantil de la discusión, cuando uno crece intuye que debe generar un nivel de tolerancia para poder dar lugar al pensamiento del otro. De todas formas el esfuerzo que hay que hacer para que uno no quiera matar la idea del otro es muy fuerte, es un trabajo muy profundo. Eso está propuesto en la obra en una forma muy cruda.
–Siguiendo esa línea de pensamiento, el reestreno de Art en este momento tan especial de la Argentina, donde abundan las inquinas de todo tipo y hay poca predisposición entre los polos opuestos para generar consensos, ¿podría ser tomado como una postura política o una declaración de principios? Es más, ¿confían en el efecto “conciliador” de la obra?
F.M: –Yo no sé si tengo tanta ambición de pensar que una obra pueda modificar la sociedad. Pero se puede hacer esa lectura y hasta encontrar una metáfora en todo esto. Yo recuerdo, por ejemplo, que cuando se estrenó la película Darse cuenta, que fue un exitazo de Alejandro Doria [en 1984], hubo algunas especulaciones dentro del medio del cine, tipo: “acá funcionó una metáfora de la recuperación democrática”. Eso puede pasar o no, a mí me cuesta mucho pensar en eso. Hoy lo único en lo que puedo pensar es en estrenar la obra y en no olvidarme la letra (risas). Yo siento a Art más vinculado con lo humano que con lo social. Recuerdo claramente el momento en que, en mi adolescencia, descubrí que no todos pensaban como yo. Hasta ese momento para mí eso era inimaginable. El tema es si eso te sigue sucediendo de adulto…
P.E: –De todas formas el teatro siempre debería ayudar a esas discusiones, para eso se ha creado el arte, para eso existe, para ayudar a reflexionar al ser humano, fundamentalmente sobre las posturas rígidas. Y a entender que, más allá de los pensamientos y los sentimientos opuestos, pueden haber puntos en común. No vamos a “spoilear” el final de la obra, pero es muy interesante el recorrido que hace Art hasta llegar a una conclusión muy particular.
–Justamente por el final de la obra se podría interpretar el reestreno de Art como un aporte democrático a lo que sucede hoy en el país.
P.E: –No sé si eso será fácil de descubrir para el espectador. Como dijo Fernán, cuando el público venga a ver Art va a estar asistiendo a un conflicto más humano, no sé si va a llegar a percibir que también en materia de política las diferencias se instalan desde el mismo lugar. Pero como el arte, una vez que uno lo consume, lo aprecia, termina resonando, y creo que Art es una pieza que puede ayudar a tratar de interpretar que más allá de seguir defendiendo tu punto de vista uno puede aceptar el del otro, dicho esto tanto a nivel personal como social.
F.M: –Como dije, mi ambición es más módica. Pero indudablemente la obra habla de la tolerancia y la intolerancia. Y, en ese sentido, la obra puede resonar más allá de las puertas del teatro y sumar un granito de arena a favor del entendimiento general.
M.A: –Yo soy de usar mucho el sentido común. Por eso me parece absurdo que estemos en 2021 en esta situación que se vive en la Argentina. Me cuesta entender que no haya un mediador que diga: “bueno, flaco, si vos sos de River y vos de Boca, tenemos que hacer un campeonato y que gane el mejor”. Luego, el que gana no tiene por qué herir al que pierde. Para mí todo es más fácil de resolver. Cuando la gente vea Art va a comprobar que la salida está al alcance de la mano…
–Treinta años atrás, Oscar Martínez definió a Art como “una obra sobre la posesividad en la amistad”. Hasta ese momento la amistad, de esa manera, sólo había sido tratada en textos sobre mujeres, nunca sobre hombres.
F.M: –Eso es lo que más me sorprendió de la obra, la manera en que registra la amistad masculina. En general se habla de la amistad entre hombres con otros colores, se habla de los amigos que comen pizza y comparten la pasión por el fútbol. Es que en general la amistad masculina es más parca, porque tenemos más vergüenza de expresarnos. Los hombres somos muy de “eh, te quiero, boludo”. Lo que sorprende es que haya sido una mujer, la autora, la que se mete con todo en ese mundo y lo desnuda, como si formara parte de él, y que con su agudeza llegue a lugares a los que difícilmente unos hombres en un asado llegarían.
–La obra data de 1994. ¿Cuánto ha variado la amistad entre hombres en todo este tiempo? ¿Hoy las relaciones son más abiertas y francas? ¿Ha habido una evolución o sigue predominando la reserva de los sentimientos, como en Art?
P.E: –Me parece que las nuevas generaciones vienen con ciertas características especiales, con eso de poner los problemas sobre la mesa de una forma mucho más natural; vienen con menos miedo de exponer su punto de vista y por ende de aceptar el del otro. Con esto no quiero decir que no haya discusiones álgidas. Creo que es de otras generaciones, y seguramente de la nuestra también, eso de que por no caer mal, se oculta y se guarda bajo la alfombra cosas que después, con el tiempo, devienen en tsunamis difíciles de manejar. En ese sentido, creo que nuestros hijos vienen a ayudarnos y a enseñarnos un poco el valor de exponer el punto de vista sin perder el control.
M.A: –Sí, los jóvenes son el antídoto contra la intolerancia. Mi hija (Miel, de un año y medio) ya viene con un número binario, hay algo que tiene que no teníamos nosotros desde el vamos: el poder de la aceptación y de abrazar lo que es diferente a uno, de abordar lo distinto y no cerrarle la puerta.
–Fernán: vos trabajaste en las otras dos obras de Yasmina Reza que se estrenaron en Buenos Aires: Tres versiones de la vida y Un dios salvaje. ¿Qué opinás del estilo teatral de la autora? ¿Encontrás un punto en común entre las tres piezas?
F.M: –¡Ya me había olvidado! A mí me resulta particular que sean bastante diferentes las tres, en cuanto al material como al nivel. Lo que recuerdo como espectador en Art no siempre lo encontré en las otras dos piezas. Un dios salvaje tiene algunos tramos tan buenos como Art, pero Tres versiones de la vida, según la misma Reza, tiene un tercer acto que está mal. Art es dudas su obra más lograda, es muy impresionante. Y además posee una suerte de síntesis que no tienen las otras obras, como si hubiera depurado su estilo en Art, lo cual es paradójico, porque la escribió antes que a las otras dos. Haciendo la obra te das cuenta más claramente que no tiene nada de más. Es una pieza que cuando se iba a hacer por primera vez varios actores la rechazaron; porque, leída, no te produce lo mismo que cuando la transitás como actor o la ves como espectador. Al leerla, simplemente, te da la sensación que la autora se está desviando, apartándose del conflicto, como si se tratara de un error de construcción, y de golpe te das cuenta de que no, que lo hace por tal o cual cosa. En fin, Art es una obra muy redonda.
M.A: –A mí nunca me había pasado algo así, excepto con algo de Shakespeare, donde ves que el tipo te genera un universo maravilloso y cada palabra tiene un peso. Nunca había pasado por la experiencia de abordar un texto así en español, y en donde nada está de más, que es en lo que hacen hincapié siempre Ricardo y Germán. Ni los puntos suspensivos están puestos por qué sí, toda la puntuación y la gramática habla de la perfección de narrativa de Art.
F.M: –Art es una obra muy compacta y, a la vez, respira con el humor en momentos inesperados. Es de un equilibrio muy notable. Creo que Yasmina Reza es uno de los mejores autores contemporáneos, junto con Neil LaBute, del que hice también un par de obras. Y Art es su obra maestra.
–¿Les pesan las posibles comparaciones con el elenco original, es decir, con Oscar Martínez, Ricardo Darín y Germán Palacios?
M.A: –¡Ni me los nombres! (risas).
P.E: –¡Porque nos pesan profundamente! (risas). Ahora hablando en serio, es difícil no trazar paralelismos. Tratamos de obviar esa realidad, aunque pienso bastante en eso. Pero tenemos de donde agarrarnos para suponer que estaremos bien: partimos de una pieza teatral de excelencia, contamos con dos directores que conocen al detalle la obra y nosotros nos llevamos muy bien. Creo que estamos arribando a una versión muy sólida, diferente tal vez en ritmos y en energías a la de Oscar, Ricardo y Germán, ya que eso siempre depende de los actores de cada puesta. Lo que vale en este momento, a días del estreno, es impulsar con seguridad nuestra propia versión y, luego, que el universo tome lo que quiera.
Agradecimiento: Alvear Icon Hotel
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