La vieja sala se abrió hace 143 años y fue demolido en 1958, en el terreno en donde funcionó una playa de estacionamiento el cineasta construyó este nuevo e imponente teatro con capacidad para 705 espectadores y un costo de inversión de 5 millones de dólares, que se inaugurará en unas semanas
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En el nuevo teatro Politeama todavía no hay actores ni público ni aplausos. Los protagonistas de este momento son unos 200 profesionales, arquitectos, montajistas y obreros de la construcción que están trabajando a todo ritmo para que el viernes 17 se inaugure este nueva sala con La verdad, la obra que protagonizarán en su nueva versión Candela Vetrano, Mery del Cerro, Agustín “Cachete” Sierra y Tomás Fonzi. En 1879, en este enorme terreno que da hacia la avenida Corrientes y a la calle Paraná, se inauguró el viejo teatro Politeama. Esa noche hubo un gran baile al que habría asistido Domingo Faustino Sarmiento, en su carácter de presidente de la Nación. Con el paso del tiempo, aquella sala impresionante por sus dimensiones y por los artistas que pasaron por allí tuvo varias reconversiones, sobrevivió a la ampliación de la avenida Corrientes y terminó demolida en 1958. A partir de aquel momento, se convirtió en una playa de estacionamiento. A 143 años de aquella noche de fiesta inaugural y a 64 años de su desaparición, un nuevo teatro Politeama reaparece.
Detrás de todo este nuevo desafío está el prestigioso director de cine y de teatro Juan José Campanella. “Recuperar el esplendor del pasado para proyectarnos hacia el futuro”, suelen decir en la productora 100 Bares, que preside. En eso están en estos momentos: imaginando lo que vendrá mientras están pendientes de dejar a cada rincón en su mejor forma para el disfrute del teatro, de la música, de los espectáculos infantiles o de los shows que volverán a vibrar en un terreno cargado de historias.
Ahora mismo, en la sala que se abrirá en pocas semanas, hay unas 705 butacas de paños rojos embaladas a la espera de ser ubicadas en la imponente platea y en su pullman. Así, distribuidas en este inmenso espacio, parece una gran instalación de las artes visuales. Pero no, es un teatro y ayer fue la primera vez que parte del elenco visitó el lugar cuyos protagonistas, por ahora, no son los actores. Circulaba el chiste interno de que el primer público que tuvieron estuvo compuesto por butacas (coquetos asientos comprados en Colombia). En cierto modo, fue el primer cartel “no hay más localidades” de este nuevo Politeama.
En lo que será el hall de entrada, que da hacia Paraná, los operarios están trabajando a contrarreloj. En uno de los laterales funcionará un restaurant y un salón VIP. En el opuesto, se ubicarán grandes cartelerías como parte de un diseño que pretende articular el lujo con la austeridad. Bajo el escenario están los camarines, dos de ellos en suite. Por ahora no están los famosos espejos, pero ya llegarán. Habrá otra entrada hacia Corrientes en donde allí también se instalará una boletería y una gran marquesina sobre esa imponente torre vidriada de 30 pisos proyectada por el Estudio BMA, que está en ese sector del terreno por donde se ingresaba al antiguo Politeama.
Su demolición generó tanta polémica y críticas que, al año siguiente, se sancionó la ley nacional 14.800, que establece que en caso de demolerse un teatro, el nuevo proyecto de construcción debe incluir obligatoriamente una sala de características similares a la anterior. A partir de ese momento hubo varios emprendimientos inmobiliarios con nombres aspiracionales que no prosperaron. Uno de ellos pasó a la acción. Claro, para cumplir con lo que establece la ley, la torre necesita de un teatro. Ahí fue cuando apareció Campanella. No solamente él sino sus socios de la productora 100 Bares, los mismos que ganaron un Oscar en 2010 por la película El secreto de sus ojos, y que hicieron tantas otras películas, series, documentales y obras de teatro. En 2015, Campanella junto a Camilo Antolini, Martino Zaidelis y Muriel Cabeza, sus socios, empezaron a barajar la idea de un teatro propio. Venían de la experiencia de producir las obras de teatro Parque Lezama y ¿Qué hacemos con Walter?, que dirigió Campanella. Así fue como tomaron contacto con el proyecto que se estaba levantando acá mismo. La torre estaba ya avanzada, pero el sector del teatro era un terreno vacío.
Campanella se fue con el arquitecto Ariel Aidelman a Broadway. Más que a mirar espectáculos fueron a observar salas, teatros. Por las dimensiones de la sala, comenta el cineasta Camilo Antolini durante la recorrida por este gigante en pleno proceso de montaje, el Politeama sería algo así como el American Airlines, una histórica sala de la calle 42 de Nueva York que fue puesta a punto en 2000. Hasta que llegaron estos señores de 100 Bares, en los planes originales la sala iba a tener otra ubicación en relación con Paraná, pero luego de dar vueltas y vueltas por los teatros de Nueva York decidieron dar vuelta al emplazamiento de la sala a la cual, próximamente, el público ingresará teniendo de fondo al gran escenario. Claro, detalle anterior que no debe pasarse por alto, ya habían comprado el terreno. Teniendo en claro lo que imaginaban, elevaron el piso del escenario de 130 metros cuadrados para poder ubicar abajo al foso de la orquesta y la maquinaria que permita subir escenografías o intérpretes hasta el mismo escenario. El techo de la sala es como una gran parrilla de luces desde donde se pueden colgar focos lumínicos. El escenario tiene 7 metros de profundidad, 14 de ancho y 12 de altura. Desde su piso hasta las parrillas internas de luces y escenografías hay 24 metros. En total, el nuevo teatro cuenta con 2750 metros cuadrados. El martes pasado, Juan José Campanella llegó a Buenos Aires y lo primero que hizo fue trasladarse a la sala mientras los operarios estaban montando las butacas de la platea. Y, claro, hubo foto.
Con la apertura del Politeama, la ciudad de Buenos Aires sumará una gran sala de teatro comercial a su notable cartelera. Emprendimientos similares remiten a la década del 80, cuando se construyó el Paseo La Plaza o la nueva versión del teatro Astros, que se abrió en 2011. Claro que, como signos de los tiempos que corren, los constructores de esta nueva sala contaron con una tecnología de punta para logar una acústica de la que se sienten orgullosos.
En medio de este complejo proceso surgió un detalle que no estaba en los planes de nadie: la pandemia. De hecho, el mismo Campanella le había comentado a LA NACION en 2019 que la apertura se iba a realizar al año siguiente. Obviamente, no fue así. Entre otros tantos problemas que generó el coronavirus, el plan de negocios del Politeama estalló. Así fue que se lo pasaron pagando cuotas de los créditos otorgados por el Banco Ciudad y Nación sin que entrara un billete por venta de entradas. Dicho de otro modo, como comenta Camilo Antolini, quemaron lo ahorrado. “Todo el mundo nos dice que estamos locos, pero se alegran por lo que hicimos”, agrega con cara de contento, con expresión de un chico con su juego nuevo o, en verdad, con una gran juguetería nueva llena de todos los chiches imaginables. El chiche, el desafío, la apuesta, la ilusión implicó una inversión de cinco millones de dólares. “En un momento estábamos por la mitad de todo sin saber si lo íbamos a poder terminar por el desfase financiero. Tuvimos que hablar con los bancos nuevamente. Ahora, quizá nos fundimos; pero lo terminamos”, apunta, con el alivio de saber que está a semanas de terminar una etapa crítica de todo este proceso que, desde otra perspectiva, recién comenzará con el estreno de la obra La verdad, pero que ya tiene previsto un recital de Lali Espósito para el mes próximo, una conferencia del cineasta Martin Scorsese que tendrá lugar en noviembre y la presentación del chelista croata Stjepan Hauser, en febrero.
“No salimos con una obra nuestra porque tenemos puestos todos los cañones en la construcción, no hubiéramos podido encararla –apunta Camilo Antolini con su casco puesto como medida preventiva mientras muestra la sala–. El Politeama tendrá un poco la línea de nuestra productora: la de generar propuestas populares de calidad. La sala, por su ubicación como por su capacidad, es un teatro comercial. Nos habían traído proyectos para montar un teatro en Palermo como en otras zonas y nosotros entendemos que el teatro comercial es en la avenida Corrientes”. A los nombres ya confirmados imaginan espectáculos infantiles, grandes shows de música, y obras de teatro como comedias musicales. También eventos empresariales asociados con el edificio que da sobre la avenida Corrientes, aprovechando la sinergia que se pueda generar la sala con el futuro restaurante que estará ubicado en el último piso de la torre, el otro emprendimiento gastronómico que estará en la entrada del Politeama y el beneficio que implica tener cocheras propias en la misma mole de cemento vidriada.
La prehistoria de una sala con muchas historias
El nuevo Politeama inevitablemente remite al viejo Politeama y su importancia en el desarrollo del teatro argentino (lo cual no es ninguna exageración). En 1828, en la quinta de la familia Zamudio, una extensión de campo que solía inundarse, se inauguró el Vaushall o Parque Argentino, que era frecuentado por la clase alta de la aldea colonial que acudía a ver espectáculos al aire libre. Así escrito, la quinta en cuestión suena a una locación lejana, distante de las luces del centro. Pero no; su amplia extensión llegaba a la actual esquina de Corrientes y Paraná. Además de los amplios jardines, existía un salón de baile, un pequeño teatro de verano y un espacioso circo de equitación.
Según se cuenta en el libro Los productores, varias décadas después, por poca plata, el empresario teatral César Ciacchi le alquiló a la familia Zamudio parte del terreno que lindaba con una incipiente calle Corrientes. En ese lote se instaló una carpa de circo que se llamó Arena. El circo atrajo a la zona a artistas, bohemios e inmigrantes italianos. Ciacchi quiso construir un teatro. Para eso, cual influencer, armó una sociedad para conseguir donaciones. Lo logró. El teatro Politeama se inauguró el 31 de enero de 1879 con un gran baile. Entre los presentes, así lo aseguran algunas crónicas, estuvo Domingo Faustino Sarmiento, quien tenía su despacho en la Casa Rosada. Pero la noche de glamour duró poco: al día siguiente una tormenta de verano le voló la pared del escenario y parte del techo.
El tal Ciacchi fue por más. En 1883 reformuló el espacio transformándolo en un teatro lírico que salió a competir con el teatro Ópera, ubicado del otro lado del Obelisco, inaugurado en 1872 y que difiere del actual que se inauguró en 1935. Con 3500 localidades, el Politeama tenía la posibilidad de usarse en formato circo, para lo cual se desmantelaba la platea y se formaba un picadero. A veces, se nivelaba la platea para finalidades sociales, como ser bailes y eventos de la más variada especie. Su salida hacia Paraná le permitía la fácil entrada de decorados y animales por ese sector.
Aunque en su génesis el Politeama estuvo dedicado a la lírica se transformó en el teatro dramático más importante de la ciudad. Dos divas legendarias actuaron allí: la italiana Eleonora Duce y la francesa Sarah Bernhardt (quien llegó por primera vez a Buenos Aires, en 1886, con La dama de las camelias). Pero entre las divas europeas, los integrantes de la familia Podestá, los más claros exponentes del circo criollo, marcaron la historia de la sala. Se cuenta que en 1884 el boletero del Politeama convenció al escritor gauchesco Eduardo Gutiérrez llevar a escena su obra Juan Moreira en forma de pantomima y, de paso, le sugirió que el protagonista debía ser Pepe Podestá (uno de los cinco hermanos uruguayos que conformaban el clan). La sugerencia dio resultado. Contra todos los pronósticos, Juan Moreira fue un éxito y marcó un hito en la historia del teatro argentino. Desde aquel año, la familia Podestá presentó varias obras en el Politeama.
Volvamos a Ciacchi. En 1898 se le venció la concesión y el terreno volvió a manos de los Zamudio. Algunos miembros de la familia querían tirarlo abajo para hacer una casa de rentas (cualquier coincidencia con la actualidad es pura coincidencia). Otros querían seguir con la actividad teatral. Por suerte, se impusieron los segundos. En 1936 vino el ensanche de la calle Corrientes mientras que, por debajo, hacía cinco años que funcionaba la línea B del subte. La transformación no paraba, como suena en la actualidad. El nuevo Politeama, con fachada ahora de ladrillos rojos, se le encargó al arquitecto Alejo Luis Pazos, el mismo que había diseñado el cine Ocean Rex, en Mar del Plata. Pasó de 3500 espectadores a mil butacas.
En 1958, el viejo/nuevo Politeama fue, sencilla y brutalmente, destruido ante el asombro, la protesta y la indignación de la comunidad teatral y cultural porteña. Pero, en perspectiva, a ese hecho le debemos una marca legal fundamental para la preservación de las salas teatrales: la ley 14.800. Promulgada en enero de 1959, la norma indica que cuando se demuele un teatro el propietario tiene la obligación de construir otro de características semejantes en su lugar. Es cierto, no siempre se ha cumplido, pero es ley. Y gracias a ella existe esta nueva versión (la tercera o la cuarta, según como se cuente esta historia) del Politeama by Campanella y sus socios de los 100 Bares.
La inminente inauguración de este imponente teatro sucede en un momento muy particular del circuito del teatro comercial porteño luego de su etapa más crítica debido a la pandemia. Mientras este gigante va tomando forma hay otras salas vecinas que vienen de transformarse o están en proceso de hacerlo. Del primer lote, ya reabrieron el teatro Astros, una sala que ha tenido infinidad de etapas; el Regina. otra sala histórica ubicada en un edificio de valor patrimonial; mientras está en marcha la reapertura del Liceo, la sala que se prepara para festejar sus 150 años de vida. Por el contrario, el teatro Avenida, sobre Avenida de Mayo, sigue cerrado desde el minuto cero de la pandemia y el teatro Argentino, otra sala histórica que también supo ser playa de estacionamiento, estaría terminada en dos años, según adelantó el productor y dramaturgo Miguel Rottemberg. Habría que sumar el caso del nuevo teatro Odeón, que tiene muchas similitudes y diferencias con el proceso del Politeama. De hecho, la torre en donde estaba el viejo teatro Odeón ya está en funcionamiento aunque las dos salas, ya terminadas, no están en actividad. Lo cual, podría pensarse que hay cierta contradicción en relación con lo que indica la Ley del Teatro. En medio de este panorama de salas comerciales, a dos cuadras del Politeama está el Teatro Presidente Alvear, que depende del Gobierno porteño. La sala acaba de cumplir 80 años de vida pero lleva ocho años cerrada por obras de infraestructura que todavía no tienen una fecha de inicio.
En pocos días, la ciudad de Buenos Aires se dará el lujo de sumar una sala teatral enclavada en el eje de la avenida Corrientes. En cierto sentido, es como la contracara de lo que sucede con la actividad cinematográfica cuando, en otros tiempos no tan lejanos, la calle Lavalle estaba plaga de cines y de público. Juan José Campanella estrenó tanto El secreto de sus ojos como Luna de Avellaneda en salas de Lavalle que ya no funcionan. A lo largo de su vida, según confesó en alguna oportunidad, tomó varios cafés en el desaparecido bar Politeama sin haberse dado cuenta de que estaba ubicado en medio de un baldío que había sido un gran teatro. Al parecer, es el tiempo de revancha o, como dicen los socios de 100 Bares, tiempo para recuperar el esplendor del pasado y proyectarse en el futuro.
Juan José Campanella: “Mi transición al teatro es cada vez más acentuada”
Quizás en un tiempo cuando se hable de Juan José Campanella la referencia inmediata no sea su producción audiovisual sino su labor como hombre de teatro. Por lo pronto, como hecho más que concreto, el ganador de un Oscar, de varios Goyas y de dos Platino por sus películas tiene una sala propia cargada de historias. Recién llegado de los Estados Unidos, donde está filmando nuevos episodios de la serie La ley y el orden mientras que Los enviados sigue disponible en Paramount+, se fue al teatro Politeama para observar los avances de esta obra. “Además de todo eso, durante años funcionó en la esquina de Paraná y Corrientes el bar Politeama al que yo siempre frecuentaba cuando iba a la Lugones. Para todos los estudiantes de cine de fines de los setenta o principio de los ochenta es una esquina muy importante. Por otra parte, la última obra de teatro que se presentó en el viejo teatro fue una de Pablo Palitos, un cómico que me encantaba cuando era chico. Recorriendo la sala uno siente que hay fantasmas, como en la canción de Serrat Los fantasmas del Roxy. Uno percibe que esos fantasmas que estuvieron deambulando en la intemperie durante tantos años ahora, nuevamente, tienen camarines para poder acomodarse. Es una sensación hermosa hacer un teatro desde cero, porque esto no es una restauración. A eso hay que sumarle la sensación de hacerlo en un mismo lugar en donde hubo tanto arte y tantos cómicos, a quienes siempre admiro todavía más que a los actores dramáticos”, cuenta a LA NACION.
El proyecto empezó a gestarse hace siete años. En ese andar, fueron definiendo qué tipo de espacio querían. “Siempre soñamos con una sala de estas características en cuanto a la cantidad de butacas. En Buenos Aires, las viejas salas que quedan son muy grandes, de más de 900; y entre las nuevas o las que se fueron subdividiendo son, como mucho, para unos 450 espectadores. De 700 butacas diría que solamente queda el Maipo. El Politeama viene a llenar ese espacio. Por otra parte, en cuanto a la forma de la sala, queríamos un espacio en el cual se vea bien desde todos lados. La percepción que uno tiene parado en el escenario es la de estar en una sala de 200 localidades porque todo están muy cerca. Se logra la sensación de un teatro íntimo siendo una sala de grandes dimensiones”.
En cuanto al contenido, “en la medida de lo posible vamos a tratar de poner énfasis en los autores nacionales teniendo en cuenta que lo principal es apuntar a montajes bien hechos y bien actuados, sea un entretenimiento o un drama –señala el creador–. En la medida de lo posible, la curaduría teatral sería similar a la que aplico a mis propias obras. O sea, lograr que vos salgas sintiéndote bien, que la historia te posibilite mirar a tu propia vida desde un ángulo que nos observaste y que te permita ver algo positivo en todo eso. Que salgas un poco mejor de cuando entraste”. Después de haber montado dos obras, todo indicaría que la tercera sería, lógicamente, en el Politeama. Por ahora, no se anima a dar precisiones aunque anticipa todavía un cambio más radical: “Mi transición hacia el teatro es cada vez más acentuada. Me gusta mucho lo que está pasando con la actividad escénica que está muy por fuera de los avatares de la industria. Sabemos que estamos en un período de transición, de un tsunami de cambios en los que hace a la industria del cine y la televisión; en contraposición, el teatro sigue manteniéndose su arte desde hace siglos. Por eso cada vez más me voy a ir dedicando a la actividad teatral”.
No hay metáforas en lo que dice. De hecho, en menos de dos semanas abre el Politeama, la sala que, junto a sus socios, viene imaginando y deseando desde hace siete años.
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