Luis Rodríguez Echeverría es venezolano, tiene 23 años y en la Argentina hoy cumple el sueño que su país y los Estados Unidos le negaron: ser estrella de teatro y darle vida a un personaje amado por generaciones
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La historia de Luis Rodríguez Echeverría podría ser la de cualquier joven actor que aspira a forjarse una carrera, sólo que es también la de todo inmigrante que llega a una nueva tierra con deseos de libertad y esperanzas por cumplir un sueño. Hoy, con solo 23 años y una historia de vida que conoce más de un desarraigo, es el protagonista de El Principito –el musical que acaba de desembarcar en la Avenida Corrientes–, un papel con el que, asegura, toca el cielo con las manos.
“Aún no lo puedo creer. Desde que llegué a este país, hace seis años, me presenté a un montón de castings y no quedé en ninguno”, se sincera ante LA NACION esta flamante revelación teatral. “En el que más cerca estuve fue el de Rent, hice pruebas hasta el final, pero finalmente eligieron a otros intérpretes”. La experiencia, sin embargo, fue positiva; en ese tránsito lo conoció una productora que luego pensó en él para dar vida a la famosa criatura de Antoine de Saint-Exupéry. La prueba decisiva (y final de la ardua selección entre cientos de candidatos) fue una escena junto con Juan Carlos Baglietto (que hoy estelariza la puesta en el Teatro Ópera, interpretando a El piloto, el alter ego del escritor francés). “La comunicación entre los dos fue inmediata, y la emoción también. Al toque me dijeron que sí y me mandaron a la peluquería a teñirme las raíces”, revela con humor.
Luis nació en Caracas. Allí asistió a un colegio bilingüe, empezó a estudiar teatro y a fantasear con un futuro dedicado a la actuación. De hecho, llegó a participar en varias publicidades infantiles y en algunas obras de teatro. Pero a los 15 años su madre tomó una decisión que cambió sus vidas para siempre. “Nos fuimos de Venezuela por cuestiones político-sociales. Mi mamá sufría mucho la situación del país y yo quería ser artista, algo muy complicado de lograr allí pues casi se lo considera como un tabú, así que ambos optamos por irnos a los Estados Unidos, en busca de una nueva oportunidad”. El destino inicial fue Weston, en Florida, y para proseguir con sus estudios artísticos (en un secundario público especializado en teatro musical, el Dillard) tenía que viajar todos los días hasta Fort Lauderdale, dos horas de ida y dos horas de vuelta. “Al principio el cambio fue tan doloroso como esperanzador”, cuenta Luis. “No tenía amigos y extrañaba mucho a mi papá, que se había quedado en Venezuela, pero logré participar en muchos musicales”. Y cuando dice muchos se refiere, por ejemplo, a las versiones amateur de Hairspray, Sister Act, The Addams Family y Smokey Joe´s Cafe, entre otros títulos.
El viaje al sur
Pero ese período de formación y de esperanza en los Estados Unidos duró poco: tres años. “Tuvimos que volver a irnos y esta vez no fue por decisión propia. Mi madre había logrado ingresar al país con una visa de trabajo, pero cuando asumió Donald Trump la cuestión inmigratoria se puso muy difícil y todos los acuerdos se cayeron”. Para madre e hijo, la opción más racional fue emigrar nuevamente y empezar de cero en otro país.
El destino elegido esta vez fue la Argentina. ¿Por qué? “Porque aquí reciben a los inmigrantes con los brazos abiertos. Todos los venezolanos nos sentimos muy bienvenidos, adoptados y queridos. Por eso estamos como en casa”, expresa. En cuanto llegó tuvo que retomar la secundaria (porque no coincidían los planes de estudio y años académicos de Venezuela y los Estados Unidos con los locales) “y adaptarme lo más rápido posible a la ciudad y la cultura porteña, ya que aquí prácticamente no conocíamos a nadie”. Todo mejoró cuando dio con un representante de actores y empezó a asistir a castings. Hasta la llegada de El Principito sólo había logrado pequeñas participaciones en las series Los protectores y Planners.
“Yo creo mucho en la sincronía y en que estaba predestinado a ser El Principito”, comenta, sobre el personaje que hoy le ofrece visibilidad en la imponente cartelera teatral porteña. “De hecho lo iba a encarnar en otra producción, en 2021. Ahora la vida y la profesión me dieron revancha. Todo el mundo, desde chiquito, me llama El Principito. Soy rubio, de ojos azules y vivo en mi mundo de fantasías. Así que…”, agrega.
Luis cuenta que el hecho de ser nativo de otro país le quitó presión a la hora de los ensayos. “No conocía a nadie, así que ninguno de mis compañeros, en principio, me intimidó. Pero, claro, cuando en el último día del casting Juan Carlos cantó su canción, me hizo llorar. Ahí me di cuenta que estaba junto a un grande. Primero lo conocí como ser humano, no como la gran figura del espectáculo que es. Recién después me fui enterando de todo. Lo mismo me sucedió con Flor Otero, con Walas, con Zaina y el resto del elenco”. Con Baglietto, incluso, ahora mantiene una relación casi filial. “Él es muy sabio y muy amistoso. Cada vez que encontramos la oportunidad, hablamos muchísimo y hasta hemos ido a comer afuera. Me cuenta muchas historias de su vida y esa es la forma más increíble de recibir conocimientos. Juan Carlos es un encanto, está todo el tiempo cuidándome, alabando mis logros y conteniéndome. En fin, es como un padre”, afirma.
Por último, Luis asegura que toda su historia de viajes, mudanzas y desarraigos lo ayudó a la hora de comprender y encarnar al Principito. “En esta obra puedo canalizar mucho de mi historia, la de un inmigrante que fue detrás de sus sueños, explorando distintos mundos, al igual que El Principito lo hace, de planeta en planeta. Yo, como él, hacemos todo desde la inocencia. Es un orgullo interpretar a un ser tan puro, en el que tantos niños, adolescentes y adultos se vieron reflejados. Creo que hoy el mundo necesita al Principito más que nunca”. En plan de sueños, el actor se despide poniendo en voz alta un deseo: “Seguir trabajando en musicales y que se me abran las puertas para compartir con todos mi proyecto de música indie folk”.
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